DOMINGO FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR.
Padre Emilio Betancur Múnera
EL BAUTISMO DE JESUS Y EL MIO.
El punto de partida en un nuevo camino u orientación de la vida para ser un
hombre nuevo se llama: Bautismo (Sumergirse en el agua fuente de la vida).
Cuando Jesús dejo a sus padres de Nazaret estaba convencido que tenía una misión
de parte de Dios llamada “reino”. Jesús intuía que la gente quería ver a Dios de
manera distinta, más cercano. El Espíritu que descendía sobre Jesús en el Jordán y
la voz del Padre que lo amaba fue su experiencia de la cercanía de Dios. De ahí en
adelante no volvió a llamar a Dios: altísimo, omnipotente o sempiterno, que está en
los cielos sino Padre, (Abbá). El Abbá comenz￳ a llamar a Jesús, “Tú eres mi hijo
amado: yo tengo en ti mis complacencias” (Segunda lectura). El hijo es aquel a
quien Yahvé en Isaías llama Siervo: “Esto dice el Se￱or: Miren a mi siervo a quien
sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En Él he puesto mi
espíritu para que haga brillar justicia sobre las naciones. Yo el Señor fiel a mi
designio de salvación te llamé, te tomé de la mano, te he formado y constituido
alianza de un pueblo, luz de las naciones para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas.”
(Primera lectura). El bautismo de Jesús es una epifanía de su misión en favor de los
hombres sometidos al pecado.
EL BAUTISMO NUESTRO.
Por el bautismo podemos tener la misma experiencia de Jesús: encontrarnos con
Dios Padre que nos ha amado y el Espíritu que ha transformado nuestras vidas a
menudo cubiertas de nubes y bajos chaparrones de tristezas, inseguridades y no
pocos desesperos. Dios nos ha hecho “sus hijos predilectos” fecundados por la
Palabra que viene de lo alto: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven
allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que
dé semilla al sembrador y pan para el que come, así será mi palabra, que sale de
mi boca; no volverá a mi vacía sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”
(Is., 55,10-11). El bautismo es una misión que nos permite ser agua que purifica,
fecunda y hace productivo el ambiente que recorre.
SOMOS SUMERGIDOS.
Cuando se nos sumerge en el agua por tres veces se nos une a Cristo quien por
tres días fue sepultado bajo tierra y al tercer día resucitó. Pablo comprendía este
misterio así: “¿No sabéis que cuando somos bautizados en Cristo estamos siendo
bautizados en su muerte?... como Cristo resucitó también nosotros podremos
caminar en una vida nueva” (Rm6,3-4). Al gesto de sumergirnos y sacarnos del
agua para evocar la muerte y resurrecci￳n de Jesús corresponden las palabras: “En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Que medios tan simples para
resultados tan grandiosos, que signo tan pequeño para una realidad tan profunda;
así es todo lo de Dios Padre cuando se le escucha en Jesucristo.
El bautismo es un don, una muestra de la predilección y ternura de Dios con
nosotros, una vocación a la fe cristiana. Para responder, debemos ante todo,
escuchar al Hijo amado y Predilecto, en la Iglesia. Escuchar será lo que nos permita
amar con el mismo amor que el Espíritu derrama en nuestros corazones y recibir
desde el inicio del año la proclamación del año de gracia del Señor por medio de la
Iglesia.
“Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea después
del bautismo predicado por Juan; como Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a
Jesús de Nazaret y cómo Este pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos
por el diablo, porque Dios estaba con él (segunda lectura). La misión de Jesús es la
misión nuestra a la que hemos sido llamados por el bautismo.
SOMOS SANTOS.
Por el bautismo somos santos no porque amemos a Dios sino porque aceptamos
que Dios nos ama a pesar de nuestras faltas interminables; santidad es el aguante
de Dios en medio de nuestras infidelidades, su capacidad de responder con “el don
de sí mismo” y no con el esfuerzo humano; razón para que el pueblo de Dios se
construyera recibiendo particularmente a los despreciados, desechables,
desplazados o excluidos.
Somos pueblo de Dios porque recibimos el Espíritu de Dios que nos agrupa en uno;
de ahí nuestra responsabilidad de bautizados con la comunión, comunidad, de los
santos (Jn 17,22-23). Es difícil describir la santidad porque un santo es alguien en
camino de ser verdaderamente él mismo, convirtiéndose en personas para las que
las creó Dios. Por eso hay tantas formas de santos como seres humanos. Entre
tanto somos estereotipos, prefabricados, llamados pobres, ricos, intelectuales,
empresarios, políticos, artistas, deportistas, comerciantes, etc., en lugar de ser
alguien en particular, es decir, santo. Es la diferencia que hay entre un vestido
comprado y otro hecho a la medida, solo en nuestras virtudes somos originales, los
vicios son generales, las virtudes son particulares. Existe solo una tristeza en la
vida: no ser santos. Los santos son personas vivas amigas de “soy yo”. Si
descubrimos que la santidad es la vocación de todo cristiano, y no tanto un código
moral opresivo para para sacrificarla, encontraremos que la santidad es una
invitación a la plenitud de la vida. No hay manuales para ser santos pero si
episodios como el de la transfiguración para conocer su perfil y plenitud ( Mc 9,2-
8).