Primera semana de Adviento
MARTES
Segunda realidad mesiánica: el Mesías que viene
Isaías 11,1-10
“Saldrá una rama del tronco de Jesé y un reto￱o de sus raíces brotará”
¿Se imagina Usted el hermoso espectáculo de una vaca y una osa que se
vuelven comadres o del lobo y el cordero que, después de larga enemistad,
llegan a ser amigos?
La visión profética de Isaías, que leemos hoy, tiene la osadía de ver el mundo
así: a los viejos enemigos, de los cuales alguna vez pensamos que jamás
llegarían a cambiar de actitud, de repente los vemos hacerse amigos,
aprendiendo una sana y fructífera convivencia. Es el sueño de la reconciliación,
de la paz definitiva, de la humanidad querida por Dios.
Este sue￱o lo realiza el Mesías: “ Saldrá una rama del tronco de Jesé ” (11,1).
En él reto￱a ―después de largo tiempo de aridez por el invierno o quizás por
una tremenda sequía―, como un árbol, una nueva humanidad. En el Mesías,
Dios retoma desde la raíz su proyecto sobre el mundo. ¡Su venida nos devuelve
la esperanza del fin de las guerras e inaugura el nuevo proyecto de humanidad!
¿Cómo podremos contemplar la venida? Sigamos el hilo de la profecía isaiánica:
El v.9 nos da una pista que conecta muy bien con la invitación que recibimos
ayer para subir al Monte Si￳n: “ Nadie hará daño, nadie hará mal en todo
mi monte santo ” (11,9). Desde el monte consagrado por la presencia de Dios,
en comunión con Él, se ve cómo hace surgir el mundo nuevo que a veces no
conseguimos vislumbrar.
Subiendo junto con el profeta Isaías contemplamos asombrados este
espectáculo:
sobre la tierra semiárida de Palestina el paisaje vegetal, cósmico y
humano se transforma: primero un tronco retoña (11,1),
luego soplan los vientos desde los cuatro puntos cardinales; éstos ya no
pasan derecho sobre el árbol sino que se posan sobre el retoño
comunicándole su vitalidad (11,2),
con esta fuerza el retoño se levanta y le hace justicia a los pobres de la
tierra (11,3-5),
entonces la justicia genera paz y reconciliación entre los irreconciliables de
la tierra (11,6-9),
finalmente, el reto￱o (que es el Mesías) ―y no s￳lo el monte Si￳n― se
vuelve estandarte que responde a las búsquedas de todos los hombres de
la tierra (11,10).
Detengámonos en cada uno de estos cuadros:
1. Del tronco de Jesé brota un retoño (11,1)
La promesa de Dios vivifica la cepa de la historia de la salvación. Los orígenes
del Mesías descendiente de David son humildes, pero hay que ver en él la obra
de Dios. El viejo árbol no ha muerto, la savia ―la fuerza de la vida― es perenne,
aun cuando no se note, ella siempre ha estado ahí y Dios la vuelve a manifestar.
2. Los cuatro vientos de la tierra se posan sobre el retoño de David
(11,2)
Los vientos simbolizan el Espíritu de Dios que unge al Mesías. Se trata del
Espíritu que hizo posible la creación (ver Génesis 1,1-2) y que suscitó líderes
para Israel (ver Números 11).
Su don es cuádruple, número que hace referencia a una realidad completa:
es el mismo Espíritu del Señor ;
es Espíritu de sabiduría e inteligencia : éste le da al Mesías la
capacidad de percibir la realidad como Dios la ve, con mirada de justicia y
de verdad; esto es lo primero que necesita un líder;
es Espíritu de prudencia y valentía : se trata del criterio para el buen
gobierno y del valor para emprender grandes acciones que implica su alta
responsabilidad, ya que no es suficiente ver lo que hay que hacer sino
que es necesario, ante todo, ponerse en acción sacando adelante los
proyectos;
es Espíritu de conocimiento y temor del Señor : el líder obra con una
actitud de humildad profunda ante Dios, porque es el Señor quien
verdaderamente lo sabe y lo puede todo.
3. Surge en medio del pueblo un líder íntegro y justo (11,3-5)
Cuando entra en acción, el Mesías se pone del lado del desprotegido, de aquél a
quien les son negados sus derechos. Su criterio de juicio no son las habladurías.
Él, con la fuerza de su palabra pondrá en evidencia al culpable y hará justicia
poniendo en su sitio a los que hacen imposible la paz, los que siempre están
generando división y discriminación porque actúan según sus intereses. Una vez
que lo logra, se reviste solemnemente con las insignias reales de la justicia
(“ Justicia será el ceñidor de su cintura ”) y la verdad (“ Verdad será el
cinturón de sus flancos ”).
