Primera semana de Adviento
LUNES
Un pueblo congregado que inaugura un nuevo tiempo
Isaías 2,1-5
“Casa de Jacob, andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh”
Isaías pone en nuestra boca una canción. Comenzamos el tiempo del adviento
con el propósito de dedicarle un poco más de espacio a la escucha de la Palabra
de Dios, expresando nuestro deseo tal como lo canta el pueblo que sube alegre
la montaña del templo: “ Subamos... para que él nos enseñe sus caminos y
nosotros sigamos sus senderos ” (Isaías 2,3).
La voz del profeta Isaías, predicador de la esperanza en el siglo VIII aC, resuena
para remover las conciencias y dar una nueva visión del proyecto de Dios en el
mundo. Sus profecías nos educarán durante el adviento para vivir el itinerario
que va de la oscuridad a la luz, esto es, de las tinieblas de los miedos,
sufrimientos y angustias que causa el mal en la humanidad, a la revelación
luminosa de la obra poderosa que Dios realiza con la llegada del Mesías.
Un rápido diagnóstico de la realidad que vivimos, nos lleva a decir que uno de
los grandes anhelos de la humanidad es la paz. El mundo en el que vivimos es
conflictivo. Sobre esta oscuridad de la guerra, de la división, de la violencia, de
la destrucción de personas y del medio ambiente, la palabra profética de hoy
arroja toda su luz de esperanza: “¡ Ven pueblo de Jacob, caminemos a la luz
del Señor !” (v.5).
Veamos algunos aspectos destacados de esta profecía isaíanica:
1. Una nueva convocación de la humanidad para pensar la historia desde
otro punto de vista (2,2-3ª)
La profecía isaiánica abre ante nosotros un hermoso paisaje: el de un monte
firme que domina todo el panorama en el que de repente se notan ríos humanos
que lo escalan procesionalmente por todos sus costados (v.2).
Los peregrinos no son únicamente los israelitas (ver el v.5) sino la humanidad
entera: “Confluirán a él todas la naciones y acudirán pueblos numerosos” (vv.2c
y 3ª).
El punto de convergencia de todo este movimiento es Sión coronado por el
Templo del Señor. Desde esta altura geográfica y espiritual se ve el mundo con
los ojos de Dios y no desde los intereses egoístas humanos.
2. El canto de los peregrinos: el deseo de aprender la Palabra de Dios
(v.3)
Comienza entonces la canción con la que los peregrinos se animan unos a otros
en el caminar: “ Vengan, subamos... ” (v.3).
La frase expresa el propósito del viaje, o mejor el sentido de la irresistible
atracción que este monte ejerce sobre ellos. El camino ascensional está
impulsado por el deseo de ser educado por Dios y de iniciar una nueva vida
según sus criterios, escuchando y viviendo su Palabra. Esto es lo que el profeta
llama “ seguir sus senderos ”.
3. Las divergencias se vuelven convergencia en el proyecto común del
crecimiento de todos en fraternidad (v.4)
Llegamos al momento sublime en el que se ve el efecto de la subida para
aprender la Palabra de Dios: los ríos humanos se convierten entonces en un solo
pueblo que reconcilia sus divergencias.
Hay un doble movimiento. La atracción hacia Dios, expresada en la subida a la
montaña, se vuelve luego irradiación hacia el mundo. La gente que baja la
montaña ha vivido un cambio que proyecta por doquiera que va: ahora se siente
pueblo en comunión, que a diferencia de la antigua Babel (ver Gn 11,1-9), está
unido
por la experiencia de Dios, vivida en la obediencia a su palabra, y no por
la soberbia humana que excluye a Dios del proyecto de vida,
por la comprensión entre sí y no por la fragmentación de los que
tercamente defienden sus propios proyectos,
por la paz y no por las alianzas para la guerra
por el crecimiento de todos por igual y no por la competencia que genera
dominaciones.
En el monte se vuelven comunidad . Para ellos la historia se convierte entonces
en un camino hacia la plenitud de vida que supera las contradicciones históricas
del exterminio entre los adversarios; es el camino de una comunidad que trabaja
mancomunadamente para producir los recursos que necesita para su bienestar.
