III Domingo de Adviento, Ciclo A
HUMILDAD DE UN HOMBRE GRANDE
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Realizarse supone estabilidad profesional, satisfacción personal y éxito. Es un
concepto este de la realización, tan en boga hoy en día, que no aparece en la Biblia.
La Palabra de Dios invita a la fidelidad. Llegar a vivir de acuerdo con la Fe, exige
humildad. Cosas estas muy distintas a la expresión “realizarse” que, me parece a
mí, deberíamos excluir de nuestro vocabulario cristiano
Sin llegar al terreno de la corrupción, tan frecuente en nuestros días, nadie se
atreve a huir de situaciones satisfactorias. A nadie amarga un dulce, afirma el dicho
popular.
“si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota y a los dos impostores tratas de igual
forma” dice sabiamente el “if… “ de R Kipling.
Situados imaginativamente en el terreno que dictan los tres párrafos anteriores, es
preciso, mis queridos jóvenes lectores, contemplar la figura central que aparece en
el texto de la misa de este domingo.
¿ A quién se le ocurre increpar y denunciar públicamente al depravado reyezuelo
Herodes? Se necesita ser necio, sin duda, además de imprudente y maleducado.
Su testimonio roza la paradoja de la Fe, radica ahí su ausencia de tacto.
Juan Bautista gozó de gran fama. En su tiempo fue mucho más conocido que el
mismo Jesús. Ahora bien ¿se regocijó de su aparente triunfo? ¿el éxito que tuvieron
sus atrevidas, insistentes y exigentes advertencias, condicionó su lenguaje? Sabéis
muy bien que no. Fue honesto y valiente. Responsable siempre de la misión a la
que se creía llamado. Si le fue necesario definirse a sí mismo, como en el pasaje
evangélico de hoy, lo hizo afirmando sus negatividades. Tremenda imprudencia.
No soy el Mesías, ni soy Elías, tampoco el Profeta. Si algo positivo dirá de sí mismo
ello es tan frágil y etéreo como una pompa de jabón, dice: soy una voz. Una voz
irritante, imperiosa, podría añadirse. Me toca advertiros y exigiros: desbrozar el
terreno, rellenar baches, en una palabra, facilitar la llegada del Señor. Sí que hago
algo. Pero es puro simbolismo, que lo entienda quien quiera. Si me veis sumergir
en el agua a quienes me escuchan y se convierten, es puro formulismo
intencionado, que abre las puertas al remojón que dará aquel al que estoy
anunciando. Entre nosotros se encuentra de incognito. Yo sé que no le llego ni a la
suela de su zapato.
Pese a la imprudencia de su lenguaje, que le llevaría a la cárcel primero y al
estúpido ajusticiamiento más tarde, el Señor diría de él que ningún nacido de mujer
le ha superado.
Paso ahora, mis queridos jóvenes lectores a explicaros el escenario de esta etapa
de la vida de Juan el Bautista.
El lugar está situado a unos 4km de la desembocadura del Jordán en el Mar Muerto,
y algo así como a 6 de la ciudad de Jericó. En la actualidad, las aguas del rio bajan
sucias y putrefactas. Leo que hay proyectos de colocar depuradoras antes de que
las cloacas de diversas poblaciones, penetren en la corriente del principal río de
Israel, de notoriedad universal. El agua que yo he recogido en diversas ocasiones
en este lugar, la he sometido primero a decantación, después la he filtrado y
finalmente hervido. Aun así, no se consigue tener un líquido transparente, incoloro
e inodoro, como mis manuales de bachillerato definían que era el agua.
El lugar lo define el texto como “trans Jordanem” por tanto en terreno del actual
Reino de Jordania. El río, que ya se escurre por sus últimos tramos, se ve sometido
a vueltas y revueltas entre rocas de gran tamaño, zarzas y maleza. Son meandros
que uno solo puede conocer por fotografías aéreas. A no mucha distancia, se
levantan algunas iglesias de diferentes ritos. No hace mucho, el Papa bendijo la
primera piedra de otra que será de rito latino. Cuando yo estuve allí, la orografía y
vegetación, daban la impresión de que nada había cambiado desde los tiempos
bíblicos.
En la otra orilla que corresponde, o por lo menos está ocupada, por Israel, se ha
construido una especie de observatorio, decentemente arreglado y protegida la
permanecia en el lugar por una barandilla. Tradicionalmente, a los latinos se nos
permitía acercarnos desde Jericó a esta orilla, el último jueves de octubre. He
tenido la suerte de poder acudir en tres ocasiones. Las dos primeras, en
multitudinaria procesión, rezando y concelebrando después una plurilingüe misa,
compartida por más de 50 presbíteros. La última vez ya no nos acercamos con
solemnidad, el gobierno permite ir, según creo, cualquier día del año.
Antiguamente, me explicaron que los cristianos se sumergían en estas aguas
vestidos con una túnica, destinada a ser la mortaja con la que deberían ser
enterrados. Por este entorno, visitando una iglesia ortodoxa, vi e indagué el
significado que pudiera tener un lienzo en el que aparecía, en grafía griega, la
palabra epitafio. La buena monja que nos atendía, tuvo la gentileza de regalarme
uno. Más tarde he sabido que muchos piadosos cristianos orientales la adquieren
para empaparla en el agua del Jordán, tocarla en la piedra de la unción de la
basílica del Santo Sepulcro y en cualquier otro objeto que considerase santo para al
final de su vida ser envuelto en ella. Esta costumbre me recuerda la de estas tierras
por donde vivo, de colocar el cementerio en derredor de la iglesia a la que acudían
a misa los domingos, terreno este que se llamaba sagrera. El encuentro con la
comunidad y con Dios, iba precedido por la santa evocación intercesora de los
queridos difuntos y el pensamiento de la propia muerte, de manera semejante a lo
que pueda suscitar la tela a la que me he referido.
Durante mucho tiempo, ya que no se podía visitar el lugar descrito, que
correspondía como ya he dicho al del bautismo del Señor, a unos cincuenta
kilómetros aguas arriba, se había preparado a la orilla del Jordán, de manera que
uno pudiese entrar y permanecer sin peligro de caer y que la corriente le
arrastrase, una sencilla plataforma. He observado en varias ocasiones que acudían
a este sitio para bautizarse, adultos procedentes de comunidades de alguna manera
relacionadas con la Reforma y otros que eran niños, recibían solemnemente el
bautismo, siguiendo la preciosa liturgia oriental. Recibe el nombre de Yardenit. Sin
autenticidad geográfica alguna, era una buena manera de evocar el sacramento que
no hizo cristianos.