Domingo XXXIII Tiempo Ordinario Ciclo A Emilio Betancur cada semana.
NO ESCONDAMOS MAS LOS TALENTOS
La parábola generalmente llamada “la parábola de los talentos” se entiende a
menudo como una exhortación para hacer buen uso de nuestros dones de
naturaleza o gracia, pequeños o grandes. Tal comentario está lejos de explicar el
contenido de la parábola que no es para amenazar a nadie creándole miedo para
obtener mayores resultados o ganancias; menos un ajuste de cuentas de un
dueño -juez en el que resultemos perdedores; esa es la imagen de Dios que nos
infundieron desde niños y hay que desterrar de nuestro corazón empezando por
los niños. Basta decir que un Dios así no es digno de quererlo sino de temerlo.
La real y más profunda conversión del hombre no es ante todo moral sino
teológica: cambiar de imagen de Dios, pasar de un Dios juez al Dios amor,
único camino de sentirnos “hijos y hermanos”. La imagen que nos han impreso o
que nos hemos ideado de Dios es la que nos ha hecho pasivos o activos,
confiados o desconfiados, temerosos o audaces, productivos o improductivos,
esclavos o libres, felices o tristes.
UNA MUJER TALENTOSA.
El Libro de los Proverbios, colección de diversas fuentes, nos presenta una mina
de talentos en la esposa hacendosa, que no corresponde exactamente a la
imagen moderna de mujer pero que tampoco está tan desfasada en relación a
los valores que requiere toda mujer de hogar: “Además de ser el ángel del
hogar, es fiel a las tareas diarias que se le encomiendan, es signo de sabiduría
hogareña, sabe responder siempre a lo que recibe del marido, de su trabajo
familiar alcanza hasta dar la mano a los pobres y despojar a su familia de
cualquier avaricia; le basta el bien que hace a todos como agradecimiento.
“Dichoso, bienaventurado el hombre que se encuentra una mujer hacendosa:
muy superior a las perlas es su valor” (Primera lectura). La familia es el lugar
providencial donde se aprende a compartir multiplicando los talentos evitando
enterrarlos.
AUN NOS QUEDA TIEMPO
Cuando el Señor llama a los dos primeros siervos; podríamos juntar la mujer
hogareña y su familia, del libro de los proverbios. Los dos primeros siervos del
evangelio cuentan lo producido pero no recibido por el Señor, por el contrario el
dueño les da mucho más y los asocia al gozo de su vida en razón de la fidelidad
más que por sus méritos. Queda sin excusa el tercer siervo quien además de no
haber hecho nada con su talento, murmuró del dueño culpándolo por su dureza
cuando la razón de su comportamiento fue el miedo. Lo que si es cierto es
que si tenemos miedo nos arruinamos en todas las dimensiones de la vida.
El mayor obstáculo para recibir la recompensa es el egoísmo que solo nos
permite sentir y ver solo lo que nos interesa y nos gusta dejando los talentos
bajo tierra porque el miedo convierte los talentos en dinero. Por el contrario, si
nos sentimos amados y queridos por Dios esa será nuestra mayor seguridad
incluso para desenterrar todos los talentos que tenemos escondidos.
Aún nos queda el tiempo que transcurre entre la salida del dueño y su regreso; a
ese momento lo llamamos “vigilia”: De ahí la importancia de la actitud de
“Vigilancia”. Con raz￳n Pablo nos amonesta con la comunidad de Tesal￳nica: “No
durmamos como los demás; estemos vigilantes y despejados” (Segunda
lectura). La vigilancia a la que se refiere Pablo no es tanto la exterior para la
seguridad personal sino la vigilancia interior que despierta la palabra de Dios en
el corazón creyente; el cuidado con el otro que surge de la relación con Jesús
en la oración y los sacramentos y el contacto con los pobres que nos mantienen
despiertos para administrar los bienes de Dios. Es muy sabia la indicación de la
aclamaci￳n al evangelio “permanezcan en mí y yo en vosotros, dice el Se￱or, el
que permanece en mi da fruto abundante” (Jn 15,4-5).
Qué bueno fuera que al final de los días nos encontráramos delante de Dios con
las manos llenas de talentos compartidos y la conciencia limpia de las omisiones.
Padre Emilio Betancur Múnera