IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
AUTORIDAD, MANDO Y PODER
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Es muy probable que si ya habéis leído los textos de la misa de hoy, mis queridos
jóvenes lectores, no os hayan resultado demasiado atractivos, por no decir que os
han dejado indiferentes o hasta quizá un poco enojados.
Olvidemos la primera lectura, la del Deuteronomio, en la que por boca de Moisés se
dictan normas e instrucciones sobre el profetismo. Os advierto que esta disposición
personal, estaba muy en boga en aquel tiempo y que los dirigentes, llámeseles
como se quiera, disponían en su entorno de un grupo de asesores-profetas a los
que escuchaban antes de tomar decisiones. No es ocasión esta de que indique que
misión tenían estos personajes, que comúnmente recibían el nombre de Nebi.
Os chocara lo que dice Pablo a los de Corinto. No son normas generales, ni
preceptos de obligado cumplimiento. Añádase que en la mente del Apóstol, y en la
de la mayoría de los de su tiempo, había anidado la convicción de que el fin del
mundo estaba muy próximo. Comprenderéis que las decisiones que pueda tomar un
anciano que cree sufrir una grave enfermedad en su fase terminal, difieren mucho
de lo que pueda prever y proyectar un joven que goza de buena salud. Lo que os
explico, no significa que lo que dice sea doctrina errónea, indica lo que sería
prudente comportamiento en las circunstancias en que él se encuentra.
La situación social y la económica. La vida familiar, sus dependencias y sus
programas eran muy diferentes a los nuestros. Os pondré un ejemplo para que lo
entendáis. La vida de un bebé dependía casi exclusivamente de la leche materna.
Una de las grandes preocupaciones de la esposa era la de poder dar de mamar a su
criatura suficientemente, función que le exigía, si es que espontáneamente no
gozaba de posibilidades, múltiples sacrificios e iniciativas costosas. Las labores del
hogar eran de su exclusiva competencia, amén de procurar el agua que debía traer
de la fuente más o menos próxima, si ninguna hija podía hacerlo, debía también
moler el grano, meterlo en el horno, fabricar sencillos tejidos en el telar hogareño,
etc. En una tal situación, que le procuraba, pese a la ardua labor que suponía, la
posibilidad de comunicarse íntimamente con los suyos y sentirse protectora, por
tanto satisfecha y feliz, más que esclava.
En tales circunstancias la comunidad necesitaba de actitudes que se salieran de lo
común. Hoy vosotras estáis libres de muchos de estos menesteres a los que hacía
referencia antes. Vosotros, los varones, tampoco vivís obsesionados por el trabajo y
la necesidad de dedicar una gran atención a lo que ocurra en el seno familiar. Si
uno, por ejemplo, se pone enfermo, la solución la buscará fuera, será misión del
médico tratar de curarle, no del entorno familiar.
Pensando que seréis, como os supongo, jóvenes lectores, y por tanto no
matrimoniados, debéis sacar conclusiones de la doctrina que subyace aunque no la
diga explícitamente. Tal vez sea vuestro compromiso personal la pertenencia a un
club deportivo, a una asociación, a un partido político o a un sindicato. Es posible
que en esta situación creáis que la pertenencia os exige el olvido de los deberes
cristianos. Se habla hoy mucho de valores y yo siempre advierto que lo que falta
hoy en día es aceptar y cumplir con una adecuada escala de valores, siéndole fiel.
Os pongo otro ejemplo. Hay personas que no se han casado, pero que tienen un
perro que les exige mucha dedicación. Cuidado higiénico, apta alimentación y
sacarlos de paseo diariamente. Su compromiso con el animal impide otorgar la
dedicación que deben a su abuelo, a las necesidades urgentes de las personas
discapacitadas de su entorno, o a las víctimas de una catástrofe o accidente que
pueda haber pasado y aún perduran. Recuerdo que en una ocasión, hablando con
una persona que pasaba por grave crisis personal, matrimonial y profesional y
buscando en mí consejo y orientación, le dije que viniera y con tranquilidad lo
hablaríamos. Su respuesta fue: si voy a tu casa ¿Quién me regará mis plantas? El
alcoholismo
Al que estaba atada y la falta de comunicación, amén del derroche económico al
que se había entregado, todas estas faltas, merecían a sus ojos menos dedicación
seria que unos vegetales. Paso a la lectura evangélica. Cafarnaún fue la ciudad de
Jesús, su base de operaciones durante su vida apostólica. La sinagoga era un local
religioso al que se acudía para aprender y orar. Los sacrificios cultuales eran
exclusividad del Templo. El sábado era el día de común asistencia. Una persona
responsable de la localidad dirigía los rezos, alguien calificado explicaba y enseñaba
la Ley. Todas las localidades tenían por lo menos una. Las grandes poblaciones
disponían de las que fuera necesario y alguna más, dicho sea de paso. Jesús era
reconocido como maestro, rabí en el lenguaje de aquel tiempo. Nosotros mismos al
referirnos a Él le llamamos el Maestro, así con mayúscula, como en otras ocasiones
decimos que es el Señor.
Acude y enseña, pues, un sábado a la de su pueblo. El texto dice que habla y que lo
hace con autoridad, no como lo hacen los otros. ¿Qué significado tiene esta
expresión? No está claro lo que significa exactamente. Se descubre “entre líneas”.
Hay muchos enseñantes que gozan de conocimientos, son una biblioteca ambulante
o un disco duro de 3Teras, diríamos hoy, metido en su cerebro, son eruditos, en
una palabra. Se vanaglorian de recordar muchas cosas y de exponerlas para que
los demás reconozcan sus grandezas. Pero una cosa es lo que dicen y otra diferente
lo que hacen. Carecen de coherencia en su vida, por tanto de autoridad moral.
Pueden tener mando, pero no poder. Por muy lúcido que sea su discurso,
decepcionan a la larga. Más que enseñar a vivir, siembran desencanto.
Observaréis que existe el clasicismo y el neoclasicismo, el gótico y el neogótico, etc.
Podría ahora yo citaros muchos “neos”. Las enseñanzas de Jesús no es necesario
que se renueven. Son válidas siempre. Su persona no engaña. Eso es lo que
reconocían los de Cafarnaún y lo que comprobamos nosotros todavía. Tener mando,
el Herodes de su tiempo lo tenía, y nadie hoy de él aprende y le obedece. Ocurre
algo semejante con la autoridad, acordaros del gobernador Pilatos. ¿Qué fue de él?
Pero Jesús que no gozaba ni de lo uno ni de la otra, continúa vigente.