XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
RESPONSABILIDAD Y COLABORACIÓN CON DIOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Piensan muchos que lo más difícil de cumplir en el ámbito de la moral cristiana, son
sus normas respecto a la sexualidad, al respeto a la vida del no nacido o a la
indisolubilidad del matrimonio. No dudo que son preceptos importantes y que deben
resultar, en algunos casos, difíciles de cumplir, ahora bien, os aseguro, mis
queridos jóvenes lectores, que la enseñanza evangélica más exigente, deriva de la
parábola de los talentos que se proclama en la misa de este domingo.
El talento era una unidad monetaria no acuñada. Algo así, para que me entendáis,
como para nosotros es el lingote. Tuve ocasión una vez de ver algunos.
Seguramente muchos de vosotros no, pero lo habrá visto fotografiado o por TV. Es
un objeto semejante a un pequeño ladrillo macizo, donde grabado en su superficie
consta su peso y su ley. Estoy pensando en lingotes de oro. El valor de la preciosa
barra, dependerá de lo que establece el mercado diario de este metal, pero
sabemos que, tratándose de oro, siempre será elevado.
El talento al que se refiere el evangelio, corresponde a algo más de 34 Kg. No es,
pues, una moneda acuñada, solo he tenido ocasión de ver uno en el museo del
monasterio de Montserrat. El buen monje P. Ubach, a principios del siglo XX, viajó
por el Oriente próximo en plan de estudios y de acaparar todo lo que resultara útil
para el conocimiento de la Biblia. Deben existir en la actualidad pocos, pienso yo,
pues no he visto otro igual y este mismo lo he visto en alguna exposición, prestado
por la misma comunidad. Se trata de una piedra tallada, esta sí del tamaño de un
ladrillo grande y macizo. En un plato de la balanza se ponía este objeto y en el otro
se iban depositando monedas u objetos de oro, hasta conseguir el equilibrio. Podéis
imaginar el gran valor que tendría esta unidad, dado el precio siempre elevado del
oro. Ya que casi nadie tiene ocasión de ver talentos de época bíblica, y para mejor
entendimiento de la parábola, algunas traducciones ponen en su lugar millones de
la moneda en curso. Acertada estratagema, no lo dudo.
Cambio de tercio y abandono el terreno anecdótico.
El talento es un símbolo, imagen de los dones que recibimos de Dios y hay que
considerar el valor que tienen de acuerdo con la economía del Reino, no de la fama
que otorguen.
Vuelvo a lo que os explicaba antes. El valor de un lingote no es fijo, depende cada
día del mercado. (os advierto que se han abandonado en la actualidad, como
reserva, los lingotes de plata, pero que en la Biblia aparecen mencionados. En las
cámaras acorazadas de los bancos centrales, no cabrían los de este metal, si
quisieran conservarse como depósito estatal).
Todos los seres humanos recibimos dones y los poseemos y conservamos, si no los
desperdiciamos. El don de la gracia infantil es muy preciado, aunque parezca
pequeño, ya que puede alegrar la tristeza de un anciano arrinconado. El encanto y
delicadeza de una joven, es de gran valor en las relaciones sociales. El ingenio
mental, la facilidad para aprender lenguas, la sensibilidad artística o la capacidad de
asimilar fórmulas matemáticas y operarlas, también la habilidad manual, son dones
de Dios, a través de la naturaleza.
La Fe viva recibida en la infancia, la piedad respirada desde el nacimiento en el
seno de la familia o la generosidad ante cualquier indigencia, son dones ya más
directos recibidos de Dios.
Fijaos que no me he referido a cualidades que en nuestro mundo se aprecian
mucho y se homenajean. Los triunfos deportivos, la riqueza acumulada, el poder o
el atractivo físico, pueden ser de poco valor, si los referimos al Reino. En plan
irónico se puede decir de alguna chica que era tan pobre, tan pobre, que no era
más que guapa. O uno tan pobre, tan pobre, que no tenía más que dinero. O un
guaperas tan pobre, tan pobre, que solo era eso, guapo y presumido, pero que se
lo cree.
Quien es joven, valor tan apreciado hoy, debe ser consciente de que su juventud es
transitoria, que debe aprovechar estos momentos que se cotiza en alza, para
invertirlos en ayuda a desamparados, a marginados, a deficientes, en ofrecer con
su rostro el atractivo simpático y juvenil de la Fe y de la Iglesia, tan desmejorada
por los media hoy en día .
La juventud pasa y pretender darle valor perpetuo, creerse joven sin serlo, es
querer coger el tren en marcha, sin conseguirlo.
Reconocer la propia simpatía y gracia, exige ponerla a disposición de Dios y de la
comunidad eclesial. Si se desperdician estas cualidades o dones, pueden derivar a
antipático orgullo o a la ridícula vanidad.
Si se posee dinero, sea por el propio esfuerzo o por herencia, debe invertirse en
obras o proyectos generosos. Uno debe ofrecer en caridad generosa, de acuerdo
con lo que gasta para provecho propio.
Si uno sabe lenguas, posee títulos académicos que le abren puertas de ámbitos de
influencia, tiempo libre pues sus cualidades mentales le permiten no estar agobiado
por periódicos exámenes, si tiene vivienda amplia, con espacios libres sin utilizar…
no debe vanagloriarse, debe sentirse responsable de lo que posee, no enterrar sus
talentos como el mezquino servidos de la parábola.
He querido, y tal vez he acertado, describiros algunos de los talentos que podéis
tener. Es preciso que con sencillez los reconozcáis, como María, que habla de su
pequeñez de esclava, pero que con la misma sinceridad reconoce que todas las
generaciones la felicitarán. Es preciso que hagáis balance de vuestro almacén
espiritual, anímico o corporal y a continuación os dediquéis a invertir lo que en
vuestro interior encontréis.
Ahora que sois jóvenes aprovechad vuestras capacidades y sed generosos. Seréis
santos jóvenes, como tantos fueron y ya han sido reconocidos. Si rehuís la
responsabilidad actual, vendrán en la vida adulta situaciones en las que se precisa
fidelidad, aceptar vidas no esperadas, respetar la propiedad ajena, pese a la
posibilidad de aprovechar las ocasiones que posibilitan lucro mediante manejos
corruptos. Acompañar y proteger a aquel de la familia que está aquejado de una
enfermedad crónica o degenerativa y en estas aparentemente situaciones grandes,
sabréis acumular talentos para ofrecérselos al Padre el día del Gran Encuentro.
Siendo fiel las exigencias que en vuestra juventud encontréis y de las que podéis
ser premiados en la misma juventud, si se os llamara ahora a la casa del Padre, o
os si sigue conservando la vida y enriqueciéndoos con su Gracia, estaréis
preparados para las grandes decisiones. Sobre el egoísmo no se edifica nada de
valor eterno.