Bautismo del Señor, 11 de enero de 2015
(Isaías 55:1-11; I John 5:1-9; Marcos 1:7-11)
Hoy terminamos el tiempo navideño con la celebración del Bautismo de Jesús.
Parece extra￱o, ¿no? Quisiéramos preguntarnos: “¿Qué tiene que ver el bautismo
de Jesús con la Navidad?” En la realidad, mucho. En los dos casos, se le presenta a
Jesús al mundo como su Salvador: en la historia de su nacimiento como un infante,
en el bautismo como un adulto. Particularmente es así en el Evangelio según San
Marcos de que leemos hoy. Pues, en Marcos no hay relato de la infancia de Jesús,
y su bautismo sirve como el anuncio que por fin Dios está actuando en modo
definitivo.
Al final del libro del profeta Isaías se dice: “Ojalá rasgaras el cielo y bajaras
haciendo temblar con tu presencia las monta￱as…” Marcos ve el cumplimiento de
este deseo ahora cuando dice c￳mo Jesús saliendo del agua “vio que los cielos se
rasgaban y que el Espíritu…descendía sobre él”. Entonces Jesús, y nadie más, oye
la voz del cielo diciendo: “’Tú eres mi Hijo amado…’” ¿Por qué no oye la
proclamación otra persona? La razón es un poquito complicada.
A través de este evangelio Jesús quiere que su identidad sea escondida. No
permite a los diablos quitados de los poseídos decir quién es. Y cuando Pedro le
llama el “Mesías”, Jesús ordena a todos los discípulos que no hablen nada de esto.
Su motivo es guardar su identidad hasta que la gente pueda entender
verdaderamente el significado de “el Hijo de Dios”, o “el Mesías”, o el “Santo de
Dios”. Estos títulos no son para garantizar el respeto de los demás como muchos
piensan. Más bien indican la entrega de sí mismo por el bien de los otros. Sólo
cuando Jesús muere en la cruz después de seis horas colgando en agonía, puede el
oficial romano decir abiertamente: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.
El papa Francisco entiende la necesidad de tal servicio en la Iglesia hoy. Cuando
instaló a los nuevos cardenales el año pasado les exhortó que abrasaran la
espiritualidad y el servicio. Dijo que la mentalidad del mundo resulta en la
rivalidad, los celos, y las divisiones. Es igual en nuestras vidas. Cuando la pareja
entiende su matrimonio principalmente como la palanca para la satisfacción
personal, todos sufrirán. Porque los cónyuges no podrán resolver sus diferencias,
muchas veces terminan divorciando. Entonces los hijos serán condenados a vivir
como refugiados siempre buscando la seguridad.
Se puede ver este mensaje también en la segunda lectura de la primera carta de
San Juan. Dice que no sólo es el agua que dé testimonio de quién es Jesús sino
también la sangre y el Espíritu. En otras palabras no es simplemente su bautismo
cuando Dios lo pronuncia como Su Hijo que muestre su divinidad. Más bien se
prueba a sí mismo con su entrega sangrienta en la cruz. Asimismo su Espíritu
actuando en nosotros cuando hacemos visitas a los asilos de ancianos, por ejemplo,
muestra su Señorío.
Este año vamos a tener un buen vistazo a Jesús por los lentes del Evangelio según
San Marcos. Vamos a ver sus emociones fuertes que lo marcan como sumamente
humano. También vamos a maravillarnos en sus hazañas que revelan su divinidad.
Vamos a identificarnos con sus discípulos que no pueden entenderlo. Y vamos a
apropiarnos del mandato del ángel a su sepulcro vacío que se anuncie que ha
resucitado y cómo va delante de sus discípulos en la lucha de la vida. Ahora en
esta fiesta de su bautismo solamente podemos alegrarnos porque Cristo ha llegado
al mundo. Definitivamente Cristo ha llegado.
Padre Carmelo Mele, O.P.