FERIA PRIVILEGIADA
DÍA 22 DE DICIEMBRE
Seguimos acercándonos a la fiesta de la Natividad del Señor. Para celebrar este
hecho salvador contamos, sobre todo en estas ferias privilegiadas de adviento,
con la figura de la Virgen María como prototipo de fe, que actúa por el amor
(“dichosa tú, que has creído”). La liturgia ayer nos recordaba el amor de María,
manifestado hacia su prima Isabel, que en su vejez había concebido un hijo.
El evangelio de hoy nos ofrece el canto de María, agradeciendo a Dios las obras
grandes, que había hecho en ella. La cercanía del Salvador provoca el júbilo y la
alegría en Isabel e incluso en Juan todavía en el vientre materno. “Juan fue el
primero en experimentar la gracia, se alegró a causa del misterio, sintió la
presencia del Hijo” (San Ambrosio). Después como Precursor anunció la buena
noticia de la cercanía del Salvador.
Muy especialmente, aquel fue un encuentro de gozo profundo para María, la
Virgen Madre, humilde esclava del Señor. La grandeza y la alegría de María
nacen de su corazón creyente. Proclamó, con gran alegría, la obra que el
Poderoso había hecho en favor de sus fieles: sin intervención de varón, ella
había concebido en su seno, a Jesús, el Salvador.
El Magnificat es un cántico de esperanza, nacido de una fe agradecida. Dios hizo
y sigue haciendo obras grandes. Este cántico es la respuesta agradecida de la
Virgen al misterio de la Anunciación. "Cada uno debe tener el alma de María
para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María
para alegrarse en Dios”, decía San Ambrosio, que en su comentario a San Lucas
escribe: «Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios»;
y nos recuerda que el agradecimiento es la primera expresión de la fe. El
Magnificat es como la fotografía del corazón y del alma de la Virgen María.
“María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el
cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. En la Anunciación el
ángel Gabriel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su
espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado
personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin
influjo en la historia” (San Juan Pablo II).
María, con este canto, celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel
revela su omnipotencia y supera las expectativas mesiánicas del pueblo de
Israel: la concepción virginal de Jesús, acaecida en Nazaret después del anuncio
del ángel.
Ante el Señor, omnipotente y misericordioso, María canta también su pequeñez:
"Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava"
En este canto se pone de manifiesto el espíritu de los “pobres de Israel”
( anawim) “Es decir, de los fieles que se reconocían "pobres" no sólo por su
alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también
por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo,
abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora” (Benedicto XVI).
En el cato orante de María aparecen siete acciones que Dios realiza
permanentemente a favor de estos pobres: "Hace proezas...; dispersa a los
soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a
los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a
Israel". Estas acciones se pone de manifiesto el comportamiento de Dios: se
pone de parte de los últimos. Es su amor preferencial por los pobres.
MARIANO ESTEBAN CARO