DIA DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Jb 19, 1.23-27a; Sal 24; Flp 3, 20-21: Mc 15; 3
Más Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», -
que quiere decir:«¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oír
esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.» Entonces uno fue
corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le
ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.»
Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Santuario se rasgó en
dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había
expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»
Había también unas mujeres mirando desde lejos, Pasado el sábado, María
Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a
embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del
sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la
puerta del sepulcro?» Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada;
y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado
en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les
dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado,
no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron.
En el presente domingo, la Iglesia en el Perú conmemora el día de Todos los
difuntos. La Iglesia en la liturgia nos instruye en la celebración diciendo: “los que
nos preceden en el signo de la fe”. En el mundo posmoderno en el cual vivimos,
donde al hombre se le cosifica, se le valora por su eficacia o se le valora por las
cosas que haya realizado, pero ahora según la visión subjetiva de aquellos que
lo miran, la realidad de la muerte es un hecho cada vez más anacrónico para el
hombre actual; Cristo con su encarnación, vida, muerte, resurrección y
ascensión al cielo, nos desvela el profundo misterio de la vida del hombre, por
ello la muerte tiene aquí su sentido profundo.
En el libro de Job se entresaca que en el diálogo que Job tiene con sus amigos,
el judío piadoso, esto es para nosotros, aquel que espera el cumplimiento en su
vida de las promesas de Dios. Cuando en el Concilio Vaticano II los padres
sinodales escriben: “…que al pueblo judío se le debe considerara como nuestros
hermanos mayores en la fe…”, la fe de este pueblo es una fe de esperanza en el
cumplimiento de las promesas de Dios. Por ello, el judío piadoso es aquel que
observa los mandatos de Dios (la Torá), como vivir en una esperanza, y esta
esperanza lo hace justo ante el Altísimo que se apiadará de él por su fidelidad en
la observancia de la Alianza del Sinaí. Para nosotros, hoy esta palabra, la figura
de Job es una llamada no solo a observar la palabra de Dios, sino vivir con gozo
y esperanza en que las promesas de Dios que ya se han cumplido en Cristo,
nosotros participemos ya de estas promesas cumplidas, nos beneficiemos de
este derroche del amor y de la misericordia de Dios, que si la acogemos en el
corazón transformará nuestro ser y hará en nosotros una creación nueva según
las palabras del Génesis: “…a imagen de Dios los creó…”.
Es así como San Pablo, en la segunda lectura, hace presente la condición real de
Aquel que ha sido transformado por el Espíritu de Dios. Pues, cuando dice que
somos ciudadanos del cielo, es como dice el libro de la Sabiduría: “…Dios no ha
creado al hombre para la muerte…”. Es así como el mismo San Pablo cuando
dice: “…nos transfiguraremos en Cristo…”, ya implícitamente nos está diciendo,
que si participamos de su muerte también participaremos de la resurrección.
Pero surge una pregunta, cómo creerán en Aquel que no les ha sido anunciado,
por eso San Pablo en otra de sus cartas manifiesta un imperioso mandato: “…ay
de mí si no anunciará el evangelio…”. Pues el hombre si no es alcanzado por el
anuncio del evangelio, por este anuncio que le abre las puertas del corazón,
porque Cristo Palabra de Dios se ha hecho carne, se ha hecho pobre para amar
al pobre y como dice San Agustín: “…el Dios se hace hombre para que el hombre
pueda ser Dios…”; que quiere decir para que el hombre recobre la originalidad
como Dios lo creó en Cristo: “…imagen y semejanza…” (Gn 1). Es así que la vida
cristiana como bien decía nuestro Papa emérito Benedicto XVI si puede ser una
doctrina en cuanto lo que se debe comunicar, pero sobre todo la vida cristiana
en toda su esencia es el encuentro existencial esponsal con el Dios que se nos
ha revelado en Cristo.
En el evangelio de Marcos vemos dos momentos muy concretos que la liturgia
nos pone. El momento de la crucifixión, hablando en general como dirá San
Pablo en su carta a los Corintios sobre todo en la nota de la Biblia de Jerusalén,
el hombre pasa por tres momentos muy importantes donde se constatará su fe o
en donde realmente tiene su esperanza: “…ante la enfermedad, la vejez y ante
la muerte…”. Son tres momentos cruciales donde en todo hombre queda de
manifiesto la madurez de su vida. No nos extrañemos que en estos tiempos
modernos como bien dice nuestro actual Papa Francisco en su libro “Mente
abierta corazón creyente”, el hombre contemporáneo ante la muerte tenga dos
actitudes: “disfrazar la realidad de la muerte o alienarse”, que en ambos casos
no es aceptar la muerte en toda su dimensión, más aún es ahondar con mayor
resignación o protesta la realidad inexorable del hecho de la muerte, que para el
hombre moderno es el término de la vida y uno de los escándalos mayores que
se resiste a afrontar. Las palabras del soldado al final del evangelio:
“…verdaderamente este era el Hijo de Dios…”, está haciendo referencia cómo la
esperanza, la confianza absoluta en el Dios único, que se traduce en la fe, llama
a la fe, abre a la esperanza, incluso a los que no tienen fe. Por eso, Cristo desde
la cruz ha manifestado el amor pleno a Dios, en la obediencia a la voluntad del
Padre y esta obediencia de amor ha dado cumplimiento a todas las promesas
hechas desde antiguo. Por eso contemplar la cruz de Cristo no es mirar un
madero lleno de escándalo o de frustración, sino contemplar el madero de la
cruz, es ver: la esperanza, la misericordia, la acogida, la paciencia, el amor sin
límites, etc., a través del cual cada día Dios Padre nos invita a creer y aceptar
que en Cristo cada día es una creación nueva.
En el segundo episodio del evangelio se contempla a las mujeres ante el
sepulcro vacío y el ángel. María (la madre de Dios), recibió por medio del ángel
el anuncio que iba a ser la madre de Dios, aquí las mujeres también reciben un
anuncio por parte de un ángel, esto está significando que en nuestra vida, en el
interior de la Iglesia, a través de los ángeles-enviados, la Iglesia va a guiar
nuestros pasos al encuentro con Cristo. Pero también tenemos que decir que el
riesgo que en la Iglesia hoy en día en muchos estratos sucede, es no vivir
nuestra vida cristiana como enviados, a una misión por nuestra vocación, sino
vivimos nuestra vida como un oficio que cumplir, y cumplimos el oficio y luego
vivimos de manera totalmente opuesta. Así el esposo es esposo, pero luego con
la famosa frase “necesito mi espacio”, se convierte en lo que realmente quiere
ser, y no en lo que está llamado a vivir; como le puede pasar al ministro de la
Iglesia o al consagrado, de cumplir su encargo, lo asignado y luego el tiempo
para él. Ponemos de manifiesto esto porque el acontecer de la resurrección de
Cristo significa que este evento de resucitado transforma nuestra vida, y haga
de nuestra vida como un escenario de la resurrección de Cristo; como dice San
Pablo en la segunda carta a los corintios: “…pasó lo viejo todo es nuevo…”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar