II Domingo de Adviento, Ciclo B
Rosalino Dizon Reyes
Apresurando la venida del día de Dios (2 Pt 3, 12)
La Buena Nueva es, por definición, nueva. Pero es antigua también: en el principio
ya estaba junto a Dios.
La Buena Noticia comienza con la llamada antigua a que nos purifiquemos para la
Gran Teofanía. Se nos invita a convertirnos en una Iglesia con rostro cambiante,
pues ella debe hacerse todo para todos y encarnar el Evangelio en las diversas
culturas (Redemptoris missio 52).
Creyendo en el Evangelio y aceptando la invitación a la conversión, los miembros
de la Iglesia nacen de nuevo—se lavan del pecado y reciben al Espíritu Santo, el
manantial del agua viva. Estando en Cristo, creación nueva son. Aunque
permanecen los mismos que nacieron físicamente antes, ya no son ellos quienes
viven, sino es Cristo quien vive en ellos, justificándoles y revelándose a ellos como
la plenitud del Antiguo Testamento.
Como san Juan Bautista, el auténtico seguidor de Jesús da testimonio de lo nuevo y
lo antiguo. Su vocación es señalar con corazón transparente a Jesús, la Palabra
preexistente hecha carne de modo creativo nunca antes visto ni oído, para la
salvación y la transformación de la humanidad.
Para cumplir con su misión, primero se distancia el testigo cristiano de todo lo que
indica dominio y riqueza. No vive en un palacio. No se viste de púrpura ni
banquetea suntuosamente. Le asquean los emblemas y títulos de grandeza y
poder.
El discípulo va a las periferias a comer con los marginados y a anunciarles la Buena
Nueva. Huele a ellos, no a la gente perfumada y maquillada de los distritos ricos de
las grandes capitales, si bien de allí vienen también no pocos, atraídos por un estilo
de vida sencillo del que confía totalmente en Dios.
Solía ser el estilo de vida prevaleciente. Ahora apenas se conoce, dada la adicción
moderna, bien generalizada, a la riqueza material. Pero este modo de vivir se ha de
reavivar. De lo contrario, la codicia pondrá fin a todos nosotros. Nos asegura Jesús
que solo quien pierda la vida por él la ganará.
Seremos salvados solo si adoptamos su estilo de vida sencillo de amor abnegado,
conmemorado en la compartición del pan tierno y vino nuevo. Imitando a Jesús a la
manera de san Vicente de Paúl—éste «casi ha transformado el rostro de la Iglesia»
(Henri de Maupas du Tour)—contribuiremos seguramente a que se renueve la
tierra, se transforme la Iglesia y se proclame de verdad el Evangelio, tan antiguo y
tan nuevo.
¡Oh Hermosura tan antigua y tan nueva, no permitas que tardemos demasiado en
amarte!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)