Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
Los Difuntos
Padre Pedrojosé Ynaraja
Una de las características del ser humano es el reconocer y recordar los valores de
una persona, después de que ya haya muerto. De la misma manera también, no
ignorar las deficiencias, defectos y malos comportamientos, de alguien ya fallecido.
Los animales son incapaces de poner en práctica tales cualidades. Se muere un
gatito y la gata permanece junto al cadáver un tiempo. Si se le retira, notará su
ausencia y sus maullidos nos sonarán a sollozos de pena. Durarán más o menos
tiempo. Un día ya no se escucharán más. El hombre entierra, tal vez levante un
mausoleo o escoja un nicho. El animal nunca obra así.
Os he puesto el ejemplo de la gata, mis queridos jóvenes lectores, porque ha
ocurrido en mi casa hace pocas semanas.
Cuando el paleontólogo o el arqueólogo, encuentran restos biológicos y quieren
saber a qué tipo de ser viviente pertenecieron, uno de los criterios que sigue es el
comportamiento que tuvieron con los difuntos. Se puede encontrar un pozo lleno de
huesos, los restos de su alimentación carnívora, los restos que le estorbaron. En su
entorno encontrará una tumba, un ánfora funeraria, o un cadáver colocado en
postura fetal y acompañado tal vez de utensilios, si es así, nadie dudará de que han
pertenecido a seres humanos .
En el terreno de las enseñanzas reveladas, se añade algo más. Se reconoce que el
hombre al abandonar este mundo y trasladarse a otra existencia, es juzgado
respecto a su comportamiento y recibe premio o castigo de acuerdo con su
proceder. Primero fue creer en un sheol, o en el hades, en lenguaje de otra cultura,
un sitio ni frio, ni cliente, ni luminoso, ni oscuro. Mas tarde fue progresando y se
supo que para unos puede ser castigo con pena, para otros premio con felicidad.
Solitarios y penando unos, felices de la compañía de Dios y de los hombres buenos
otros.
Progresó el conocimiento y se supo que respecto a otras personas, podemos
enriquecerlas espiritualmente con nuestros sacrificios y oraciones mientras viven.
También en el misterioso trance del paso de esta existencia, encerrada en la
realidad espacio-temporal, a la otra libre de estas ataduras. (Recuerdo siempre que
me refiero a esto, un secuencia inicial de la película “fresas salvajes”. El
protagonista, que debe acudir a recibir un premio, sueña la noche que ve su
entierro y estupefacto mira el reloj y observa que no tiene agujas, pero que
continúa funcionando. Es un símbolo, una imagen, de lo que puede ser la
eternidad). Pues también en esta circunstancia nuestra oración puede ayudar. Es
un momento situado marginalmente respecto a una u otra existencia.
Hoy, mis queridos jóvenes lectores, dedicamos nuestra oración, ofrecemos nuestra
misa, por los fieles difuntos. No por todos los hombres que han muerto. Eso,
genéricamente, lo hacemos cada día. Lo de hoy es especial. Seguramente que entre
estos fieles difuntos están familiares o amigos, por ellos intercedemos. Es oportuno
recordar el pasaje del II Mac 43-46. Cuenta que Judas Macabeo después de la
batalla, observando los cadáveres de sus fieles soldados y reconociendo algunas de
sus infidelidades decidió: “Después de haber reunido entre sus hombres cerca de
2..000 dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado,
obrando muy hermosa y noblemente, pensando en la resurrección. Pues de no
esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por
los muertos; mas si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a
los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso. Por eso
mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran
liberados del pecado”.
No os he comentado las lecturas que se proclamarán en las misas a las que asistís
este domingo. He preferido, mis queridos jóvenes lectores, ofreceros ideas que
iluminen también las costumbres que aun duran. Las flores en la tumba son,
simbólicamente, proclamación de que uno cree que todavía existe y le quiere. Las
oraciones son ayuda generosa, independiente del tiempo que haya pasado desde
que murieron.
Que pidáis por ellos, también por los que reconocéis que fueron buenos, que estáis
convencidos de que fueron santos, aunque no del todo, implica que al unísono
podamos pedirles que intercedan por nosotros.
No es un día de nostalgia, no debe serlo, aunque su recuerdo nos duela, si nos
dejamos iluminar por la Fe. El conocimiento de la Esperanza de un encuentro
definitivo con los que amamos y nos amaron, sin haber perdido la individualidad
personal, es uno de los grandes dones que Dios nos ha concedido.