XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
Estemos vigilantes (1 Tes 5, 6)
Nos va exhortando Jesús: «No tengáis miedo». No quiere que tiemble nuestro
corazón ni nos acobardemos».
Pero, sin duda, nos delatamos pusilánimes no pocas veces. Es como si hubiésemos
recibido un espíritu de esclavitud y cobardía.
Mi cobardía se descubre en la manera en que me aferro a mis seguridades poco
suficientes y a mis fruslerías. Para protegerlas, me encierro en mi pequeña concha;
no salgo a abrirme a tantas oportunidades para alcanzar mi máximo potencial. No
cabe duda que no del todo me diferencio de aquellos caracterizados por san Vicente
de Paúl de «espíritus libertinos que solo piensan en divertirse y, con tal que haya de
comer, no se preocupan de nada más» (XI:397).
El temor con frecuencia resulta de una actitud servil. Si confundo a Dios con un
amo severo que infunde terror y motiva solo con palizas, difícilmente tendré la
iniciativa de ser emprendedor con los bienes que él ha dejado a mi cargo. Y más
indiferente seré aún si tarda en regresar.
Pero mi visión de un Dios esclavizador puede ser solo una proyección de mi propia
propensión a ser exigente, a segar donde no siembro y recoger donde no esparzo.
Puede ser que, al confesarme temeroso, me esté sirviendo del miedo como un
mecanismo de defensa, incapaz que soy de admitir que soy inepto, negligente y
holgazán.
Quienes claman: «Abba, Padre», por otra parte, le agradecen la vocación, las
atenciones y la confianza. Su gratitud se traduce en esfuerzos constantes, para que
su justicia supere la de los complacientes.
Estos empleados fieles y cumplidores proclaman la Palabra, insistiento a tiempo y a
destiempo. Se fían siempre de la Providencia, soportan los sufrimientos, se
entregan a la evangelización y cumplen con su ministerio. Sus corazones se
inflaman en el amor al trabajo en la asistencia a los pobres y se entregan a esta
tarea, «ya que su necesidad es extrema y Dios lo está esperando de» ellos
(XI:389). Saben que si Dios aumenta su trabajo, él aumentará también sus fuerzas
(XI:398).
Y tanto más participan en la Eucaristía, cuanto más anhelan estas mujeres
hacendosas y varones vigilantes la venida del Señor, quien «se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo».
Señor, concédenos tu Espíritu que nos dé energía, amor y buen juicio para tomar
parte en los duros trabajos del Evangelio.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)