Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
Rosalino Dizon Reyes.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él (Rom 6, 8)
Que al morir descanse yo eternamente en Dios o siga inquieto mi corazón, esto
dependerá de si durante mi vida mortal está mi corazón en Dios como mi tesoro o
atesoro bienes mundanos, fiándome de ellos.
En esta ciudad pasajera comienza mi búsqueda de la ciudad duradera. No puedo
llegar a mi destino final sin tomar ahora los pasos iniciales.
El almirante William McRaven me recuerda en un discurso de graduación la
importancia de los primeros pasos. La primera recomendación que da: «Si quieres
cambiar el mundo, empieza con hacerte la cama».
¿Una tarea de poca consecuencia? Haciéndose la cama, uno se asegura de cumplir
la primera de muchas tareas del día y se gana un pequeño sentido de orgullo que le
anime a realizar otras tareas. Y si uno acaba de pasar un día miserable, tendrá, al
llegar a una cama hecha, la sensación de que no todo está perdido y que mañana
será mejor.
Escucho aquí un eco de la observación de Jesús: «El que es de fiar en lo menudo
también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco
en lo importante es honrado». También las palabras y obras de san Vicente de Paúl
dan testimonio de la suma importancia de los comienzos pequeños.
Esto es decir que difícilmente optaré al final por el bien absoluto si me voy negando
a optar por bienes relativos que se me ponen delante cada día—por ejemplo, el de
hacerle caso a un necesitado. Dar largas de un día a otro a la asistencia de los
pobres lleva a que de repente se oiga: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis
con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo»
Así que Jesús ha de ser para mí ahora mismo el camino, la verdad y la vida. Él es la
respuesta actual a los interrogantes humanos más profundos sobre el sentido de la
vida que surgen de la experiencia de gozos y de tristezas (GS 10). Ahora es el
momento de vivir como Jesucristo para morir como Jesucristo (I:320).
Morimos como vivimos. No me acordaré de la misericordia esperanzadora de Dios
si, sin haberla sentido nunca, no sé siquiera qué es ella. Y si soy hombre poco
compasivo, ¿con qué cara podré presentarme el día de juicio ante el Hijo del
Hombre que me alimenta ahora con su cuerpo y sangre? ¿No me apartaría de él yo
mismo por vergüenza?
Señor Jesús, concede a los fieles difuntos vivir contigo y a nosotros los vivos morir
contigo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)