III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
AVENTURA Y CÓDIGOS
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Empiezo, mis queridos jóvenes lectores, refiriéndome a la segunda lectura. Tiene
un párrafo que siempre me ha gustado mucho y que creo es de suma actualidad.
Perdonadme que ahora para este comentario os lo repita, cosa que no acostumbro
a hacer. Dice Pablo: mientras los judíos piden señales y los griegos buscan
sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un
Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia
que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres.
Hace bastantes años que vengo repitiendo que nuestra cultura está enferma de
esperanza. La vida de muchos de nuestros contemporáneos es simple sinrazón, que
se va llenando de entretenimientos, tantos entretenimientos, que uno escucha ante
cualquier insinuación: no tengo tiempo. También se reconoce el sinsentido y la
insatisfacción. Cuando alguien dormita y, perezoso él, no acude a cumplir con sus
deberes, alguien se atreve a despertarlo, desperezarlo y estimularlo, echándole un
jarro de agua en la cara o pinchándole en algún lugar sensible y no peligroso. El
gesto es cruel, pero eficaz. Lo que dice San Pablo es algo así, pero en el terreno
espiritual. Algo necesario antes de que radicales fanatismos consigan arrebatar al
que vive monótonamente y lo lleve a posturas criminales.
Salir del sopor espiritual cuesta. Unos piden ideas que les convenzan y sumidos en
su pereza, nada les hace cambiar. Los discursos a los que ya se han acostumbrado,
saben que ocultan intenciones egoístas, que poco de lo que prometen los capitostes
lo cumplirán si llegan al poder. Deslumbran algunos con sus genialidades y les
arrastran a manifestaciones que acaban siempre lo mismo, proyectando o
proponiéndose, como máximo asistir a otra concentración. La mayoría del vulgo
está convencida de que su postura es la mejor, la que les exige poco esfuerzo,
aunque no les entusiasme. Hablar de Cristo crucificado, les puede recordar a
algunos los que les exige poco esfuerzo, aunque no les entusiasme. Hablar de
Cristo crucificado, les puede recordar a algunos. La mayoría están convencidos de
que su postura es la mejor, la que no les exige, aunque no les entusiasme.
Hablar de Cristo crucificado, les puede recordar a algunos los crucifijos que
adornaban y lucían tantas personas que aparecían públicamente con ademanes y
atuendos más o menos eróticos, por no decir, en algunos casos, pornográficas. A
nuestra época se la juzgará duramente por haber convertido la representación del
gesto más sublime y doloroso del Señor, su crucifixión, en objeto de lujo o adorno
complementario que enseñaban personas de comportamientos muy lejanos a lo que
representa la Cruz de Cristo.
Pero la Cruz, seguramente todos vosotros lo sabréis, peregrina por el ancho
mundo. Será la de las Jornadas Mundiales de la Juventud o tendrá otro apellido. La
Cruz contemplada en silencio, alabada en comunidad y meditada con profundidad,
mueve a muchos a jugarse la vida, a entregarse a servicios en ONG’s, en Caritas o
en Congregaciones religiosas de austera vida.
La Cruz de Cristo le exigió a Él mucha fuerza de voluntad. La tuvo y ahora nos la
confiere, si nos unimos sinceramente. La Cruz de Cristo le exigió dejarse llevar por
la voluntad del Padre y abrirse camino, para dar sentido a lo que para los
ciudadanos de aquel Viernes en Jerusalén no era más que uno de tantos suplicios a
los que los romanos sometían. Pero Él supo que era su más sublime momento de
entrega al Padre y su mejor enseñanza para los hombres que tanto amaba. Hoy
esta misma Cruz ilumina y acompaña sufrimientos que nadie es capaz de dar
sentido de otro modo.
Victoria, tu reinarás, ¡oh Cruz, tu nos salvarás! La consideración de la primera y
tercera lectura de hoy nos incomoda. El texto del Éxodo con tantos mandamientos
y prohibiciones nos molesta. ¿para qué tanto mandamiento, nos preguntamos? Yo
ya sé lo que está bien y lo que está mal, no necesito a nadie que me lo recuerde,
oímos. La Ley Natural, inscrita en lo más profundo del corazón humano, es
suficiente responden otros. Todos los que dicen esto tienen toda la razón y si nos
atenemos a las consecuencias, los resultados son muy deficientes, lo sabemos de
sobra.
Podemos tener buenas autopistas, sabe conducir y poseer un vehículo que
responda siempre a nuestras maniobras, pero es necesario que existan señales que
nos recuerden las normas, aparatos de control por radar que mediante las
sanciones, que supone el incumplimiento de las leyes, aprendamos a cumplirlas….
El episodio del Templo para muchos les parecerá “políticamente incorrecto”. Y no
seré yo quien lo niegue. Pero aquel lugar exigía gestos propios de aquellos tiempos
para que conservara su calidad sagrada.
Un inciso. Los templos de la antigüedad eran simples plataformas elevadas a donde
se acudía a ofrecer sacrificios. Toda la superficie era sagrada. El que construyó
Salomón y que deslumbró a propios y ajenos obedecía exclusivamente a las
mismas concepciones de encuentro del fiel con su Dios. Pero el que existía en
tiempos de Jesús, el de Herodes el grande, tenía la particularidad de ofrecer una
gran explanada, una gran plaza enorme, solo superada por la actual de Tianamen.
Esta superficie aunque formara parte del Templo judío, estaba abierta a la entrada
de paganos y se la iba ocupando poco a poco por oficios de servicio al principio, de
simple negocio más tarde.
Fue esta ambigüedad la que atacó el Señor. El método que empleó nos parece cruel
a nosotros, pero era lo normal de aquel entonces. Os pongo un ejemplo personal,
que imagino puede ayudaros, mis queridos jóvenes lectores. Dentro de mi
dedicación sacerdotal, me tocó en un lugar ejercer de maestro de escuela. Para que
hubiera disciplina debía existir sanción. Mi antecesor castigaba pegando con una
regla en la palma de la mano. A mi este proceder no me gustaba y me limitaba a
excluir al alumno díscolo durante el tiempo que juzgara adecuado, de la vida de la
comunidad escolar. No permitía que rieran si la situación de la clase era jocosa o
intervenir en una conversación. Pues bien, mis alumnos me pedían que obrara
como mi antecesor, me ofrecían la mano para que les pegase, cosa que no hice,
pero que pudieran participar de lo que vivían sus compañeros.
Si apareciera físicamente el Señor ahora por nuestras iglesias estoy seguro de que
las sometería a un proceso de purificación que muchas se merecen. Mejoraría la
conducta personal y la santidad del espacio. ¿Quién se atreve?