III Domingo del Tiempo Ordinario/B
(Jon 3, 1-5.10; 1 Co 7, 29-31; Mc 1, 14-20)
…en la Iglesia nadie es sólo pescador, o sólo pastor, y nadie es sólo pez u
oveja.
El domingo pasado el Señor hacía una pregunta a los que lo seguían: “¿A quién
buscan?”. Hoy nos habla con un imperativo categórico y una promesa: “Síganme
y yo los haré pescadores de hombres” . También a Jonás Dios le llamó y le
encargó una misión : “Vete a Nínive a anunciar el mensaje que te indicaré
(primera lectura). Misión que urge, pues la vida es corta (segunda lectura).
Fijándonos en el Evangelio, hemos oído cómo nos cuenta los inicios de la vida
pública de Jesús en las ciudades y en los pueblos de Galilea. Jesús, acaba de
comenzar la predicación del Reino de Dios, cuando su mirada se dirige a dos
parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan. Son pescadores, dedicados
a su trabajo cotidiano. Echan las redes, las reparan. Pero les espera otra pesca.
Jesús les llama con decisión y ellos le siguen con prontitud: a partir de ahora serán
“pescadores de hombres” (Cf. Marcos 1,17; Mateo 4,19). El destino de estos
‘llamados’, a partir de ahora, quedará íntimamente ligado al de Jesús. El apóstol es
un enviado, pero antes aún es un ‘experto’, amigo y familiar de Jesús.
Los primeros discípulos de Jesús eran hombres en espera del Reino de Dios,
deseosos de conocer al Mesías, cuya venida era anunciada como algo inminente.
Les es suficiente que Juan Bautista señale a Jesús como el Cordero de Dios (Cf.
Juan 1,36) para que surja en ellos el deseo de un encuentro personal con el
Maestro. La aventura de los apóstoles comienza así, como un encuentro de
personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un
conocimiento directo del Maestro. Ven donde vive y comienzan a conocerle. No
tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser
enviados a evangelizar, tendrán que ‘estar’ con Jesús (Cf. Marcos 3, 14),
estableciendo con él una relación personal. Con este fundamento, la evangelización
no es más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar
en el misterio de la comunión con Cristo (Cf. 1 Juan 13).
Todo cristiano (= discípulo de Cristo unido a él, portador de Cristo resucitado), es
llamado a ser “pescador de hombres”; o sea: a colaborar con Jesús en la salvación
de sus hermanos y de todos los hombres, con la vida, la palabra, las obras, el
sufrimiento, la oración, el ejemplo, y con todos los medios posibles, pero unido él,
pues sólo “quien está unido a mí produce mucho fruto”.
La unión afectiva y efectiva con Jesús es la condición esencial para que nuestra vida
y obras, alegrías y penas, trabajo y descanso, agonía y muerte, sean fuentes de
salvación para nosotros, para los nuestros y para el mundo.
Por consiguiente, en la Iglesia nadie es sólo pescador, o sólo pastor, y nadie es sólo
pez u oveja. Todos somos, a título diverso, una y otra cosa a la vez. Cristo es el
único que es sólo pescador y sólo pastor. Antes de ser pescador de hombres, Pedro
mismo fue pescado y recuperado varias veces. Literalmente repescado cuando,
caminando sobre las aguas, tuvo miedo y comenzó a hundirse; fue recuperado
sobre todo después de su traición. Tuvo que experimentar qué significa encontrarse
como una «oveja perdida» para que aprendiera qué significa ser buen pastor; tuvo
que ser repescado del fondo del abismo en el que había caído para que aprendiera
qué quiere decir ser pescador de hombres.
Si, a título diverso, todos los bautizados son pescados y pescadores a la vez,
entonces aquí se abre un gran campo de acción para los laicos. Los sacerdotes
estamos más preparados para hacer de pastores que para hacer de pescadores .
Hallamos más fácil alimentar, con la Palabra y los sacramentos, a las personas que
vienen espontáneamente a la iglesia, que ir nosotros mismos a buscar a los
alejados. Queda, por lo tanto, en gran parte, desasistido el papel de pescadores.
Los laicos cristianos, por su inserción más directa en la sociedad, son los
colaboradores insustituibles en esta tarea.
Y recordemos que Jesús, para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles,
no se dirige a las escuelas de los escribas o de los doctores de la Ley, sino a las
personas humildes y a las personas sencillas, que se preparan con empeño a la
llegada del Reino de Dios. Jesús va a llamarles allí donde trabajan, sobre la orilla
del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, enseguida. Dejan las redes y
van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
¡El Señor llama también hoy! El Señor pasa por los caminos de nuestra vida
cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, está frente a nosotros.
Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de
nuestros tiempos. Cada uno de nosotros pensemos: el Señor pasa hoy, el Señor me
mira, ¡me está mirando! ¿Qué me dice el Señor? Y si alguno de ustedes oye que el
Señor le dice: “sígueme”, sea valiente, ve con Él y haz lo que Él te ha estado,
quizá, pidiendo de hace tanto…; Él no decepciona jamás. Escuchemos en nuestro
corazón, el Señor nos llama a seguirlo. ¡Dejemos alcanzarnos por su mirada, por su
voz, y sigámoslo! Todo esto a ejemplo y por intercesión de Nuestra Madre, la
Virgen María.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)