CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
LA MUERTE NO TIENE LA ÚLTIMA PALABRA
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / emiliorodriguezascurra@gmail.com / @emilioroz
Un dolor casi como de parto es el desgarramiento de la muerte, podría decirse que es el
segundo desgarramiento tal vez más grande. Si bien no sabemos cuando moriremos, sí
somos conscientes de ello desde el día de nuestro nacimiento, nuestros padres y
familiares también lo son. No hemos sido creados para morir, pero sí como peregrinos
que caminan temporalmente por este mundo en busca de su verdadera y definitiva
felicidad.
Una de las características de la sociedad contemporánea es la de la negación de la
muerte, la pérdida de valores trascendentales hace que no sepamos enfrentar este
momento crucial de la vida, particularmente la de los seres que más queremos. Así
aparecen funerales mediatizados, los medios de comunicación nos han mostrado casi
espectáculos organizados alrededor de quien ha muerto con el supuesto de honrar su
memoria. Otros prefieren el “cementerio parque”, en el que no hay monumento para
quien ha muerto, sino un parque de paz prolijamente cuidado, pero que como tal no es
un cementerio propiamente dicho sino un parque.
Luego están quienes desde antes de su propia muerte, aun a sabiendas que les tocará en
algún momento planifican el destino de lo que fuese en vida su cuerpo, y opciones
como la cremación y al arrojamiento en ríos, campos, lugares de especial importancia
para el difunto aparecen como un modo de encarar el momento en el que nuestro cuerpo
deja de vivir.
La muerte es algo inevitable a nuestra condición humana, somos perfectibles en cuanto
podemos mejorar en diversos aspectos a lo largo de nuestra vida, pero también somos
seres corruptibles, vulnerables al paso del tiempo. De ninguna manera se intenta juzgar
a quienes recurren a una u otra opción ante la muerte, sino que se intenta una
radiografía, aunque sea superficial, del modo en que encaramos este momento trágico.
Desde sus comienzos la Iglesia ha conservado está sana costumbre de rezar por quienes
están en camino de entrar en la Gloria celestial, y por quienes ya lo han hecho: los
santos. Es costumbre muy buena el reconocer que la oración de la Iglesia terrestre y
peregrina se hace una con la del coro celestial de los ángeles, y a una voz todos juntos
clamamos gloria al único Señor, Dios de la vida y de la muerte. En el encontramos
consuelo y la certeza de que la muerte no tiene la última palabra, sino que la
resurrección del Hijo nos ha abierto las puertas de la esperanza de reencontrarnos un día
en la patria eterna.-