SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD, CICLO B
LECTURAS:
PRIMERA
Eclesiástico 24,1-2.8-12
La sabiduría hace su propio elogio, en medio de su pueblo, se gloría. En la
asamblea del Altísimo abre su boca, delante de su poder se gloría. Entonces me dio
orden el creador del universo, el que me creó dio reposo a mi tienda, y me dijo:
"Pon tu tienda en Jacob, entra en la heredad de Israel". Antes de los siglos, desde
el principio, me creó, y por los siglos subsistiré. En la Tienda Santa, en su
presencia, he ejercido el ministerio, así en Sión me he afirmado, en la ciudad
amada me ha hecho él reposar, y en Jerusalén se halla mi poder. He arraigado en
un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
SEGUNDA
Efesios 1,3-6.15-18
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con
toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por
medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria
de su gracia con la que nos agració en el Amado. Por eso, también yo, al tener
noticia de su fe en el Señor Jesús y de su caridad para con todos los santos, no
ceso de dar gracias por ustedes recordándoles en mis oraciones, para que el Dios
de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda espíritu de sabiduría
y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de su corazón
para que conozcan cuál es la esperanza a que han sido ustedes llamados por él;
cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos.
EVANGELIO
Juan 1,1-18
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios,y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada
de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por
Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de
la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo. En el mundo estaba,y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la
cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la
Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de
mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud
hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de
Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha
visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
HOMILÍA
En la primera lectura, del libro del Eclesiástico, llamado también Sirácida o
Sabiduría de Ben Sirac, se nos habla de una Sabiduría que está muy por encima de
todo lo que los seres humanos podamos aprender en este mundo.
Esta Sabiduría viene de Dios, y El desea que llegue a todos aquellos que quieran
aceptarla. No es que esté reñida con la sabiduría de este mundo, pero sin ella nos
perdemos todo lo que Dios ha querido enseñarnos, pues de eso se trata, ya que
solo El es nuestro Maestro en todo aquello que no podemos llegar por nosotros
mismos.
Esta es la Sabiduría que procede del Espíritu Santo, y que nos guía para alcanzar el
verdadero fin para el que hemos sido creados. Sin ella estaríamos buscando
equivocadamente una felicidad que no reside en la tierra, sino que será una
realidad cuando lleguemos a la morada del Altísimo.
Los verdaderos sabios, sin descuidar el estudio y la investigación, saben que deben
estar abiertos a la acción del Espíritu, si quieren llegar a adquirir aquella Sabiduría
que ha de durar por toda la eternidad.
Esta es la Sabiduría que alienta nuestra fe y nos abre el camino para confiar en
Dios, descubriendo el amor que tiene por todos los que se dejan querer por El.
Prueba de ese amor es su designio de salvación, al enviarnos nada menos que a su
Hijo, para que nos ayude a conocerle, arrancándonos de la ignorancia que nos lleva
al pecado y la perdición.
Es lo que nos dice san Pablo en la segunda lectura, de que "hemos sido bendecidos,
en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales".
Ha sido Cristo el que nos ha sido enviado para transformarnos nada menos que en
hijos queridos, dándonos a conocer el camino que conduce a nuestro Padre, para
que podamos ser santos, es decir, de aquellos que cumplen la voluntad de Dios, y
descubramos la gloria que nos espera.
Esa será la herencia que vamos a recibir, una riqueza que no se mide en pesos y
centavos, sino en un vivir completamente realizados, en una felicidad a la que no
falta nada, pues habremos llegado a la plenitud, a lo máximo, cual corresponde a
los verdaderos hijos de Dios.
Esa "toda clase de bienes espirituales y celestiales" es lo que corresponde a una
existencia plena, pues llenarán, ya para siempre, todas las aspiraciones que
podriamos soñar.
El regalo que Dios ha dado al mundo al entregarnos a su Hijo, convertido en un ser
humano como nosotros, "nacido de una mujer" como nosotros, es algo que no es
posible medir con cálculos de la tierra.
Lamentablemente, desde que el hombre fue creado, han podido más en él las
aspiraciones terrenas. Dios permitió que los seres humanos fueran tentados, para
que demostraran lo que realmente deseaban.
Pero desde el principio el hombre perdió la confianza y llegó a pensar, influido por
las insinuaciones del Maligno, de que el Creador lo estaba engañando, e impidiendo
que llegara a ser tan poderoso como El.
Toda la larga lista de pecados de los seres humanos se reducen a eso: querer ser
su propio dios. De ahi que asumamos con facilidad la actitud de desobediencia,
creyendo que ese es el camino que conduce a la liberación que permite el disfrute
del placer.
Pero por ese camino solo llegamos a la ruina total. Y el hombre, al apartarse de
Dios, pierde la razón por la que existe, sin que pueda remediarlo por sí mismo. Solo
Dios puede venir en su ayuda.
Si el ser humano es capaz de grandes cosas en la tierra, como se ha demostrado
por los indiscutibles avances tecnológicos, no lo es cuando se trata del fin último
para el que ha sido creado.
Y si bien Dios parecía alejarse, permitiendo que los humanos se apartasen cada vez
más de El, no dejó por eso de amar a sus criaturas y abrir para ellas la puerta que
conduce a la salvación. Dios Padre ideó la forma de salvar al hombre haciendo que
su Hijo se hiciese un hombre. Ese Hijo que era su Palabra, y por la que se hizo
todo, y era la Luz que tiene el poder de alumbrar a todo hombre, fue enviado a la
tierra a realizar lo que los seres humanos no tenemos la capacidad de hacer:
salvarnos.
Solo el amor de Dios por nosotros pudo idear una forma de levantarnos de nuestra
soberbia y limpiarnos de nuestros pecados. Sería la sangre del Hijo de Dios la que
realizaría el milagro de convertirnos a todos en verdaderos hijos, si estamos
dispuestos a creer en El.
Nunca olvidemos que si bien la salvación es un regalo, pues no la podemos merecer
ni tampoco hacer nada para conseguirla, sí podemos desearla y abrir nuestros
corazones al amor de Aquel que pagó por nosotros al derramar su sangre en la
Cruz.
Esta es la maravilla que celebramos en Navidad. Aquel que lo tiene todo, vino al
mundo en la mayor pobreza, para enseñarnos que la verdadera riqueza reside en el
corazón. Aquel que lo puede todo se hizo débil, cargando sobre sus hombres los
pecados de toda la humanidad.
Aquel que es Santidad se hizo pecado para borrar la deuda que habíamos
contraído. "Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad".
Padre Arnaldo Bazan