Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
Pedro Guillén Goñi, C.M.
“De las manos de Dios venimos, a las manos de Dios volvemos”. Así reza un slogan
popular, marcado por el signo de la fe, acerca del sentido de la muerte para un ser
cristiano. Efectivamente, la muerte y la vida, o la partida de este mundo al
encuentro con Dios en la eternidad, hay que entenderla desde la acogida del Dios
que nos crea, nos mantiene en vida, y, al final del paso por este mundo, nos
perdona, libera y nos abre las puertas para gozar de su presencia en la eternidad.
Si logramos captar así el sentido de la muerte nos daremos cuenta que, como nos
indica la liturgia de este día, la vida no termina en este mundo sino que se
transforma en una resurrección como la del Señor. Lejos, por tanto, de que nos
domine el miedo, la oscuridad o la ansiedad de un futuro incierto, el paso de este
mundo a la eternidad debemos acogerlo con esperanza cristiana: aceptación de
nuestra propia condición natural que no está creada para vivir aquí eternamente
sino para encontrarse un día con Dios. Desde esta mentalidad optimista y positiva
nos podemos sentir preparados para afrontar sin traumas las palabras de San
Pablo: “si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la
vida o en la muerte somos del Señor” (Rm. 14, 8-9). Esto no impide que la muerte
ajena, pero cercana por la sangre y amistad, desde una perspectiva humana, nos
produzca pena, tristeza. ¡A todos nos cuesta aceptar la separación de nuestros
seres queridos! ¿Quién no recuerda la muerte intempestiva producto de un
accidente o la muerte lenta y sufriente de un ser querido abatido por una
enfermedad prolongada? Sin embargo el dolor no puede debilitar nuestra fe y
ahogar nuestra esperanza; más bien el dolor asumido por fe y amor desemboca en
un encuentro cada vez más firme con el Dios que nos ama y nos llama, cuando
llega nuestro momento, a encontrarnos definitivamente con Él.
Hoy entonces, día de los santos difuntos, celebramos al Dios de la vida. Nos
comprometemos a asumir nuestra vida como una ofrenda agradable para anticipar
los logros de la salvación eterna en nuestro propio presente y en el mundo en que
nos encontramos. Debemos vivir la vida a plenitud. No podemos morir en vida. El
futuro es serenidad y salvación.
Elevamos una oración de recuerdo y agradecimiento por aquellas personas que nos
han precedido en el signo de la fe y duermen en el sueño de la paz. Que
rescatemos todo aquello que nos pueda servir de ejemplo para nuestra vida para
que el recuerdo que tenemos no sea una sombra alargada marcada por la nostalgia
que nos debilita sino un compromiso por asumir y encarnar los valores que ha
practicado en nuestra propia realidad como mejor homenaje a su paso por este
mundo como anticipo para la eternidad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)