XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
SOBERANÍA DE JESÚS EL CRISTO
Padre Pedrojosé Ynaraja
En mi infancia aceptaba oír el título de Cristo Rey sin ningún titubeo. Esta cualidad
que se le atribuye, no podíamos compararla con ningún contemporáneo. El título de
rey lo llevaban personajes de la antigüedad, no teníamos ninguna referencia a
personas que lo poseyeran por aquel entonces. Había sí, pero yo, y la mayoría de
nosotros, las desconocía. Recuerdo que cuando estudiaba bachillerato, en retiros o
ejercicios espirituales, entonábamos melodías cuyo vibrante acento estaba en
repetir el estribillo: Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. En el seminario la
aprendí en el latín gregoriano. En Taizé también se canta con otra melodía.
Os he explicado un poco de mi historia a este respecto, mis queridos jóvenes
lectores, para que comprendáis que la expresión que da nombre a este domingo, la
conozco de siempre. Per llega uno un día y se pone uno a reflexionar el significado
que pueda tener para nuestra actualidad el título. Si salgo y digo a quien me
encuentro: creo que Jesús es rey, tal vez se me responda con una sonrisa y un
interrogante, pues, aun tomándolo en serio ¿a qué clase de rey me refiero? ¿a
alguno que con esta titularidad tiraniza a su pueblo? ¿a aquellos que reinan, pero
no gobiernan? ¿a aquellos otros que cumplen una función puramente
representativa, a las órdenes de quienes en realidad mandan?.
Tal vez debamos cambiar el lenguaje e ir a vocablos más apropiados. Se me ocurre
el de soberano, quizá por su imprecisión. No me interesa demasiado el lenguaje. Lo
que os confieso, mis queridos jóvenes lectores, es que Jesús es mi ilusión, mi
protector, mi amigo, mi confidente, mi referencia en cualquier momento. Me
pregunto en alguna ocasión ¿Cómo obraría el Maestro, si estuviera en mi situación?
Pero también, jocosamente, le digo: Tú no supiste lo que era un buen café, o nunca
viste un edelweis, tampoco gozaste de volar en un avión. De manera semejante le
confío: probablemente sufriste dolor de vientre o de cabeza semejante al mío.
Tuviste seguramente hambre, porque faltó previsión al compañero apóstol que se
encargaba de ello. Eres un sol, le digo en otras ocasiones. Aunque me hubiera
casado con una mujer maravillosa, no me amaría tanto como me amas Tú, le
repito.
Así es mi Rey.
El pueblo de Israel era, en sus orígenes, beduino. Desconocía el título real. El Jeque
de su tribu era un pastor. He tenido ocasión en mi niñez de conocer a pastores de
un tío mío. Aunque eran trabajadores a sueldo, ejercían su oficio con una
delicadeza que no tenían los obreros del ferrocarril, que eran los más próximos a mi
realidad familiar. Querían a sus ovejas y corderos con ingenuo amor, muy diferente
a como apreciaban sus herramientas o máquinas los otros. Yo, que en diversas
circunstancias he tratado con pastores, entiendo seguramente algo mejor que
vosotros, el significado de esta solemnidad que cierra el año litúrgico.
Si la primitiva comunidad reconoció la divinidad de Jesús y su soberanía, y expresó
la cualidad de su amor con la figura del Buen Pastor. La comunidad industrial
actual, desconoce este oficio y por tanto será preciso hablar del Corazón de Jesús o
de la Divina Misericordia, su significado es semejante.
Pare entender el mensaje de la primera lectura del evangelio de hoy, será preciso
situarse mentalmente entre un rebaño, para reconocer la bondad de nuestro Señor.
El misterio de la Santísima Trinidad es muy misterioso. Valga la redundancia. En Él,
como podamos, debemos situarnos. Somos del Hijo y con Él seremos presentados
al Padre. Lo limitado, mediocre o malo que hayamos heredado, será blanqueado y
suprimido por esta incorporación a Cristo. Tal vez nuestra estirpe, aprisionada en el
espacio y tiempo, no sea la única. Tal vez existan otras que tengan diferentes
relaciones con Dios. La nuestra está tan íntimamente unida al Hijo, que un día, en
otra existencia, seremos con Él, así lo esperamos, incorporados a la Total Divinidad
Trinitaria. Si entró en nosotros el pecado, Jesús lo borrará.
¡Qué bella es esta perspectiva! ¿es utópica? ¿es casual e imprevisible? La lectura
evangélica nos ilumina. La felicidad eterna en la nueva existencia, es un don de
Dios, pero sin desdeñar nuestra colaboración. Deseándola Él y reclamándonosla a
nosotros.
Si la parábola de los talentos era exigente, la plástica descripción imaginaria del
Juicio Final, lo es mucho más. Bueno es aquel que ve a Jesús en el indigente, en el
discapacitado, en el enfermo… Este tal es un cristiano practicante.
Malo es el egoísta, el calculador cuando se trata de ser generoso y que está
convencido de que lo que posee lo necesita para sí mismo. El que no tiene tiempo
para ayudar a un niño impertinente, a un mendigo que supone se gastará lo que le
dé en vicios, así que será mejor no darle nada, para no colaborar a su borrachera,
el que piensa que un enfermo en estado de coma irreversible es mejor no ir a verlo,
respetar su situación de vegetal… Total, si no se entera de nada…Tal vez va a misa,
a pesar de ello, será un cristiano creyente y no practicante.
Por mi parte, os lo confieso, trato de imitar a Jesús y una condición indispensable
para conseguirlo, en mi caso, es encontrarme con Él cada día en la misa, que
celebro habitualmente yo sólo.
Por los senderos de la vida, por los avatares de cualquier situación vuestra, siempre
o cruzaréis con alguien menesteroso o discapacitado. No le ignoréis. Un día nos lo
encontraremos convertido en el fiscal de nuestro juicio.
Si somos hospitalarios, generosos sin cálculo, amables, ignorantes de antipatías
que las pueda tener el que sale a nuestro encuentro, esperando ayuda, si rezamos
por aquellos a los que no podemos personalmente ayudar de otra manera, además
de gozar satisfacción en esta realidad en la que estamos, preparamos nuestra
estancia feliz a la que llamamos Eternidad.