V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
SIGNIFICADO Y VALOR DE LA VIDA.
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Los libros de historia, las noticias que escuchamos, o damos, respecto a una
persona, son de hechos más o menos prodigiosos, destacables, fuera de lugar y de
lo cotidiano. Habréis observado, mis queridos jóvenes lectores, que se califica
cualquier acontecimiento no común, como un hecho histórico. Por mucho que se
repita, esta expresión es errónea. Cualquier acontecimiento, ocurrido en el
espacio/tiempo es histórico. Debería decirse en todo caso, tratándose de una cosa
singular, que es un hecho de importancia histórica, hablaríamos así más
exactamente.
¿A qué viene el comentario anterior? ¿Es puro diletantismo?. Antes de emprender
un viaje, en tiempos que no existían los navegadores por GPS, lo primero que
hacíamos, era sacar un mapa, situarnos en él y, a partir de este punto y momento,
estudiar la ruta. Así es mi proceder mental.
La lectura del libro de Job, que nos propone en primer lugar la liturgia del presente
domingo, nos ofrece una reflexión sobre los tantos ratos, las tantas situaciones, en
las que parece que nuestra existencia no tiene sentido. Dice él que, para colmo, le
ha tocado pasar mucho tiempo en vano. Veía en escaparates yo, de esto hace
muchísimos a￱os, un libro que tenía por título “yo García, la vida de un cualquiera”.
En aquel tiempo mi capacidad de adquisición estaba muy limitada y como la tal
publicación estaba siempre en los mostradores de las librerías de las estaciones,
pensé tanto en cual debía ser su contenido, que hasta llegué a imaginarlo.
Que existen personas inclinadas y practicantes de la holgazanería, de esto no hay
ninguna duda. Tampoco de aquellos que están siempre moviéndose por puro
activismo, sin exigirse motivación justificable. Sencillamente no saben estar
quietos. Me parece que todos, de una forma u otra, caemos en estas situaciones,
de las que es preciso huir. Hoy tenemos ocasión de reflexionar sobre ello.
Jesús, el Señor, pasó una buena parte de su vida familiar dedicado al trabajo, la
relación social con el vecindario y el estudio. A esta etapa de su vida la hemos
llamado err￳neamente “vida oculta”. Tan oculta la hemos supuesto, que algunos se
han imaginado que la dedicó a viajes a tierras orientales, Cachemira o China,
señalan, y allí aprendió ciencias ocultas. No tienen fundamento histórico tales
teorías y tal vez sean consecuencia de poner el acento en lo de vida oculta, cosa
que no la creyeron ni sus mismos vecinos, que bastantes cosas sabían de Él y de
los suyos.
Le vemos hoy entregado a la predicación. Antes de iniciarla, libra a la suegra de su
anfitrión de las fiebres que padece. Que no para el Señor, que siempre está
dispuesto a ayudar, aunque no tenga tiempo, como dicen tantos de sí mismos, para
justificar su inoperancia y egoísmo.
Se despiertan los discípulos y el Maestro no está entre ellos, salen a buscarle y le
encuentran en oración. Jesús de Nazaret, vecino generoso en la alta Galilea y hoy
ciudadano en Cafarnaún, debe concienciarse de su divinidad, dedicar
exclusivamente algunos de sus momentos históricos, a la relación privilegiada con
el Padre. Solo así mantendrá el equilibrio. O quiere que aprendamos nosotros de Él
a vivir establemente nuestra excepcional realidad personal humana, embargada
felizmente por la Fe. Tal vez relajarse así, adorando en silencio y soledad, se logra
la serenidad que se precisa, sin tener que acudir a técnicas orientales al respecto.
Sentimos cierta tendencia a dejar para la noche la oración personal. No os niego,
mis queridos jóvenes lectores, que me resulta más fácil a mí, cuando el día
termina, reflexionar sobre cómo ha transcurrido la jornada, cuáles han sido mis
acciones, que es lo que he hecho bien, que mal he cometido, darle gracias,
interceder por los demás, por vosotros también, mis queridos jóvenes lectores.
Arrepentirme de lo uno y dar gracias de lo otro. Sí, pero también es cierto que con
facilidad se escurre el tiempo y, ya en la cama, tal vez nos percatemos de que nos
ha faltado la oración, el agradecimiento debido a nuestro Dios, el arrepentimiento
por nuestros errores y percances, la plegaria por los que confían en nosotros o nos
sentimos responsables de ellos.
Cuesta, es verdad, desvelarse de mañana e iniciar de inmediato el día con la
oración. Tal vez ya el levantarse, el vencer la pereza, cueste. Pero es un ejercicio
de entrenamiento, semejante al se sujeta un atleta voluntariamente o una bailarina
y, no lo olvidéis, nosotros somos atletas del Señor.
Hoy en día, los que estamos sumergidos en la crisis de la que tanto se habla,
erróneamente, el valor de una cosa lo refleja la paga que recibe. Si yo me entrego
a una ocupación que no está tarifada socialmente, carece esta de valor. Os voy a
ser sincero. Por mi edad, puedo vivir sin ocuparme en nada concreto. Recibo un
sueldo de la Seguridad Social, de acuerdo con lo que anteriormente coticé. Muchos,
en semejantes circunstancias, programan diariamente paseos, lecturas, visitas o
espectáculos, que llenan su jornada. Nadie puede reclamarles nada. Nadie excepto
Dios. Cuando yo explico en lo que me ocupo diariamente, lo más común es que me
digan: mira que bien: así se entretiene. ¡No! Interrumpo indignado. Lo que hago es
por ser fiel a mi vocación. Estoy jubilado y exento de obligaciones sociales, pero no
estoy excluido de la fidelidad a Aquel que me llamó y me ofreció la Fe, la Esperanza
y el Amor. Es un don gratuito y excelente, pero reclama exigencias. Así somos
colaboradores suyos. Ser fiel a ellas, servir al Señor, sin duda, es reinar. Aquí
reside mi suerte. Y la vuestra, mis queridos jóvenes lectores.