XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Javier Balda, C.M.
Ama a Dios y a tu prójimo en un mismo amor
No hay amor a Dios donde hay amor a los hermanos. No digamos que amamos a
Dios si no amamos a los hermanos. No digamos que amamos si nuestras obras no
son obras de amor. No digamos que amamos si no somos capaces de darnos,
entregarnos, de morir un poco cada día, por la felicidad del ser amado. No digamos
que amamos si no somos de matar nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestras
ansias de poseer, de dominar, de esclavizar, de usar al otro en nuestro provecho.
Sólo los que aman de verdad, sólo los que tiene limpio el corazón, verán a Dios.
Amar, unión de corazones, comunidad reunida alrededor de una misma mesa
comiendo y bebiendo justicia, solidaridad, fraternidad.
Amor, unión de voluntades, creando amistad, construyendo un mundo donde todos
nos abracemos con Dios en un mismo abrazo de amor.
Amor, mano extendida al necesitado, agua pata el sediento, pan para el
hambriento, vestido para el desnudo, compañía para el solitario, paz para el
angustiado.
Amor, sí a la verdad, no a la mentira, sí a la dignidad de la persona humana y no al
goce pasajero y deshumanizante, sí a la fidelidad y no a la traición, sí a la
sinceridad y no a la hipocresía.
Amor, entrega generosa y gratuita a los hombres como el mismo Dios se nos dio
hasta la entrega total en la cruz.
Amor, darse y entregarse a Dios y a los hombres en un mismo amor; sacrificarse,
renunciar a uno mismo, ser todo para Dios y para nuestros hermanos.
Amor, decir sí a Dios cumpliendo sus mandamientos, decir sí a Cristo colaborando
con Él en su Plan de salvación, decir sí al hombre construyendo y compartiendo con
él paz y fraternidad.
Esta es la ley del Señor. Esta es la Ley que debemos vivir. Esta es la Ley que
debemos entregar.
Por eso amar con el corazón de Dios y, después, haz lo que quieras.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)