Luminarias incendiarias
Entre luz y vida hay una relación honda, significativa. Por algo se dice que la madre da
a luz. Somos hijos e hijas de la luz que caminamos según la capacidad de iluminar
nuestro camino, de poner hitos luminarios que indiquen la dirección correcta. Jesús se
auto-proclama como “la luz que ilumina nuestro destino”. Y el criterio bíblico nos dice
que los hijos e hijas de la luz, somos libres.
No entenderíamos una boda sin luz. En comunidades más alejadas se prenden las
fogatas, las teas van indicando los senderos y el rostro de los novios irradian por sí
mismos, como fruto de su amor, una sana incandescencia que contagia y atrae. Cada
uno de los invitados se convierte en luminaria incendiaria y el fuego y la pasión se
mezclan entre sí para decirnos la intensidad vivificante de la celebración.
Jesús nos habla del esposo a quien deben acompañar doncellas revestidas de luz. Son
lámparas ellas mismas. El grado de su luz depende del combustible de sus propias
vidas. Hay unas semiapagadas que equivocan el camino. Hay otras in crescendo en su
capacidad de iluminar: Van abriendo brecha. El calor de sus vidas, producto de su
luminosidad interna, testifica la presencia del esposo.
¿Cómo ser luz hoy en medio de este mundo tan apagado, cómplice de tinieblas y
obscuridades que dan como fruto una condición humana viciada, corrupta, enemigos de
la libertad, de la verdad? La vida nos reclama autenticidad, transparencia. La fe nos lo
exige. A la fiesta de la vida, bodas según el evangelio, se llega si por dentro hay fuego
que alimenta, fortalece nuestro testimonio aún hasta el bautismo de sangre.
Cochabamba 09.11.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com