Fiesta. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán (9 de noviembre)
Rosalino Dizon Reyes.
¿No sabéis que sois templo de Dios? (1 Cor 3, 16)
Ama Cristo a su Iglesia, entregándose a sí mismo por ella. La purifica con el baño
del agua y la palabra. Ante su Señor, la Iglesia ha de ser santa y sin mancha.
Celoso por la casa de Dios, Jesús echa a los que van convirtiéndola en un mercado.
Por este gesto purificador, Jesús quedará acusado de blasfemia, como le pasó al
profeta Jeremías antes.
La acusación llevará luego a su crucifixión, muerte y resurrección. Pero el misterio
pascual descubrirá el verdadero sentido del pronunciamiento: «Destruid este
templo, y en tres días lo levantaré». Se revelará además la razón de ser del
templo: ser sacramento de Cristo.
Los que somos edificio de Dios no seremos ni puros ni fieles a nuestra identidad, no
sea que demos testimonio significativo y eficaz de Jesús. Aquí estamos para llamar
la atención, no hacia nosotros mismos, sino hacia Jesús. Nuestra meta no es el
negocio que nos asegure el propio bienestar y la realización personal.
Ciertamente, no faltan en la Iglesia quienes comercian hasta con la palabra de Dios,
lobos rapaces disfrazados de ovejas, falsos profetas o pastores en busca de lucro
sórdido. Pero los auténticos seguidores de Jesús saben que su seguridad está
solamente en la fe firme y la confianza total en Jesús. Más estiman ellos las
palabras de Jesús que miles de monedas de oro y plata.
Al respecto, observa san Vicente de Paúl: «Cuando la Iglesia se mantenía en esta
práctica [de la pobreza], en sus comienzos, los fieles eran todos santos; pero,
desde que empezaron a tener bienes en propiedad y los eclesiásticos tuvieron
beneficios en particular … todo se vino abajoᄏ (XI:665). Advierte también el santo:
ᆱEl prior de los dominicos reformados de esta ciudad me dijo … que el desastre de
su casa empezó cuando quisieron independizarse de la Providencia, al tener buenos
edificios y tener asegurados sus medios de vida. …. No somos bastante virtuosos
para poder soportar el peso de la abundancia y el de la virtud apostólica, y temo
que nunca lo seremos, y que el primero arruinaría al segundo» (II:395-396).
A los que somos la Iglesia nos basta con la presencia providente de Dios mediante
su Hijo, el verdadero Templo del que mana agua viva que sanea lo salobre, y
fructifica. A nadie podemos ir más que al que solo tiene la podadora palabra de la
vida eterna. Y tanto mejor celebramos y vivimos la Eucaristía, cuanto más Iglesia
intachable, sacramento eficaz de Jesús, somos.
“Esta casa es tuya, Señor, … que no exista en ella piedra alguna que no haya
colocado tu mano.”
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)