III Domingo de Adviento, Ciclo B
Rosalino Dizon Reyes.
No apaguéis el Espíritu (1 Tes 5, 19)
Con Dios a nuestro lado, no vacilaremos. Él es la realidad eterna, la verdad sólida,
que nos aporta plena seguridad.
Los inseguros que van buscando la aprobación humana se inclinan a mentir y hacer
todo lo posible para esconder la verdad. San Juan Bautista, en cambio, no tiene
miedo de ella. La admite sin reservas.
Es que al precursor de Jesús solo le preocupan Dios y la misión que ha recibido de
él. Si tuviera algo personal que encumbrir o algún interés mundano que proteger o
bienes materiales que perder, probablemente no estaría tan dispuesto a confesar la
verdad.
Nada, ningún prestigio o pretensión de superioridad, le ata a Juan pobre. Pero rico
en fe y confianza en la Providencia, proclama la verdad con toda naturalidad y
libertad.
Pero su sencilla y humilde respuesta no les satisface a los que se creen superiores a
los demás. Estos investigadores han venido no a indagar la verdad sino a
imponerla, demasiado ciertos que están de su posesión y su comprensión de ella.
Los fiscales, y jueces a la vez, interrogan al Bautista: «Entonces, ¿por qué bautizas,
si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»—como si se pudiera saber
exactamente y controlar la trayectoria del Espíritu. Quien efectivamente se declara
omniscio y controlador aun de Dios se corona a sí mismo como la gran epifanía de
la verdad.
No espera a alguien más grande que él. Tampoco tiene necesidad de una
revelación, ya que su inteligencia lo capta todo. Satisfecho con su justicia, no
necesita a nadie que le dé la buena noticia. El autocomplaciente no acepta que es
cautivo, prisionero, desfavorecido, injusto o de corazón desgarrado.
Pero, ¿estará alegre y será capaz de cantar himnos, si siempre le peocupa la
posibilidad de perder el favor de los dirigentes poderosos que le tratan a base del
trabajo realizado y de cuyo patrocinio depende para sus ascensos? Además,
seguramente se le occurre de vez en cuando que su experiencia comprueba que la
realidad humana es fugaz, inestable y de poca confianza.
Por otra parte, quienes confían en el Señor y hallan su fuerza y certeza en él, no en
la carne, desbordan de gozo. Se dedican a cosas más importantes como la fracción
del pan; comen juntos y alaban a Dios con corazón alegre y agradecido. Como lo
hizo san Vicente de Paúl, procuran reproducir en si mismos la imagen del que ha
sido enviado para evangelizar a los pobres.
¡Ven, Espíritu Santo! Guíanos hasta la plena verdad y haznos libres.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)