I Domingo de Adviento, Ciclo B
Rosalino Dizon Reyes.
Dios es fiel (1 Cor 1, 9)
Esperamos arrepentidos la gloriosa venida de nuestro Salvador indulgente.
Confiesa el profeta Isaías con pena y humildad las culpas del pueblo elegido.
Reconoce su impureza, su justicia manchada, su infecundidad y su olvido del Señor.
Lamenta las desgracias que les han acaecido, aceptándolas como solo la cosecha de
lo plantado por ellos.
Pero el profeta no se regodea en la autocompasión, como lo hacen los con complejo
de superioridad cuando fracasan (cf. Reglas CM XII:3). Sigue creyendo firmemente
que nada pasa sin que lo quiera o permita la Providencia—hasta Dios mismo
«endureciéndoles» el corazón a los extraviados. Recuerda la misericordia del Señor
y sus obras salvadoras, memorables, nunca antes vistas ni oídas.
El recuerdo de las hazañas del Señor le da confianza y esperanza al profeta.
Ciertamente, Dios renovará su amor para con su pueblo. El Señor no será el Dios
que se proclama misericordioso y compasivo, si él no escucha al que clama:
ᆱVuélvete, por amor a tus siervos … ᄏ.
La Eucaristía, la proclamación de la muerte del Señor hasta que venga, hace
recordación de la obra salvadora más grande de Dios. Esta anamnesis infunde de
por sí la esperanza más grande y más eficaz a los participantes, dado que es Cristo
quien actúa por medio de la Iglesia en los sacramentos. Si, por lo tanto, los
participantes seguimos desesperando de Dios y de nosotros mismos, la culpa será
nuestra. A nosotros mismos hemos de examinar antes de comer el pan y beber la
copa.
De hecho, ya advierte el profeta Isaías del peligro de que el culto degenere en un
gesto de autocomplacencia. Fácilmente presumo de mi cumplimiento fiel de los
deberes religiosos que por poco considero la gracia como algo que Dios me debe.
Pero la enseñanza cierta, bien opuesta a la vana complacencia y a la mentalidad
mágica, es que soy aún un siervo inútil aun después de que haya hecho todo lo
mandado.
El culto auténtico, lejos de conducir a pretensiones meritocráticas siempre
exclusivistas, da paso más bien a gestos de servicio humilde y desinteresado. De la
participación en la Eucaristía emana tal procesión como la que vio san Vicente de
Paúl en Châtillon (IX:232).
Esto es, en parte, lo que quiere decir mirar y velar, que en cualquier momento
puede llegar el esperado Salvador en forma de Dios o en forma sorprendente de un
inmigrante, una viuda o un huérfano.
Vuélvete, Señor Jesús. Concédenos a los que confesamos nuestros pecados la
gracia de reconocerte cada vez que vengas a visitarnos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)