Natividad del Señor, Misa de Medianoche, Ciclo B.
LA ALEGRÍA DE LA NOCHEBUENA
Esta noche es Nochebuena porque nace Jesús y en él ha aparecido la gracia de Dios
que trae la salvación para todos los hombres (Tito 2,11-14). El motivo real de la
celebración de la Navidad y de nuestra gran alegría es el nacimiento del niño Jesús,
que nació de María la Virgen por obra del Espíritu Santo y es el Mesías e Hijo de
Dios. Jesús es la palabra de Dios hecha carne, el que anunció con sus palabras y
obras el inmenso amor de Dios a una humanidad sumida en la oscuridad, entonces
y ahora, inmersa en el mal, en el egoísmo, en la envidia, en la avaricia, en la
injusticia, en el desprecio de unos a otros, y su amor entrañable le llevó a
manifestarse como luz para toda persona y a proclamar, con su muerte en la cruz,
el triunfo del amor, del perdón, de la misericordia, del servicio a los demás, de la
resistencia frente al mal y frente al pecado. Con su muerte y resurrección se hizo
patente que Él es el Hijo de Dios, la palabra viva y permanente que Dios ha
revelado a la humanidad. Hoy celebramos el nacimiento de este niño Jesús que es
el camino concreto y accesible a todo ser humano para que, encontrándose con él,
toda persona pueda salir adelante en medio de los sufrimientos de la vida. La
Navidad es la fiesta que hace memoria de la Natividad de aquel niño y actualiza la
esperanza a la que puede renacer toda persona. Es una realidad palpable. Es Dios
hecho hombre en un niño, el niño Dios, el niño Jesús. La Navidad que cada año
celebramos es el gran regalo de Dios a los hombres y mujeres de buena voluntad,
que son capaces de acoger a este niño y vivir según el Evangelio.
Las lecturas bíblicas de esta Nochebuena nos permiten contemplar el misterio de
este acontecimiento y su profundo significado pues presentan el surgimiento de la
luz en el niño de Belén. Jesús es la luz grande para la humanidad que habita tierra
de sombras (Is 9,2). El profeta Isaías nos ofrece un poema espléndido (Is 9, 2-7)
que expresa la esperanza de una transformación radical, a través de la cual de la
situación de guerra, opresión y tiniebla se pasará a una situación de paz, de justicia
y de luz. Se trata de una esperanza en un personaje real de la dinastía de David,
cuyo reinado tendría grandes repercusiones sociales en la vida del pueblo, un rey
que atendiese al pobre y al oprimido, al quebrantado y humillado, al explotado y a
las víctimas de la violencia y de la injusticia, con la implantación de un orden social
justo y pacífico.
El Evangelio de Lucas en la Nochebuena (Lc 2, 1-14) es como una relectura de ese
poema de Isaías. Con carácter solemne e histórico, en tiempos del emperador
Augusto, se presenta a Jesús subrayando los aspectos de su ascendencia davídica y
de Belén como lugar mesiánico. Los evangelios se recrean en el título de
“Salvador”, pues el mismo nombre de Jesús lo significa, y en los títulos propios del
Resucitado: “Mesías” y “Señor”. El cuadro de gloria y de personajes celestes es la
proclamación solemne de una autoridad suprema, en contraposición al gobernador
de Siria y al emperador de Roma. En este niño, nacido de la Virgen, están
cumpliéndose las expectativas mesiánicas dirigidas desde antiguo a la casa y
familia de David y la señal que Dios da a los hombres. La Buena Noticia de esta
noche es que, según s. Lucas, se realiza el Hoy de la salvación. Y los que son
capaces de percibirla son todos aquellos que, como los pastores, con humildad y
sencillez, se dirigen hasta Jesús para adorarlo.
En Isaías el personaje habría de desempeñar una función política de ejercicio del
poder en el derecho y la justicia. En Lucas, sin embargo, la misión de instauración
del Reino se atribuye a uno que no tiene poder, sino la gran autoridad de su
palabra, en cuya fidelidad se ha trazado el destino del Hijo del hombre, y por cuya
verdad ha muerto el Mesías, abriendo un camino nuevo, no ligado al ejercicio del
poder, ni siquiera del poder bien ejercido, sino al amor hasta la entrega de la vida.
Este niño, con su debilidad y fragilidad es la única señal dada por Dios al mundo. Él
es la luz que brilla en la tiniebla como Palabra hecha carne (cf. Jn 1,5.14). La
Nochebuena es el nacimiento de la luz, pues después de ella nace un día ya más
largo, el de la Navidad. La cultura cristiana ha hecho coincidir estos fenómenos
luminosos con la celebración del nacimiento del Mesías Jesús. Esta Pascua es
preludio de la otra Pascua, la de la resurrección, en la que Cristo, el crucificado y
resucitado, se presenta como vencedor de la muerte y como luz que vence a la
sombra en la aurora de la nueva humanidad. Ésa es la luz que ha empezado a
nacer en el solsticio mesiánico del invierno. Y ésta es, para todo ser humano, la
excepcional e incomparable Buena Noticia que el evangelista Lucas albriciaba en el
gozo del Espíritu: “Os traigo la Buena Noticia. La gran alegría para todo el pueblo:
Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-
11); es el mismo evangelio que el papa Francisco ha expresado cordialmente y con
acierto en una formulación que yo quiero volver a recordar especialmente esta
noche: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1). Feliz Nochebuena.