4. La no-violencia se convierte en un estilo de vida dinámico en el que se
tejen relaciones constructivas entre los antiguos (y ancestrales
enemigos (11,6-9)
Este nuevo estilo de vida, que ya no depende del impulso natural de venganza o
de dominio sobre el otro sino de una fuerza interna que lleva respetar y amar
promoviendo la vida, se simboliza en la reconciliación de los animales salvajes
con los animales domésticos:
Los animales depredadores están dispuestos a cambiar de dieta con tal de
no hacer daño.
En medio de ellos el hombre ―cuya vida está siempre amenazada por los
animales salvajes― aparece como un ni￱o débil e indefenso ante quien las
fieras, e incluso la más indomesticable de todas, la serpiente, se vuelven
mansas y comparten con confianza sus espacios como en un juego
infantil.
Sin cambiar su ubicación en la montaña, finalmente la profecía amplía
progresivamente la visión, como cuando se contempla la amplitud de un océano,
para anunciar la reconciliación del mundo: entre los animales salvajes, entre los
a veces no menos salvajes que son los hombres, y finalmente entre los hombres
y Dios: “ Nadie hará daño, nadie hará mal... porque la tierra estará llena
del conocimiento de Yahveh ” (11,9).
5. En el centro de toda esta obra está el Mesías, la “bandera” que
buscan los pueblos (11,10)
La profecía no pierde de vista la persona del Mesías, la “raíz de Jesé”. Él
aparece visible como una “bandera”. En una bella trasposici￳n de símbolos, la
“raíz” aparece también como “bandera” militar, expresi￳n de su vigor y anuncio
de su victoria sobre el mal. Junto al Mesías los pueblos no combaten entre sí
sino que se unen a la única batalla que vale la pena librar unidos: la promoción
de la vida y la fraternidad.
También al final, la profecía nos hace ver cómo los paganos que buscaban a Dios
en lo alto del monte Sión (ver la lectura de ayer), ahora lo buscan de manera
concreta en la “raíz de Jesé”, el sucesor de David.
La “ morada gloriosa ” del Mesías, es el punto de encuentro de todas las
naciones buscadoras de Dios y su justicia. En esta “ morada ” hay paz y
descanso, porque sólo en Él encuentran reposo, esto es, tienen su realización y
plenitud todos los proyectos humanos.
Y la profecía se realiza en Jesús (Lc 10,21-24)
JESÚS es el MESÍAS que realiza lo anunciado por el profeta. Lo reconocemos por
un detalle: como nos enseña hoy el Evangelio de Lucas, sobre él se posa el
Espíritu Santo con el don del gozo (10,21) y del conocimiento de Dios (10,22).
Los pequeños en su sencillez se abren ante la Palabra que trasmite el
“conocimiento” de “quién es el Padre” y “quién es el Hijo”, la cual les llega por
boca de los predicadores. En la Buena Nueva de Jesús se realiza lo que el
profeta Isaías anunció pero no vio y lo que los gobernantes de la tierra quisieron
lograr pero no consiguieron.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
La segunda realidad mesiánica es la de la persona del Mesías. En él todo renace
desde la raíz y todas las realidades humanas se ordenan en función del proyecto
de vida en un ámbito de hermandad propuesto por Dios. El camino de la
reconciliación que le devuelve al mundo su vitalidad para crecer juntos comienza
con el “conocimiento del Señor” que trae el Mesías.
1. ¿Qué me dicen los cinco pasos de la profecía de Isaías? ¿Cómo se relacionan
con el despertar, en lo más profundo de mí, de las esperanzas marchitas?
2. ¿Qué retrato hace la profecía de la realidad que estamos viviendo a nivel
nacional e internacional?
3. ¿Qué relaciones están rotas en mi vida? ¿Tengo interés por restablecer las
relaciones difíciles en este tiempo de Adviento y Navidad? ¿Cuál es el punto de
partida que propone la profecía?
4. ¿En este árbol del mundo qué ramas se han marchitado? ¿Cuál es la buena
noticia que anuncia la promesa profética y de qué manera Jesús la lleva a cabo?
“La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, consiste sencillamente en custodiar
nuestra pequeñez, para que pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra
pequeñez. Para esto, la humildad, la mansedumbre, son importantes en la vida
del cristiano, porque es una custodia de la pequeñez, a la cual le place mirar el
Señor. Y será siempre el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del
Se￱or”
(Papa Francisco, homilía 21.01.14)
Padre Fidel Oñoro CJM