Comentario al evangelio del viernes, 31 de octubre de 2014
Me gusta pensar que los que leen estos sencillos comentarios al Evangelio de cada día son gente
llena de buena voluntad, gente buena en el mejor sentido de la palabra. Y que tienen poco que ver con
aquellos fariseos que espiaban a Jesús y que ponían todos sus esfuerzos en intentar pillarle en una
falta.
Por eso, ahora y muchas veces, hago mía la primera lectura de Pablo, el comienzo de la carta a los
Filipenses, que es sobre todo una acción de gracias. Pablo da gracias a Dios por los destinatarios de la
carta. Los conoce. Por eso la acción de gracias y la alegría cada vez que se acuerda de ellos. Ve en esa
comunidad el germen de la presencia del Reino y está convencido de que Dios que ha sembrado esa
semilla la llevará a su plenitud. Siente y sabe que comparte con ellos la misma fe y la misma esperanza
en Cristo Jesús. Los quiere y ora por ellos para que su amor siga creciendo cada vez más. Hasta llegar
a su plenitud como comunidad y como personas.
Repito que estoy seguro de que los lectores de estos comentarios están hechos de la misma esencia
que aquella comunidad cristiana de Tesalónica. Llenos de buena voluntad. Habiendo recibido la
semilla del amor de Dios, a través de su Palabra, tantas veces leída y orada.
A veces nos fijamos sobre todo en los defectos, en las faltas, en lo que nos rompe por dentro, en lo
que quiebra nuestras relaciones. Y se nos puede olvidar lo mejor que tenemos: el amor de Dios
recibido gratuitamente, la fuerza que sentimos cuando, en comunidad, compartimos el pan y el vino en
la Eucaristía. Por eso, tenemos que dar muchas gracias a Dios por lo recibido en los hermanos y en
nosotros.
Probablemente, ése sea el mejor camino para no caer en esa actitud tan fea de los fariseos con
Jesús, que trataban de pillarle en falta para condenarlo definitivamente. Cuando miramos a los demás
como dones de Dios, nos alegramos con sus alegrías, con sus éxitos, con las cosas buenas que les
pasan. Damos gracias a Dios por ellos. Y lloramos con sus penas como si fuesen nuestras. Eso es la
fraternidad del Reino.
Fernando Torres Pérez, cmf