SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Custodiemos la fe con la santa ‘astucia’ (SS Francisco/2014)
En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a
la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como
sabios compañeros de camino
Hoy celebramos la Epifanía, “manifestación” del Señor. Esta fiesta está ligada al
relato bíblico de la venida de los Magos de Oriente a Belén para rendir homenaje al
Rey de los Judíos. Los Magos siguiendo una luz, buscan la Luz. La estrella que
aparece en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los lleva a
buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente aquella luz que los ilumina
interiormente y encuentran al Señor.
En este recorrido que hacen los Magos de Oriente está simbolizado el destino de
todo hombre: nuestra vida es un camino, iluminados por luces que nos permiten
entrever el sendero, hasta encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que
nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. Y todo hombre, como los
Magos, tiene a disposición dos grandes “libros” de los que sacar los signos para
orientarse en su peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas
Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilantes, escuchar a Dios que nos
habla. Como dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Lámpara es tu palabra
para mis pasos, / luz en mi sendero» ( Sal 119,105). Sobre todo, escuchar el
Evangelio, leerlo, meditarlo y convertirlo en alimento espiritual nos permite
encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
En la primera Lectura resuena, por boca del profeta Isaías, el llamado de Dios a
Jerusalén: «¡Levántate, brilla!» (60,1). Jerusalén está llamada a ser la ciudad de la
luz, que refleja en el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a seguir sus
caminos. Ésta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero
Jerusalén puede desatender esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los
Magos, cuando llegaron a Jerusalén, de momento perdieron de vista la estrella. No
la veían más.
En especial, su luz falta en el palacio del rey Herodes: aquella mansión es
tenebrosa, en ella reinan la oscuridad, la desconfianza, el miedo. De hecho,
Herodes se muestra receloso e inquieto por el nacimiento de un frágil Niño, al que
ve como un rival. En realidad, Jesús no ha venido a derrocarlo a él, ridículo
fantoche, sino al Príncipe de este mundo. Sin embargo, el rey y sus consejeros
sienten que el entramado de su poder se resquebraja, temen que cambien las
reglas de juego, que las apariencias queden desenmascaradas. Todo un mundo
edificado sobre el poder, el prestigio y el tener, entra en crisis por un Niño. Y
Herodes llega incluso a matar a los niños: «Matas el cuerpo de los niños, porque el
temor te ha matado a ti el corazón» – escribe san Quodvultdeus ( Sermón 2 sobre el
Símbolo : PL 40, 655). Es así. Tenía miedo y, por este miedo, ha enloquecido.
Los Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el palacio
de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que
señalaba Belén como el lugar donde había de nacer el Mesías. Así escaparon al
letargo de la noche del mundo, reemprendieron su camino y de pronto vieron
nuevamente la estrella, llenándose de «inmensa alegría» ( Mt 2,10). Esa estrella
que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa
“astucia”. Es también una virtud esta santa “astucia”. Se trata de esa sagacidad
espiritual que nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron
usar esta luz de “astucia” cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el
palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino.
Estos sabios venidos de Oriente nos enseñan a no caer en las asechanzas de las
tinieblas y a defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra vida. Ellos,
con esta santa astucia, han custodiado la fe. También nosotros debemos custodiar
la fe ante una oscuridad que, tantas veces, se disfraza de luz. Porque el demonio,
dice san Pablo, se viste de ángel de luz muchas veces. Y aquí necesitamos la santa
astucia para custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy
tenemos que hacer esto o aquello.
La fe es una gracia y un don. Nos toca custodiarla con la santa astucia, con la
oración y con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al
mismo tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe armonizar la sencillez
con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos: «Sean sagaces como serpientes
y simples como palomas» ( Mt 10,16).
En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la
humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios
compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a
seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con
una vida mediocre, de “poco calado”, sino a dejarnos fascinar siempre por la
bondad, la verdad, la belleza… por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor.
Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el
mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. No podemos
contentarnos con las apariencias, con la fachada.
Es necesario custodiar la fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más
allá de la oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de tantas
modernidades de hoy. Tenemos que ir más allá, hacia Belén, allí donde en la
sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y
de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los
Magos, con nuestras pequeñas luces buscamos la Luz. Busquemos la Luz y
custodiemos la fe.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)