FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO
DÍA 24 DE DICIEMBRE
Hoy llena toda la liturgia el cántico de Zacarías ante el nacimiento de su
hijo. En la primera parte se ensalzan los grandes hechos de Dios en la
historia de la salvación. En la segunda parte se celebra el nacimiento de
Juan y se anuncia su misión.
La actuación de la misericordia de Dios, esto es, de su bondad y su
indulgencia, constituye el contenido de la primera mitad del himno. “Y a ti,
niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a
preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de
sus pecados”, se dice en la segunda parte.
Inspirado por el Espíritu Santo, Zacarías hace una lectura “profética” de la
historia. La hora de la salvación ha sonado. El nacimiento de Juan es la
coronación de las grandes obras realizadas por Dios. El tiempo de la
salvación ha llegado. “Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y
de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo
con nuestros padres, recordando su santa alianza”.
Juan, situado entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como la estrella que
precede la salida del Sol. Canta Zacarías: “nos visitará el sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para
guiar nuestros pasos por el camino de la paz” . Es la luz de las gentes para
los que moran en las tinieblas (Is 42,6-7).
En el texto griego del evangelio el “sol que nace” es un vocablo que significa
tanto la luz del sol que brilla en la tierra como el germen que brota. Dos
imágenes, que tienen un significado mesiánico.
Por un lado, Isaías, hablando del Emmanuel, nos recuerda que «el pueblo
que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de
sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1). Por otro lado, refiriéndose también al
rey Emmanuel, lo representa como el «renuevo que brotará del tronco de
Jesé» (Is 11,1-2).
Con Cristo aparece la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,9) y florece la
vida: «En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4).
Este sol «guiará nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79). El
Mesías, “el Oriente”, el sol en su salida, será “sol de justicia” para nosotros
(Mal 3,20). "Cristo es la luz de los pueblos” (LG 1).
Tres figuras encarnan en plenitud el espíritu del Adviento: el profeta Isaías,
la Virgen María y Juan Bautista. Isaías mantenía la esperanza del pueblo
elegido, anunciando que el Mesías nacería de una mujer virgen. María de
Nazaret, por su fe total en Dios, aceptó ser madre del Mesías, sin
intervención de varón. Por ello, Dios la hizo inmaculada y limpia de todo
pecado, llena de gracia, desde el primer instante de su concepción. Ella es
la Virgen de la espera.
Juan Bautista, el Precursor, que señala al Salvador ya presente entre los
hombres. Es el testigo valiente, que dio testimonio de la verdad hasta
derramar su sangre, muriendo decapitado. Es el lucero que anuncia el
nacimiento inminente del Sol.
En este juego salvador de luces entramos también nosotros. Dice San
Ambrosio: “De hecho la Iglesia no refulge con luz propia, sino con la luz de
Cristo. Obtiene su esplendor del sol de la justicia, para poder decir después:
vivo, pero ya no vivo yo, sino que vive en mí Cristo”. Y San Juan Pablo II:
“Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su “reflejo”.
Un “reflejo semioscuro”, que dijera San Buenaventura.
MARIANO ESTEBAN CARO