Comentario al evangelio del sábado, 1 de noviembre de 2014
¿Qué es un santo? Estoy seguro de que las respuestas serían muy variadas. Pero todas apuntarían a
alguien que fuese bueno, que no cometiese ningún pecado, que tuviese un carácter dulce y servicial,
atento y bonachón, que fuese sacrificado y mortificado, que hubiese renunciado a las cosas buenas de
este mundo. Y seguiríamos así diciendo cosas buenas, o supuestamente buenas, que debería tener una
persona para ser declarada santo.
La verdad es que ser santo se puede ser de muchas maneras. Hace mucho tiempo leí que el
marinero se tiene que guiar por las estrellas pero no tiene que llevar su barco a las estrellas sino al
puerto de destino. Y para hacer el viaje lo mejor y más corto posible tiene que tener en cuenta las
condiciones de su propio barco y las condiciones de la mar. Importante observación. La podemos
aplicar a lo de ser santo.
Cada uno tenemos un puerto de arribada. Cada uno el nuestro. Cada uno nuestra vocación en la
vida, irrenunciable. A lo que Dios, padre bueno que quiere lo mejor para nosotros, nos ha llamado. Y
cada uno tenemos nuestra barquilla. Todas diferentes. Todas salidas de diversos astilleros. Unas tienen
mayores condiciones marineras, otras menos. A algunos todo se les ha puesto fácil en la vida: una
buena familia, una buena educación, medios materiales suficientes, una buena salud... A otros parece
que todo se les ha puesto cuesta arriba. Desde la mala salud hasta la pobreza material pasando por un
mal ambiente social o, simplemente, ser cortito de mente...
Cada uno de nosotros estamos en nuestra barquilla. Personal e intransferible. Cada uno tiene su
puerto de llegada. Ser santo viene a ser enderezar el rumbo en la medida de las posibilidades de cada
uno. Habrá quien tendrá bastante con salir de la droga y convertirse en una persona medianamente
honrada. Otros tendrán más posibilidades. También se les exigirá más: más velocidad, un rumbo más
derecho...
Santo no es el perfecto. Santo es el que toma su barquilla, tal y como es, y trata de hacer lo mejor
posible con su vida. Con sus dificultades. Con sus limitaciones. Pero lo intenta. Quizá no llegue a ser
declarado santo canónicamente. Es lo de menos. Dios le acogerá con un gran abrazo de misericordia y
cariño cuando llegue a su Reino. Y de estos santos hay muchos.
Fernando Torres Pérez, cmf