Comentario al evangelio del martes, 28 de octubre de 2014
Jesús y Pablo sueñan el mismo sueño. No podía ser de otra manera. Pasa que cada uno lo expresa a
su manera.
Jesús se siente enviado por Dios, se siente Hijo. Tienen una relación especial con el Padre y
entiende que todos, hombres y mujeres de todo el mundo y de todos los tiempos, estamos llamados a
formar una sola familia, un sólo reino, una sola nación. Todos en torno a la mesa del Padre. La imagen
de las doce tribus de Israel ronda por la cabeza de Jesús. Por eso escoge a doce apóstoles. Son los
signos de ese nuevo Israel en el que todos los pueblos tendrán acogida. Son los cimientos del nuevo
reino, de la nueva ciudad, de la nueva fundación por encima de odios y violencias, conformada por la
fraternidad, el amor y la justicia para todos, un lugar donde nadie puede estar excluido porque el amor
de Dios es para todos.
Su sueño se constituye en su misión. Por eso, Jesús no se queda en la contemplación, en el monte,
envuelto en su hermoso sueño. Jesús baja al llano, acompañado de sus doce apóstoles y se encuentra
con la gente real. Están enfermos. Son pobres, Sufren la injusticia, la violencia gratuita. Necesitan
reconciliación, curación, salvación. Jesús se acerca a ellos, los toca, habla con ellos. Su presencia es
sanadora, salvadora. Crea esperanza. Da nueva vida en medio del reino de la muerte. Sus apóstoles le
siguen. No entienden del todo pero intuyen que en Jesús hay una fuerza misteriosa que no hace daño,
que no es terrible, sino que está hecha de amor y ternura. Casi seguro no le han puesto nombre todavía
pero están experimentado el amor de Dios hecho humanidad en Jesús.
Pablo tiene el mismo sueño. Se ha encontrado con Jesús y siente como él y con él. Su sueño no está
poblado de fantasmas. No es una pesadilla. Es el mismo sueño de Dios. Sueña con un mundo sin
fronteras en el que nadie es extranjero. Todos son miembros de la familia de Dios y Cristo es la piedra
angular. Ahí estamos todos –o deberíamos estar–, colaborando en la construcción de la nueva ciudad,
morada de Dios y morada nuestra.
Fernando Torres Pérez, cmf