I Domingo de Cuaresma/B
(Gn 9, 8-15; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15)
Jesús tentado por Satanás
La Cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua. Cuarenta días de oración,
ayuno y misericordia para poner a punto nuestro espíritu y celebrar la novedad de
la pasión, muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma nos rejuvenece en el
espíritu, coincidiendo con el rebrotar de la primavera, cuando todo vuelve a nacer.
Cuarenta años peregrinó el Pueblo de Dios por el desierto hasta llegar a la tierra
prometida, cuarenta días oró Moisés en el monte antes de recibir la Ley de Dios (Dt
9,11). Cuarenta días dedicó Jesús a la oración y al ayuno en el desierto antes de
comenzar su ministerio público. “ En este primer domingo de Cuaresma,
encontramos a Jesús que, después de haber recibido el bautismo en el río Jordán
por Juan el Bautista (cf. Mc. 1,9), es tentado en el desierto (cf. Mc. 1,12-13). La
narración de san Marcos es concisa, desprovista de detalles que leemos en los otros
dos evangelios de Mateo y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos
significados. Puede indicar el estado de abandono y de soledad, el “lugar” de la
debilidad del hombre, donde no existe apoyo ni seguridad, donde la tentación se
hace más fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y amparo, como lo
fue para el pueblo de Israel, escapado de la esclavitud egipcia, donde se puede
experimentar de una manera especial la presencia de Dios. Jesús “permaneció en el
desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás.” (Mc. 1,13). San León Magno
comenta que “el Señor ha querido sufrir el ataque del tentador para defendernos
con su ayuda y enseñarnos con su ejemplo” (Tractatus XXXIX, 3 De ieiunio
quadragesimae: CCL 138 / A Turnholti, 1973, 214-215)” (Benedicto XVI, 26 febrero
2012)
¿Qué puede enseñarnos este episodio? Como leemos en el libro de la Imitación de
Cristo, “el hombre nunca está totalmente libre de la tentación, mientras viva… pero
con la paciencia y con la verdadera humildad nos haremos más fuertes que
cualquier enemigo”. (Liber I, c. XIII , Ciudad del Vaticano 1982, 37); la paciencia y
la humildad para seguir todos los días al Señor, aprendiendo a construir nuestra
vida no fuera de él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente
de la vida verdadera. La tentación de quitar a Dios, de poner orden, solos en sí
mismos y en el mundo, contando solo con las propias capacidades, ha estado
siempre presente en la historia del hombre (Ibidem).
En realidad, la vida del hombre en la tierra está sometida continuamente a la
tentación, a la prueba. Nos encontramos continuamente con dificultades, que nos
ayudan a crecer. Pero a veces nos acecha el desaliento y la desconfianza. Cuántas
veces nos encontramos en situaciones límite, en las que nuestras fuerzas humanas
son insuficientes. Por eso, Jesús se nos acerca a todos en este domingo para
decirnos que es posible la victoria, que él está a nuestro lado, que él ha venido para
enseñarnos a luchar y a vencer ayudados por su gracia.
“Nuestra vida en la tierra no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso
se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no
es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido,
ni combatir si carece de enemigo y tentaciones” (S. Agustín). La tentación, por
tanto, nos hace bien, porque nos ayuda a crecer y nos aporta el mérito de la
victoria. La tentación por sí misma no es pecado, pero hemos de evitar las
ocasiones o ponernos temerariamente en el peligro. Ahora bien, cuando nos llega la
prueba, hemos de afrontarla con valentía y decisión, sin juguetear con el demonio
ni hacer concesiones a nuestro hombre viejo. Podemos vencer si contamos con la
victoria de Jesucristo, de la que él nos quiere hacer partícipes.
Por esto, hoy Jesús proclama que “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca” (Mc. 1,15), anuncia que en él sucede algo nuevo: Dios habla al hombre de
una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se
encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el
mal y traer a la persona al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado de
la obligación de corresponder por un regalo así de grande. De hecho, Jesús añade:
“Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1,15); es una invitación a tener fe en
Dios y a adecuar cada día de nuestras vidas a su voluntad, dirigiendo todas
nuestras acciones y pensamientos hacia el bien. El tiempo de Cuaresma es el
momento preciso para renovar y mejorar nuestra relación con Dios mediante la
oración diaria, los actos de penitencia, las obras de caridad fraterna ((Benedicto
XVI, 26 febrero 2012).
Roguemos fervientemente a la Santísima Virgen María, que acompañe nuestro
camino cuaresmal con su protección y nos ayude a inculcar en nuestros corazones y
en nuestra vida las palabras de Jesucristo, para convertirnos a Él.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)