II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
En las montañas
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Con frecuencia os hablo de lugares o cosas que la mayoría de vosotros, mis
queridos jóvenes lectores, deberéis imaginar, pues, no habréis visto nunca algo
semejante. Me parece que hoy no tendréis necesidad. Difícilmente se pondrá
encontrar una persona que no sepa lo que es una montaña. Me refiero a montaña
no muy alta, como las que se mencionan en las lecturas de la misa de este
domingo.
El relato del Génesis es impresionante. Lo ha recogido la tradición judía, que es la
que proclamamos en la liturgia, y también la musulmana que, con pequeñas
variantes, la lee en el Corán. (Para estos últimos, el acontecimiento, que tiene
como protagonistas al mismo Patriarca pero con el hijo de Agar, Ismael, es
celebrado solemnemente el día de la “fiesta del cordero”, como nos lo cuentan
ellos).
Después de una larga caminata, que Abraham seguramente querría que fuera
eterna y para su hijo Isaac, un enigmático viaje, llegan, tal como se les había
indicado, al país de Moria. En otro lugar se nos dice que David escogió el monte
Moria para edificar su palacio y Salomón allí elevó el templo que lleva su nombre. Si
se trata del mismo sitio, estaríamos refiriéndonos al espacio que ocupaba el
santuario y que hoy lo hace la “domo de la roca” mal llamada mezquita de Omar.
Ya sabéis que para conseguir una gran explanada donde acotar el templo central de
la Fe hebrea, fue necesario levantar unos grandes muros que abarcaban la
superficie necesaria para albergar todo el complejo de culto judío. Os explico esto
para que comprendáis que hoy, no podemos contemplar ninguna montaña allí, ya
que ha quedado cubierta totalmente.
La tradición samaritana sitúa el acontecimiento en su santa montaña, el Garizín,
situada al lado mismo de la actual población palestina llamada Nablús, muy cercana
al pozo de Jacob, donde el Señor se encontró con la mujer que iba a sacar agua. El
lugar está encerrado dentro de una alambrada, con un letrero lo anuncia. Los
autores modernos no creen que hayan acertado los de esta secta y sería muy largo
de contar los motivos por los que ellos se lo atribuyen.
Lo importante no es la montaña. Lo que se nos ha trasmitido es una revelación que
salva. El heroísmo de Abraham es de admirar y debemos preguntarnos si nosotros
somos capaces de escoger lo que creemos es la voluntad de Dios, por encima de
egoísmos y precauciones que nos atenazan. Esta reflexión es seria, me gustaría,
mis queridos jóvenes lectores, que ahora fuerais capaces de cerrar los ojos a
vuestro presente y meditarais la enseñanza y exigencias que implica el relato.
Incluye también otro contenido este episodio, y muchos autores dicen que es su
exclusiva finalidad. Con esta historia se nos enseña que Dios no aprecia los
sacrificios humanos. Que Él está siempre a favor de la vida. En aquel tiempo,
diferentes culturas, ofrecían niños a sus dioses. La misma Biblia nos cuenta que al
lado mismo de Jerusalén, pasaban por el fuego a niños, eufemismo para referirse a
lo que os vengo hablando. Nos cuenta trágicos errores de aquel tiempo, ahora bien
los “media” nos dan noticia de criminales utilizaciones de gente joven de ahora, los
que los captan pretenden para ellos una finalidad, para ellas otras, víctimas de
fanáticas obsesiones religiosas o de injustos intereses económicos. Hay materia
para hablar largo y tendido.
El texto evangélico se refiere a otra montaña, esta sí que continúa a la vista del
viajero, se trata de una preciosa colina, guinda central en el pastel de la llanura de
Esdrelón. Ni Marcos ni los otros le dan nombre, se limitan a llamarla alta y santa.
La tradición ha señalado al Tabor y aun hoy en día hay múltiples razones para no
dudar de que esta lo sea. He ido bastantes veces y me he paseado relajadamente
por la alargada cima, en la última ocasión que estuve. Su estratégica situación ha
sido razón para que desde la prehistoria estuviera ocupada en celebraciones
cultuales o acuartelamientos militares. No tiene fuentes de agua propias, de aquí
que tampoco tuviera en ningún tiempo una numerosa población estable. Hoy es
diferente, espero contaros con detalle una acertada ocupación de la que me han
hablado, pero primero he de volver a ir, que Dios así lo quiera.
Crece en el lugar una peculiar encina propia, de la que he conseguido traerme
bellotas que, por fin, después de más de un centenar de intentos, he logrado se
hicieran diminutos arbolitos. Evidentemente, se llama “quercus i thabu rensis”. Son
descendientes de los testigos que presenciaron el episodio evangélico de la misa de
hoy.
Cambio de tercio.
Jesús se acompaña para esta excursión de los tres más íntimos colaboradores de
entre su equipo apostólico. Si con todos compartía – a vosotros os llamo amigos
porque todo lo que he recibido del Padre os lo he comunicado, les diría un día –
estos quiso que participaran de más íntimas y misteriosas confidencias. Quiso que
conocieran uno de los aspectos de su divinidad, la relación profunda, trascendiendo
espacio y tiempo, con estos personajes emblemáticos de la historia de Israel:
Moisés y Elías. Algo entenderían ellos de esta presencia.
Pedro, el más adulto de los cuatro, sintiéndose responsable y lamentando haber
descuidado levantar un abrigo que les protegiera de la intemperie, perturba la
situación proponiendo hacer unas cabañas…
La voz del Padre se escucha con solemnidad: este es mi Hijo mimado: escuchadlo.
Ya es suficiente, es preciso que en su interior elaboren las consecuencias y se
propongan cambios de conducta. Algo semejante se nos pide hoy a nosotros.
En este cerro hay una sencilla ermita que perpetúa las confidencias que han
recibido. Se preguntan ellos, espectadores de la Transfiguración, porqué les ha
hablado aquí de su resurrección de entre los muertos.
También nosotros, peregrinos litúrgicos hacia la Pascua, debemos reflexionar,
adelantando imágenes que conocemos, de Getsemaní y el Calvario, no dejéis
siquiera de intentarlo.