Solemnidad de Cristo Rey
(Ez 34, 11- 12.15-17; 1 Co 15, 20-26.28; Mt 25, 31-46).
Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. (Ap 1,5-8)
Celebramos hoy, último domingo del año litúrgico, la solemnidad de nuestro Señor
Jesucristo, Rey del universo. Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título
de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los “jefes de las naciones”
(cf. Mt 20, 25). En cambio, durante su Pasión, reivindicó una singular realeza ante
Pilato, que lo interrogó explícitamente: “¿Tú eres rey?”, y Jesús respondi￳: “Sí,
como dices, soy rey” ( Jn 18, 37); pero poco antes había declarado: “Mi reino no es
de este mundo” ( Jn 18, 36).
En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que
gobierna todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la
misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio
y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo
Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27).
El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con
la estupenda parábola del juicio final, que san Mateo colocó inmediatamente antes
del relato de la Pasión (cf. Mt 25, 31-46). Las imágenes son sencillas, el lenguaje es
popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro
destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. “Tuve hambre, y me
diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; era forastero, y me acogiste”
( Mt 25, 35), etc. ¿Quién no conoce esta página? Forma parte de nuestra
civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía
de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el
reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que,
gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor
a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al
señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno
piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina.
El reino de Dios no es una cuestión de honores y de apariencias; por el contrario,
como escribe san Pablo, es “justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” ( Rm 14, 17).
Al Señor le importa nuestro bien, es decir, que todo hombre tenga la vida y que,
especialmente sus hijos más ‘peque￱os’, puedan acceder al banquete que ha
preparado para todos. Por eso, no soporta las formas hipócritas de quien
dice: “Se￱or, Se￱or”, y después no cumple sus mandamientos (cf. Mt 7, 21). En su
reino eterno, Dios acoge a los que día a día se esfuerzan por poner en práctica su
palabra.
El verdadero reinado Cristo lo quiere instaurar en la conciencia , en el corazón y en
la vida de los hombres, de todo hombre. Ese es el único Cristo Rey, esa es la única
victoria, reino e imperio que le importa al mundo, a la Iglesia y a Dios. Cristo quiere
reinar en cada familia y poner su reinado de amor y paz, desterrando toda pelea,
divisiones y egoísmo. Cristo quiere reinar en cada joven y poner su reinado de
pureza y alegría, desterrando toda miseria y desenfreno moral. Cristo quiere reinar
en cada comunidad eclesial y poner su reinado de unión, desterrando envidias,
rencores, murmuraciones y ansias de protagonismo. Cristo quiere reinar en
cada obispo , sacerdote, diácono y poner su reinado de servicio humilde,
desterrando todo autoritarismo y ansias de carrerismo y ambiciones. Cristo quiere
reinar en cada laico , aunque sea incrédulo, ateo, agnóstico. Cristo quiere reinar en
cada asilo de ancianos y poner ternura y cuidado amoroso, desterrando la ideología
del descarte. Cristo quiere reinar en cada hospital y poner paciencia, alivio e interés
por el enfermo. Cristo quiere reinar en cada Parlamento y poner su reinado de
justicia y de verdad, desterrando toda explotación, venganza y ansias de dominio.
Cristo quiere reinar en cada nación , instaurando su libertad en este mundo que
quiere enarbolar la bandera del liberalismo; venciendo, con la fe y el amor, el
marxismo comunista que ha dejado millones de muertes y naciones enteras
devastadas. Y ante este Nuevo Orden Mundial que nos quiere imponer (aborto,
eutanasia, homosexualidad aprobada e incentivada, ingeniería genética sin
límites…), Cristo quiere reafirmar su Reinado verdadero, ganado con su sangre
bendita.
Cristo sobre todo quiere reinar en nuestra vida. Sobre nuestra mente, para que
tengamos los criterios de Cristo. Sobre nuestra afectividad, para que nuestros
amores sean los de Cristo. Sobre nuestra voluntad, para que nuestras decisiones
sean como las de Cristo.
La Virgen María, nuestra Madre y Modelo, es la más humilde de todas las criaturas,
es la más grande a sus ojos y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey. A
su intercesión celestial queremos encomendarnos una vez más con confianza filial,
para poder cumplir nuestra misión cristiana en el mundo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)