III DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B
LA VOZ NO ES LA PALABRA
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / @emilioroz
La respuesta de Juan Bautista a los sacerdotes y levitas es gráfica en este tiempo de
preparación a la Navidad, tiempo también de penitencia en cuanto revisión de nuestra
vida de fe. “Yo soy una voz que grita en el desierto”, Juan anuncia al verdadero Señor
que está por llegar, pues la voz no es mayor que la Palabra, sino su expresión sonórica.
La Palabra tiene consistencia por sí misma mientras que la voz es algo así como la
expresión física de ella.
Ahora bien, en muchas oportunidades nuestra imagen de Jesús, nuestra vida de fe se
sustenta en lo aparente, en la voz, en lo superficial, pues no hemos logrado hacer
experiencia del Dios que se Encarna, de la Palabra que habita en medio de nosotros. he
aquí el reproche de Juan en el mismo fragmento del evangelio: “…en medio de ustedes
hay alguien al que ustedes no conocen”
El desierto tiene para los judíos la imagen de camino, de paso hacia la promesa divina;
por el contrario para nosotros representa lo inhóspito, lo inhabitable. Así podemos sacar
dos conclusiones prácticas: nuestra vida cristiana se queda en oportunidades a mitad de
camino sin llegar nunca al encuentro con Jesús o bien el anuncio cristiano nos es
indistinto, vacío de contenido como el desierto. La tentación a la auto justificación y a la
auto referencialidad son dos grandes males que nos alejan del amor de Dios, nos hacen
incapaces de abrirnos a los demás, a quienes nos necesitan.
Lejos de esto la gratitud por lo bueno, por lo bello, pero también por las adversidades,
por aquello que nos resulta un obstáculo, como nos enseña el santo de la vida ordinaria,
San Josemaría, dilata nuestro corazón para que vivamos deseosos de dar a conocer la
Palabra que nos cambia la vida, que nos trae buenas noticias, que nos plenifica. A casi
diez días de la Navidad reflexionemos acerca de cómo estamos en relación con aquel
que se hace pequeño como nosotros y nos ofrece su amor y perdón, es una relación
meramente superficial, institucional, o ha penetrado en nuestro interior de modo tal que
alienta nuestra vida.-