Comentario al evangelio del viernes, 13 de febrero de 2015
A veces me da por pensar que el problema no estuvo en que Adán y Eva comieran del árbol del
bien y del mal. El problema verdadero, el pecado para entendernos, estuvo en su incapacidad para
asumir su responsabilidad. Como niños, cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, no fueron
capaces de levantar la mano y asumir lo que habían hecho y sus posibles consecuencias sino que
empezaron a echarse la culpa el uno a la otra y la otra a la serpiente.
Y me gusta pensar que el gran milagro que nos hace Jesús es que nos abre los oídos y la boca,
como al sordomudo del Evangelio, y nos hace libres y responsables. A partir del encuentro con Jesús
ya no podemos ser más niños inconscientes que hacemos cosas sin darnos cuenta y que luego, cuando
nos damos cuenta de que hemos metido la pata, vamos acusando a otros de lo que hemos hecho o
simplemente bajando los ojos y mirando para otro lado, como si no hubiésemos estado allí.
Esa conducta es muy fácil observarla en los niños. Pero también en los mayores. Basta con fijarnos
un poco vemos que ese tipo de conducta sucede mucho en el trabajo, cuando se produce algún
desaguisado. También en los matrimonios. Cuantos de los matrimonios que entran en problemas y se
separan, terminan echándose la culpa el uno al otro, sin querer sentarse a dialogar y a asumir lo obvio:
que la responsabilidad es de los dos en el noventa por ciento de los casos. Estoy seguro de que todos
podríamos ahora mismo poner algún ejemplo concreto sobre la mesa.
Frente a aquella incapacidad de Adán y Eva para asumir su responsabilidad en lo que habían hecho,
está la actitud de Jesús, que abre los oídos y la boca de la personas, que cura su ceguera y su parálisis.
Jesús nos da la capacidad para ser mayores, para ser responsables. También para asumir nuestros
errores. Jesús nos invita a tomar las riendas de nuestra vida. Equivocarse es normal. Lo que no es
normal es negarlo permanentemente y echar la culpa a los demás de lo que nos pasa. Jesús nos invita a
dejar de comportarnos como niños y a ser mayores. Lo hace porque nos ama, porque quiere que
seamos sus amigos, porque nos quiere comprometidos con su reino.
Fernando Torres Pérez cmf