Este pueblo unido por la experiencia de la Palabra camina, como en una gran
marcha de la vida hacia una nueva ascensión que ya no es geográfica sino
espiritual. Bajo el juicio de Dios, se hacen alianzas (v.4ª) ya que encuentran
motivos para entenderse y generar proyectos comunitarios que promueven la
vida y el desarrollo de todos (v.4bc). La justicia de Dios genera la paz.
El profeta describe con fuerza la nueva realidad de la comunidad señalando dos
grandes acciones (v.4bc):
“Espadas” se vuelven “azadones” y “lanzas” se vuelven
“podaderas”. Esto es, se transforman los instrumentos de exterminio,
de muerte, en instrumentos de trabajo comunitario de la tierra que
generan el alimento que sostiene la vida. Los azadones son útiles para
los trigales y las podaderas para las viñas, de donde resulta el pan y el
vino, alimentos básicos para la vida y la comunión familiar.
“No se levantarán contra... No se ejercitarán en la guerra”. Es
decir, acuerdan no destruirse nunca más entre ellos mismos, ni dar
espacio para los campos de entrenamiento militar.
Este es el nuevo pueblo que ya desde el Antiguo Testamento comenzó a cantar:
Caminemos a la luz del Señor ” (v.5). Un pueblo que no camina a la luz de
los intereses mezquinos que están a la base de todas las confrontaciones, sino a
la luz del proyecto de Dios que es el del crecimiento comunitario basado en la
hermandad.
Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 8,5-11)
La comunidad, que sólo es verdadera cuando se construye sobre la base de la
Palabra y los proyectos comunes de vida, es un don que Dios quiere hacernos
hoy en Jesús, el Mesías. En torno a Jesús y a su Palabra es posible dicha
comunidad.
El Evangelio, que leemos en Mt 8,5-11, nos presenta en la búsqueda de Jesús
por parte del centurión romano el primer paso en firme de uno que empieza a
subir el monte de la justicia y la paz. Se trata de uno que viene de lejos en
todos los sentidos, de uno que le ha hecho el juego a la guerra, al sometimiento
imperial de los pueblos, aprovechándose de los otros. El centurión es un
peregrino que viene en busca de palabra de Jesús que sana. Frente a Jesús,
incluso, supera la divergencia entre patrón y criado. Con el paso de la fe ha
peregrinado hacia el centro de convergencia que es el Reino de los Cielos, que
ha irrumpido en la persona y el ministerio de Jesús.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
La primera realidad mesiánica es el de un pueblo que se hace mesiánico al
volver a escuchar la Palabra, para dejarse congregar y guiar por el proyecto de
Dios; un pueblo en el que caben todos los pueblos y se reconcilian todas las
diversidades; un pueblo que aprende el leguaje común de la fraternidad y la
solidaridad.
1. ¿Cómo es mi vida comunitaria en la familia, en mi sector, en mi barrio, en mi
parroquia? ¿Puedo decir que el ambiente en el que vivo mis relaciones es el de
una comunidad mesiánica?
2. El Adviento nos prepara para la acogida de la “Palabra” que se “hizo carne” en
Jesús. Releyendo el texto de hoy, ¿Qué busco en Dios y particularmente en la
persona de Jesús? ¿Qué sucederá si todos los buscamos?
3. En nuestra sociedad hay gente que muere de hambre, pero al mismo tiempo
se invierten grandes cantidades dinero en las armas. ¿Qué enseña la profecía de
hoy al respecto?
4. ¿Qué voy a aportar, desde lo que personalmente me corresponde, para que
en este mundo globalizado y neoliberal le apuntemos a una comunión de las
economías y a una transformación -para el servicio social- de las tecnologías, de
manera que haya recursos para el crecimiento de todos y nadie muera de
hambre?
“Es capaz de creer en el Reino de Dios solamente quien está en camino, quien
ama al mismo tiempo la tierra y a Dios” (Dietrich Bonhoeffer)
Padre Fidel Oñoro CJM