VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
COMAMOS Y BEBAMOS…
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
La lectura segunda de la misa de este domingo, mis queridos jóvenes lectores,
parece que nos inclina a una vida sin poner acento especial en nada particular, sin
exigencias especiales para la vida. “Comamos y bebamos, que racionalejonazos
estamos”… era un trabalenguas chusco de mi infancia, que nunca he
olvidado.(Tratad de repetirlo, es un reto, y no forma parte de mi comentario al
evangelio, lo digo por si acaso). Algo así parece piensan algunos, aquellos que les
parece que la recomendación de Pablo acaba aquí.
Una perfecta vida burguesa, pasar de todo lo que se salga de los caminos trillados
ya por la especie humana, conservaréis la calma, la paz. Y la tranquilidad de
conciencia, se atreven a añadir. Sí, la paz de los perezosos, de los injustos
políticamente correctos, como se dice hoy en día. Sin querer reconocer que se
arrastra una vida injusta a la luz del mensaje evangélico. Como, bebo, visto,
compro y miro, haciéndolo todo para la gloria de Dios, así lo afirmo, estoy
convencido y basta, repiten. San Pablo en nombre de Dios nos dice: no seas
motivo, con tu comportamiento, de que otros prescindan de Dios y crean que Él es
injusto, caprichoso. Que te da a ti lo que a otros niega. Pensará así, al verte, al
conocer la vida que llevas y reclamen a Dios justicia, para conseguir ellos, lo que
tienes tú. Su reflexión será, tal vez, impropia, pero sumida en la tristeza de la que
serás culpable.
Nuestro comportamiento en todo debe ser de tal manera, que nuestras decisiones
las tomemos de acuerdo con las apetencias justas de los demás, no por lo que
solicita nuestro egoísmo. Ser indiferentes a los otros, sentir lástima por las víctimas
de desgracias naturales, por las crisis económicas inesperadas, sin hacer nada por
ellos, sin tener siempre presente que ser cristiano es compartir, es olvidar errónea
e injustamente, el mensaje de Jesús.
Sí, debéis pensar en lo que piensan los demás de vosotros y tenerlo en cuenta,
pero, siendo jóvenes podéis inclinaros a poseer algo que no os es necesario, que os
permite presumir, que afirma vuestra autoestima, tal vez penséis ya que el dinero
que vale, no desequilibrará la economía de vuestro entorno, pensáis con razón.
Pero tal comportamiento os prepara para, ya en etapas de la vida adulta, a tomar
decisiones de empresa, a adquirir artículos de gama alta, a derrochar, que eso sí
perjudicará a muchos y seréis culpables de ello. Ser cristiano es ser austero y dar
testimonio de ello, para que los demás se salven. Seguir el ejemplo de Pablo y el de
Cristo, que no fueron vulgares vecinos ignorantes de las necesidades de los demás.
Paso al evangelio de este domingo. Sin que sea exacto, sí valdrá para entendernos.
El leproso de aquel tiempo era un hombre que automáticamente la sociedad
marginaba, como hasta hace poco a un tuberculoso y aun hoy en día un enfermo de
SIDA. Lo marginaba y condenaba. Vuelvo a tiempos bíblicos. En un ángulo del
Santuario del Templo de Jerusalén, dentro del atrio llamado de las mujeres, ya que
hasta este espacio podían acercarse y permanecer en él ellas, existían unos
espacios cerrados, donde algunos sacerdotes de aquel tiempo, podían examinar a
quienes, aparentemente, habían sufrido lepra y se sentían curados y, de acuerdo
con criterios establecidos, declararles libres de la enfermedad. (Había, y hay,
dolencias que pueden dañar la piel, sin tener la malignidad que en aquel tiempo
tenía la lepra. Se me ocurre ahora la soriasis o la ictiosis. Estos sacerdotes tenían
conocimiento y podían extender, no se sabe cómo, una especie de certificado de
salud y con el tal volver a su población, sin que ya le expulsaran de sus calles).
El enfermo del relato de hoy, acude confiado y en actitud humilde al Maestro y le
suplica que le otorgue la curación. Accede el Señor y le recuerda las ordenanzas
vigentes de aquel entonces. “A este toro yo no lo toreo ahora” pensaría Él, dicho en
lenguaje popular de hoy. Se las recuerda, pero no le condena a cumplirlas. Y el otro
comprende que el agradecimiento está por encima de cualquier norma legal. Y, con
seguridad al Señor le haría gracia su decisión.
“Es de buen nacido, ser agradecido” dicta el refrán. El texto evangélico recuerda el
mismo criterio, pero aquí ya no es una norma de educación, en el Evangelio es
exigencia. Cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, debe examinarse:
¿soy agradecido y lo expreso hasta públicamente si es preciso?