Segunda semana de Adviento
MARTES
Es la hora de la consolación
Isaías 40,1-11
“Consolad, consolad a mi pueblo ―dice vuestro Dios”
Nos ponemos a la escucha de una de las profecías más célebres de Isaías, el
anuncio de la “consolaci￳n”, el profeta Isaías nos plantea con todas sus fuerzas
el pregón del Adviento: ¡Consolad! ¡Consolad! Y anuncia cambios maravillosos
que están a punto de suceder. Por razón de espacio iremos solamente a lo
esencial de esta página bíblica.
En la experiencia bíblica, la consolación es mucho más fuerte y radical que la
que acostumbramos ofrecernos entre nosotros. Por más que uno quiera, por
ejemplo, ante la desgracia que vive un amigo o ante un funeral, uno lo más que
puede hacer es darle un poco de alivio con la escucha, con la presencia amiga,
con una expresión de solidaridad; pero el amigo o los dolientes siguen con el
problema.
La consolación que ofrece el Señor es el vuelco que vive una persona y una
comunidad, pasando de una triste situación a una de plena realización, gracias a
la superación del factor que la originó. No es quedarse en la periferia de los
problemas con tranquilizantes pasajeros, sino el comienzo de una nueva etapa
positiva.
Según esto, ¿Cuál es la espiritualidad de la consolación que nos invita a vivir el
profeta en el adviento del Mesías?
Siguiendo el hilo del texto, podemos hoy concentrarnos en algunas pautas que
serán muy útiles para nuestro ejercicio espiritual:
1. El Señor interpela hasta el fondo, hasta el coraz￳n: “hablad al coraz￳n de
Jerusalén” (40,1-2)
Primero que todo se recuperan los ánimos.
Para explicar esto, el profeta presenta a Jerusalén como una bella dama que es
conquistada por la palabra penetrante y amorosa de su amante. De esta forma,
Dios quiere reconquistar el amor de su pueblo infiel.
La buena noticia que el mensajero coloca en el corazón de Jerusalén es que se
acabarán los motivos de su tristeza, esto es, el fin de su aislamiento en la
experiencia histórica del destierro. En la historia de Israel, el destierro había
venido como castigo por su pecado. La consolación comienza con el don del
perd￳n: “y a ha satisfecho por su culpa ”.
Y como es probable que en la situación de castigo se haya llegado a sufrir un
poco más de la cuenta, el profeta anuncia que todo este sufrimiento recibirá su
recompensa.
2. El Se￱or prepara el camino: “En el desierto preparen el camino del
Se￱or” (40,3-5)
Además de la preparaci￳n interna ―la buena disposici￳n del coraz￳n― se
emprende la preparación externa: el camino de regreso a la tierra por el
desierto.
El consuelo no se vive de un momento para otro, tiene su proceso, con sus
respectivas etapas, así como lo fue el camino de Israel por el desierto en el
éxodo: “ todo valle sea elevado, todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo
escabroso llano, y las breñas planicie ”.
En este espacio geográfico y espiritual del desierto se realizan grandes
transformaciones: la gloria del Se￱or, la “shekiná”, que desde anta￱o habitaba al
pueblo, relucirá como nunca y sus rayos sorprenderán a toda la humanidad: “ Se
revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá ”.
3. Una pausa de reflexión para tomar conciencia de sí mismo frente a la
grandeza de Dios: “Todos los mortales son como la hierba y como la flor
campestre su esplendor” (40,6-8)
El pregón de la consolación tiene como contenido la fuerza de la palabra de Dios,
la cual es como un fuerte aliento (como “Ruah”) que, si bien genera una nueva
creación, por otra parte no sabemos si podremos resistirlo. Es como le sucede a
la débil hierba mañanera en las estepas de Israel apenas pasa el viento cálido
del desierto. Por eso, el profeta se permite un pequeño diálogo (o quizás
monólogo) en el que se interioriza esta realidad: ¿frente a la grandeza y la
eternidad de Dios, quién soy yo?
4. La venida del Se￱or en persona realiza la salvaci￳n esperada: “Ahí
está vuestro Dios” (40,9-11)
El profeta que ha hablado amorosamente al corazón del pueblo, que ha dado
órdenes para que se prepare el camino y que ha provocado una pausa de
reflexión, se convierte finalmente en el alegre mensajero que corre
agitadamente el último tramo del desierto abriendo el camino hasta llegar a la
tierra. Cuando llega, sube a la montaña más alta de la región de Judá para que
lo escuchen en todos los rincones: “ Súbete a un alto monte, alegre
mensajero para Sión ”.
El alegre mensajero grita a los cuatro vientos la inminencia de la llegada de Dios
y su salvación con estas tres proclamas que van desvelando progresivamente el
escenario en el momento en que aparece Dios:
(1) “ Mirad a vuestro Dios ”;
(2) “ Mirad su brazo robusto ” (=poder);
(3) “ Mirad su séquito en la marcha de la victoria ” (=arrastra a los vencidos
y carga el botín de guerra).
Este Dios que se presenta como salvador poderoso, tiene el corazón, la ternura y
la delicadeza de un pastor, que lo que más desea es la vida y el bienestar de la
comunidad de la cual es responsable: “ Como pastor pastorea su rebaño :
(1) recoge en brazos los corderitos ,
(2) en el seno los lleva ,
(3) y trata con cuidado a las paridas
Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 18,12-14)
La parábola del pastor que busca en medio de las montañas la oveja perdida,
anuncia que el MESIAS , viene precisamente a realizar esta profecía de la
consolación. Siguiendo la insinuación del evangelista Mateo, también nosotros
somos invitados a participar en la búsqueda de la oveja y animar alegremente
su regreso a casa.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
Sugerimos leer muy despacio esta profecía del Adviento, para luego reflexionar y
orar a partir de las preguntas:
1. ¿Qué se entiende por consolación en la Biblia? ¿Cómo la vivió el pueblo de
Israel en el exilio de Babilionia?
2. ¿En este Adviento en qué necesitamos ser consolados, mi familia y yo, por el
Señor?
3. ¿Qué cualidades se anuncian de Dios en la profecía? ¿Es ése el rostro de Dios
que quiero experimentar?
4. ¿Qué pasos da el Señor para hacer efectiva la consolación?
5. ¿Qué características tiene el profeta que anuncia la consolación? ¿Qué tarea
me está encargando el Señor para este tiempo fuerte del Adviento y la Navidad?
Padre Fidel Oñoro CJM