Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María (8 de
diciembre)
Una herencia desconocida
Padre Pedrojosé Ynaraja
La primera y la tercera lectura que se proclama en la misa de hoy, no están
exentas ambas de un rico colorido. Seguramente que trasladado el texto al terreno
plástico, encabezan la lista de temas religiosos que nos han llegado. Tal vez solo
superadas por la representación del Jesús crucificado.
No tratéis de darle sentido histórico a la manera que nosotros consideramos cual es
el género histórico. El pasaje es sin duda pintoresco. Teológicamente considerado
se le llama el protoevangelio y por este motivo ha sido escogido para la liturgia de
la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María. Concepción y permanencia,
porque no olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, que la Eva mítica también
apareció en el Edén inmaculada, pero no permaneció en este estado.
Me desvío un poco y os explico lo que en sí es pura anécdota. El texto habla de un
árbol con su fruto, sin especificar de cual se trata. La tradición occidental supone
que era una manzana, no recuerdo ahora en que se basa, ni tampoco hace falta
que lo busque. Por tierras de oriente dicen que era un higo, cosa relacionada con
las hojas de higuera, que relata después que fueron la improvisada protección de
nuestros personajes. No está mal ideado. Es tal la belleza de las granadas de
Armenia, que por allí dicen que este fue el fruto apetitoso y prohibido. Pensad como
queráis. Evidentemente, por atractivo que pudiera ser, si la tentación hubiera sido
mordisquear un fruta, no hubiera sido tal. Pero, os vuelvo a advertir, que el texto,
más que relato documental, es enseñanza catequética muy importante. Y no me
negaréis que, también literariamente, tiene también gracia.
Que las serpientes no coman tierra, lo sabemos nosotros muy bien, ya que las
tenemos clasificadas como vertebrados reptiles, pero para quien inspirado escribió
el texto, no las distinguían de las lombrices, simples anélidos y que, recordad, estos
sí tragan tierra.
Nuestra apreciada madre Eva sucumbió y su calzonazos compañero Adán también.
Se perdió una batalla, pero no la guerra. Lo sabía bien el Señor y se lo confió a los
humanos. No fueron aniquilados y conservaron este anuncio de salvación,
generación tras generación.
El maravilloso texto evangélico que nos ha confiado Lucas, lo leemos hoy como
confirmación de esta Esperanza que había sembrado Dios en el corazón del
hombre.
María es la nueva Eva. Es el título que gustaban darle los mejores autores
espirituales antiguos. Concebida como la primera, no dejó nunca de ser fiel a Dios,
a diferencia de la del Paraíso.
La Iglesia guardaba este tesoro espiritual sin tenerlo clasificado. El pueblo fiel lo
proclamaba públicamente en sus casas. Por donde yo resido, muchas de ellas tiene
grabado en el dintel de sus puertas esta verdad. Fue también el saludo habitual de
muchas gentes que al llegar a un domicilio. Gritaban: Ave, María purísima.
Si el pueblo lo proclamaba de estas maneras, el teólogo Duns Scoto lo formuló de
esta otra, que abreviada suena así: quiso y no pudo, no es Dios. Pudo y no quiso,
no es Hijo. Digan, pues, que pudo y quiso. Así que es inmaculada. Os dejo este
aparente trabalenguas, mis queridos jóvenes lectores, para que vosotros mismos lo
desentrañéis.
Llegó un día en que la Iglesia quiso completar su balance espiritual, que poseía
temas sin tenerlos registrados. Fue a mediados del siglo XIX. Los dogmas no se
inventan, ni se improvisan. Se proclaman.
Si somos conscientes de lo que comporta, hoy nos sentiremos más felices ya que
uno de los nuestros, mujer insigne, pero del pueblo, ha triunfado, es una heroína.
Nosotros participamos de esta suerte. María no nos es indiferente, es hermana y
madre. De su reconocido medallón participamos nosotros.