DOMINGO I DE ADVIENTO (B)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas, monje de Montserrat
30 de noviembre de 2014
Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7;Sal 79, 2ac.3bc. 15-16. 19(R .: 4);1C 1, 3-9; Mc 13, 33-37
Circulan varios videos por internet que son muy interesantes:
Reproducen el aterrizaje de un avión un día de niebla muy espesa. Las imágenes
están tomadas desde la cabina de los tripulantes y no se ve absolutamente nada,
delante sólo hay como una cortina blanca. Se escucha una voz en off del capitán y de
repente aparece la pista de aterrizaje, con una visibilidad de muy pocos metros por
delante. Por último, y a una velocidad considerable, el avión aterriza con suavidad en
medio de una pista que sigue invadida por la niebla. Mientras lo miras se te va
encogiendo el corazón y piensas: ¿seguro que aparecerá la pista, al final? Todo el
secreto de la maniobra consiste en el piloto automático. Es decir, una máquina, una
especie de superordenador que calcula la posición del avión respecto a la pista en
cada momento y que da las órdenes precisas para aterrizar. En este caso es mucho
más seguro que si cogiera los mandos el piloto.
Las lecturas de este primer domingo de Adviento me han hecho pensar en estos
vídeos porque nos ofrecen un mensaje del todo opuesto. Lo podríamos formular así:
en nuestra vida personal, a todos los niveles -desde el profesional hasta el espiritual-,
no nos sirve el piloto automático. No hay una máquina que pueda pilotar nuestro
destino, sino que somos nosotros mismos quienes hemos de tomar las riendas y
decidir, en cada momento, qué queremos hacer o hacia dónde queremos ir, ejerciendo
nuestra libertad. Con el peligro de que, alguna vez, en medio de la niebla no aparezca
la pista y en vez de aterrizar plácidamente nos peguemos un buen tortazo.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: Mirad, vigilad , nos vienen a decir esto:
no os fieis del piloto automático y no dejéis que el aburrimiento o las distracciones os
hagan perder la atención. Nos jugamos la vida, y a veces -como en el símil del avión,
la nuestra y la de otras personas- y conviene poner en ello los cinco sentidos.
Seguramente alguien debe estar pensando que este paralelismo no es
suficientemente acertado; que la vida, y la vida cristiana aún menos, tiene poco que
ver con el aterrizaje de un avión en una pista brumosa. Y tiene toda la razón. Con las
comparaciones pasa esto, que no son del todo adecuadas. Aunque encontremos algo
en común, hay muchas más que son completamente diferentes. Las lecturas de hoy
incluyen muchos elementos propios y diferenciales de la vida de los creyentes.
Empezamos por la relación sincera y confiada con Dios. El profeta sabe que, en medio
de todo, es decir pase lo que pase, el Señor Dios es nuestro padre, nosotros la arcilla
y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano . Por eso puede pedir insistentemente la
presencia de Dios en medio del pueblo: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo
los montes con tu presencia! El creyente sabe, además, que la venida del Señor lo
salvará, lo renovará, lo liberará del mal y de la muerte. Respondíamos con el salmista:
Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve . Y aún hay otra particularidad en
nuestra vida cristiana, una muy importante: es la posibilidad del perdón, de la
reconciliación, de volver a intentarlo si nos equivocamos. Y esto no es para favorecer
la irresponsabilidad de nuestra parte, sino que es para darnos esperanza y hacernos
más agradecidos a la fidelidad y a la misericordia de Dios. Como Él sabe de qué arcilla
estamos hechos, nos ha enviado a su Hijo único Jesucristo, para salvarnos, para
rehacernos de nuevo desde dentro y desde el principio. Esto lo ha hecho por amor y
gratuitamente. Lo reconocía el apóstol san Pablo cuando escribía a los Corintios que
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
Volvemos al vídeo del avión aterrizando entre la niebla espesa. Cuando ya está en la
pista, al cabo de unos segundos se desconecta el piloto automático. Incluso en este
caso, el piloto automático no sirve para todo. A fin de llegar a la terminal es necesario
que el capitán se haga cargo de los mandos y que vele atentamente hasta dejar el
avión bien estacionado en el lugar adecuado. Velad, nos dice Jesús en el evangelio; y
velar es también uno de los objetivos que el Papa espera de los consagrados para el
Año de la Vida Consagrada que hoy comienza. Como ya sabéis el Papa ha dispuesto
que desde hoy hasta el día 2 de febrero de 2016 la Iglesia católica dedique un año a la
vida consagrada. Y espera de los que hemos recibido la vocación de consagración a
Dios que miremos el pasado con gratitud, que vivamos el presente con pasión y que
abracemos el futuro con esperanza; este mensaje de esperanza para el futuro
debemos vivirlo, dice el Papa, "en vigilante vela ", y nos alienta, siguiendo San Pablo
(Rom 13, 11-14), a revestirnos de Jesucristo y a permaneciendo despiertos y vigilantes
(Carta del Francisco a todos los consagrados, 21 de noviembre 2014, n. 3).
Dejémonos sorprender, hermanas y hermanos, una vez más, un año más, por nuestro
Dios que en Jesucristo viene a encontrarnos. Mantengámonos atentos y velemos
sobre nuestra vida, porque sólo así podremos llegar a ser protagonistas de la aventura
de sabernos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Y vivamos con la confianza de que
en el último aterrizaje de nuestra vida que tendremos que pilotar, por mucha niebla
que haya, no estaremos solos: Jesucristo cogerá los mandos con nosotros, Él mismo
nos conducirá a la terminal y allí nos recibirá en la alegría y en la vida por toda la
eternidad. Así lo esperamos y lo deseamos, por la gracia de Dios. Amén.