SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. MISA DEL DÍA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
25 de diciembre de 2014
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6: Jn 1, 1-18
Palabras... ¡Oímos tantas! Y a menudo no surgen de la densidad del pensamiento y
del corazón; a menudo son palabras vacías, de cara a la galería, palabras de
propaganda, palabras para halagar, para distraer, o para atacar. Palabras sin
contenido, que no tienen más finalidad que la inmediatez, lo que vale hoy quizás ya no
valdrá mañana, palabras evanescentes que no sirven para fundamentar nada.
En cambio, el evangelio que acabamos de escuchar nos ha dicho que Jesús es la
Palabra ; una palabra que sale del Padre, llena de vida, que llega al corazón y al
pensamiento y los ilumina, los suaviza. Y, ya antes, la carta a los Hebreos nos ha
presentado también a Jesús como la Palabra definitiva, última, de Dios: En distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los
profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. Las de los profetas
eran palabras introductorias, inicios dosificados de la revelación de Dios. Jesucristo,
en cambio, es su revelación suprema en medio de la humanidad. En Jesús Dios nos lo
ha comunicado todo.
Hablar es comunicar a otro algo del propio interior, de lo que pienso y lo que siento. Es
comunicar la propia intimidad. Es explicar lo que soy, lo que pienso y lo que vivo. Una
palabra así, que revela lo que tenemos dentro, suele ser dicha por amor y con
confianza. Y pide ser acogida con sinceridad. Algo parecido ocurre con Dios.
Durante siglos el Dios invisible se había ido revelando progresivamente con palabras,
con signos, con hechos. Así iba preparando el momento de plenitud de revelación.
Pero nunca se había manifestado tanto como en Jesús. Decir que él es la Palabra
divina , es afirmar que es el que da a conocer, de una manera auténtica y plena, a
Dios, el Ser supremo que nadie lo ha visto jamás, excepto el que estaba junto a Dios
en el principio , antes que nada existiera. Al mundo vino , y nos explica a Dios; el Ser
Supremo no es una fuerza dominante y lejana, sino un Padre lleno de ternura. Y a la
vez, nos hace descubrir qué somos los seres humanos a los ojos de Dios; no "un trozo
de carne y pensamiento" (cf. Josep M. de Sagarra, Poema de Navidad ), sino unos
seres queridos cada uno por sí mismo, que Dios quiere como interlocutores, con los
que entrar en un diálogo cordial y de amor, para ayudar y salvar.
Jesucristo es la expresión perfecta del Padre. Y quien mejor nos lo puede dar a
conocer ya que ha compartido desde siempre la existencia con él. Por ello podrá decir,
más adelante, que quien me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn 14, 9); lo que yo os
digo no lo hablo por mi cuenta. El padre… permanece en mí (cf. Jn 14, 10); lo que yo
hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre (Jn 12,50).
Se puede hablar con la palabra o con un gesto o con una sonrisa. Aquel que viene a
darnos a conocer a Dios, ahora, al nacer, habla desde el silencio, a través de la
sonrisa y del llanto, del hambre y de las otras funciones fisiológicas; habla a través de
la debilidad de un recién nacido que lo necesita todo los mayores. Esto también es
palabra que revela y muestra que el Dios Creador es humilde, asume todas nuestras
necesidades y fragilidades, asumirá la muerte.
El que es la Palabra , al nacer, no habla con palabras sino con hechos llenos de
humanidad y de debilidad. Después, durante una treintena de años, en el anonimato
de un pueblo pequeño, será uno más entre los otros; el que es la Palabra continuará
hablando desde la humildad, con las pocas palabras de la escuela, del trabajo de cada
día, de las relaciones familiares y vecinales. Así revela el Dios invisible. Está siempre,
sin embargo, vuelto hacia el Padre, en unión íntima con él. Sólo durante unos tres
años el que es la Palabra será elocuente en la predicación y en las obras, será otra
manera de darnos a conocer a Dios y el momento de formar el núcleo de los
discípulos de la Iglesia, que deberá continuar su misión e ir por todo el mundo
anunciando su mensaje (cf. Mt 28, 19-20). Llegará un día en que la palabra se hará
grito (cf. Mc 15, 37)) y exhalarà el último aliento. Para asumir la muerte como uno más,
al igual que había nacido para ser uno más entre nosotros . Pero esta muerte también
será Palabra , revelación de un amor sin límites y de la realidad de una vida eterna.
Esta solidaridad de Dios con la humanidad, manifestada en Jesucristo, que se inicia en
la Navidad, no nos puede dejar indiferentes ante los que pasan necesidades básicas.
No podemos llegar a todas las necesidades del mundo, pero sí colaborar para paliar
algunas. Cáritas hace un buen trabajo en este ámbito y a través de este servicio
eclesial podemos llegar a las personas concretas. Por ello, os proponemos colaborar
en la colecta que haremos al final de la celebración para entregar su contenido a esta
entidad de Iglesia.
Jesús habla con sus silencios y con su Palabra. En la alegría de la Navidad,
acojámoslo cada día como Palabra de vida que nos comunica la vida eterna (cf. 1Jn 1,
2), que ilumina el camino de la existencia humana y nos lleva a contemplar la gloria
que le corresponde como Hijo único del Padre.
Jesús habla en la Palabra que hemos escuchado. Pero habló, también, en el silencio
del pesebre (cf. Lc 2, 6) y habla en el silencio del Sacramento de la Eucaristía. Es la
misma humildad. Es la misma gloria. Es el mismo don de gracia a favor nuestro.