XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo A
Ex 22, 20-26; Sal 17; 1Ts 1, 5c-10; Mt 22, 34-40
Más los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos,
se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a
prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” Él le dijo:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente. Este es el , mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas”.
El presente domingo ante la pregunta de los fariseos sobre cuál es el
principal mandamiento de la ley, podemos decir que Jesús con su propia
vida la respondió. Es cierto que Él hace referencia al amor a Dios y al
prójimo; pero en Cristo se ha encarnado, se ha visibilizado entre nosotros
éste principal y doble mandamiento: “…amar a Dios y al pr￳jimo como a sí
mismo…”.
Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta su muerte
en la cruz, ha sido un único acto de amor. En la última cena, sabiendo el
Maestro que había llegado su hora, se puso a lavar los pies a sus discípulos
como un acto supremo de amor, y en este acto de humildad suprema los
introduce al banquete de la Eucaristía, donde concentra todo el misterio
pascual que Él va a consumar en su muerte de cruz. Al respecto, nos dice
Orígenes: “…Aquel que cumpli￳ todo lo que está mandado, respecto del
amor de Dios y del prójimo, es digno de recibir gracias divinas, para que
comprenda, que toda la Ley y los Profetas dependen de un solo principio: a
saber, del amor de Dios y del pr￳jimo…” (Orígenes, homilia 23 in
Matthaeum).
Ante la pregunta, Jesús responde con una cita de Deuteronomio 6, 4:
“…Amarás al Se￱or, tu Dios, con todo tu coraz￳n, con toda tu alma y con
todo tu espíritu…”, la oraci￳n que el israelita piadoso reza varias veces al
día, sobre todo por la mañana y por la tarde (Dt 6, 4-9). Esta oración es la
proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único
Señor. En ella se enumeran las tres facultades que definen al hombre en
sus estructuras psicológicas más profundas: el corazón, el alma y la mente,
a través de ellas se marca el acento en lo que es la totalidad de la entrega a
Dios. Nos dice por ello San Agustín: “…Se te manda que ames a Dios de
todo corazón, para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu
alma, para que le consagres tu vida; con toda tu inteligencia, para que
consagres todo tu entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas
cosas. No deja parte alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa, y
que dé lugar a que quiera gozar de otra cosa. Por lo tanto, cualquier otra
cosa que queramos amar, conságrese también hacia el punto donde debe
fijarse toda la fuerza de nuestro amor. Un hombre es muy bueno, cuando
con todas sus fuerzas se inclina hacia el bien inmutable…” (San Agustín, de
doctrina christiana, 1,22).
Al hablar sobre el amor al prójimo, es necesario clarificar este término
“pr￳jimo”, nosotros sabemos que se refiere al pr￳ximo, al más cercano;
porque tantas veces el más cercano puede ser nuestro hermano en el
sentido amplio, nuestro amigo o nuestro enemigo. El amor al prójimo nos
lleva a vivir el amor al otro según lo que Jesús enseña, es decir a vivir la fe
en Cristo y amarse en Cristo. El Papa Francisco nos dice al respecto: “…El
Señor nos ha dicho que el primer mandamiento es adorar a Dios, amar a
Dios. El segundo es amar al pr￳jimo como a uno mismo.(…) Jesús aconseja
por lo tanto ᆱno mirar las aparienciasᄏ, sino ir al coraz￳n de la verdad (…)
He aquí el camino del Señor: adorar a Dios, amar a Dios por encima de
todo, y amar al prójimo. Es muy sencillo, pero muy difícil. Se puede hacer
s￳lo con la gracia. Pidamos la gracia…” (Francisco, Homilía en Santa Marta,
15 de octubre de 2013).
La segunda lectura se relaciona con este evangelio porque en ella podemos
ver una aplicación concreta del mandamiento del amor, vivido en una de las
primeras comunidades cristianas. San Pablo, escribiendo a los
Tesalonicenses, les da a entender que, aunque no faltan las debilidades y
dificultades en aquella comunidad, el amor todo lo supera, todo lo renueva,
todo lo vence: el amor de quien, consciente de sus propios límites, sigue
dócilmente las palabras de Cristo, Maestro, que son transmitidas a través
de un fiel discípulo suyo. Vemos en la experiencia de los Tesalonicenses,
una experiencia concreta que se realiza en toda auténtica comunidad
cristiana, el amor al prójimo nace de la escucha dócil de la Palabra. Este es
un amor que acepta también pruebas duras por la verdad de la Palabra
divina; y que así crece como amor verdadero entre hermanos.
El amor al prójimo como a sí mismo, como termina diciéndonos el evangelio
de la presente semana, debemos verlo dentro de la perspectiva amplia del
verdadero significado de prójimo; porque hoy más que nunca este prójimo
quizás se manifiesta en nuestra vida en aquel que atenta contra nuestro
bienestar, en aquel que nos destruye, en aquel que no aceptamos porque
con su vida nos denuncia nuestros propios pecados, pero por quien estamos
llamados, tal como Cristo si estamos unidos a Él, a dar nuestra vida, como
Cristo lo ha hecho por nosotros, porque esta ha sido la voluntad del Padre.
Porque sólo de esta manera podemos manifestar que hemos conocido y
damos a conocer el amor infinito del Padre de la Misericordia.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar