CUARTO DOMINGO ORDINARIO, CICLO B
(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)
El Sermón del Monte inicia la enseñanza de Jesús en el Evangelio según San Mateo.
Tiene palabras casi insoportables para los judíos del primer siglo. Pues en el
sermón Jesús se refiere a sí mismo como una autoridad aún más grande que la de
las Escrituras. Dice: “Ustedes han oído que antes se dijo, “No cometas adulterio”.
Entonces Jesús agrega a este mandamiento su propio: “Pero yo les digo que
cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su
coraz￳n”. Es una muestra de la confianza propia raramente vista en su día. El
Evangelio según San Marcos no menciona el Sermón del Monte. Sin embargo,
reporta en la lectura hoy que Jesús enseña en la sinagoga con grande autoridad.
Entre los congregados en la sinagoga se sienta un hombre con la mirada de la
preocupación en su cara. Le molesta la autoridad con que habla Jesús. De repente
su grito rompe la paz: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret?...” Es el
espíritu inmundo dentro del hombre temblando en la presencia del Hijo de Dios. Es
como la condición de muchos hombres entre nosotros hoy día andando
desesperados por la obsesión de ver la pornografía. La voz de la conciencia les
acusa de ver fotos que manchan sus almas como ácido desfigura la cara sobre que
se salpica. Sin embargo, las pasiones inclinadas al placer erótico no les permiten a
desprenderse de la materia. Responden a la voz de conciencia: “¿Qué quieres con
nosotros…?”
De verdad los hombres cristianos tienen más poder que piensen. Reside en sus
almas el Espíritu Santo con la fortaleza para resistir el mal. Tienen que dominar las
pasiones desordenadas por decirles: “No, cállense”. Pues, Cristo muri￳ por todos
nosotros y queremos mantenernos fieles a su amor. En el evangelio el mismo
Cristo Jesús manda al espíritu inmundo: “Cállate y sal de él”. Frente al “Santo de
Dios” el espíritu tiene que retirarse como los alumnos cuando el maestro los
sorprende haciendo trampas en un examen.
En la segunda lectura Pablo trata de asegurar a los corintios. Les aconseja a evitar
las preocupaciones que vienen de desviarse del Señor. Los hombres atrapados por
la pornografía conocen bien la ansiedad de desviarse del Señor. Temen perder sus
almas, pero sienten impotentes ante sus computadoras a rechazar el impulso de
cliquear la pornografía. ¿Qué consejo se les puede dar? Bueno, en primer lugar,
tienen que recordar que tanto Dios los ama. Él va a ofrecerles la ayuda necesaria
para que vivan con la paz. Entonces, que vean la imagen de Cristo que deberían
tener al lado de sus computadoras. Si no la tienen, que repitan una mantra, “Soy
de ti, Se￱or, ahora y siempre; soy de ti, Se￱or, ahora y siempre”.
Y si caen en la trampa, que no se den por vencidos. En los casos donde el vicio es
bien habituado, se haya debilitado la responsabilidad de modo que no constituya un
pecado mortal. De todos modos, los culpables deberían decir un acto de contrición
y prometerse a aprovecharse del Sacramento de la Reconciliación tan pronto como
posible. Por supuesto, no deben permitir que la caída sea pretexto de volver a
buscar la pornografía.
No tenemos que buscar la pornografía para caer bajo su influencia. A veces
escribiendo un email, vemos un desfile de mujeres al lado de la pantalla atrayendo
nuestra atención. Tenemos que verlo por lo que es: una trampa para quitarnos
tanto de la paz como del dinero. Entonces qué aprovechémonos de la fortaleza del
Espíritu Santo para decirle: “No”. Queremos mantenernos fieles al amor de Cristo.
Qué no temamos a decirle: “No”.
Padre Carmelo Mele, O.P.