Pautas para la homilía
IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
La verdad de Dios: Primera lectura (segundo libro de las Crónicas 36. 14-16:
19-23)
Según la historia bíblica, los antiguos esclavos en Egipto entraron en la región de
Canaán con la experiencia de Dios que, “movido a compasi￳n”, intervino para
liberarlos. Esa memoria les impulsó a combatir la idolatría o falsos dioses que
amparaban y encubrían la codicia de los poderosos generando en aquellos pueblos
cananeos la injusticia y explotación de los pobres. El monoteísmo surgió no como
fruto de un discurso metafísico sino desde la experiencia en un Dios ético. Ello
explica que, a la hora de organizarse dentro de la región, se repartirá la tierra
según el número de miembros en cada tribu y no hubiera jefes ni reyes; la primera
legislación de aquel pueblo buscaba una sociedad justa donde todos gozaran de los
mismos derechos, y los pobres no quedasen abandonados. A pesar de los
saludables avisos del profeta Samuel sobre los males acarreados por la monarquía,
el pueblo hebreo influenciado por los otros pueblos quiso tener sus reyes. En
efecto, con la monarquía vino la corrupción del poder, la invasión de de los caldeos,
la destrucción del templo de Jerusalén la deportación de sus líderes al destierro.
Pero lleg￳ el imperio persa y su rey Ciro a quien “el Se￱or, rey de los cielos”,
encarga edificar el templo de Jerusalén.
¿Cuál la lectura teológica de estos acontecimientos? Lo peculiar de la historia bíblica
es la revelación de Dios, misterio inefable siempre mayor, es que acompaña
siempre a los seres humanos y a la creación entera en su andadura por el tiempo.
La verdad Dios en la Biblia es el amor fiel y estable, la compasión. Es alguien que
no se impone nunca por la fuerza; que acompaña siempre con entrañas de
misericordia; que no es hipócrita, que se mantiene fiel en el amor, que es digno de
confianza. Dios expresa su verdad en acontecimientos y palabras. Su manifestación
última en la historia es Jesucristo a quienes sus mismos adversarios reconocen:
“Maestro, sabemos que eres veraz, que no temes a nadie, que no te fijas en el
rango social y apariencia de las personas, sino que enseñas el camino de Dios en
verdad” (Mc 12,14). En la convicci￳n firme de que Dios es compasivo y protector de
su pueblo, símbolo de toda la humanidad, está presente y activo en todos los
momentos y en todas las situaciones de la vida humana, se comprende la
interpretación teologal incluso de un mal como fue el destierro para que despertara
el pueblo a su vocación original. La verdad de Dios se manifiesta no sólo en sus
enviados o portavoces como son los jueces y profetas del pueblo hebreo. También,
como es el caso de Ciro el emperador persa, en todos los seres humanos que se
abren a esa presencia misericordiosa de Dios y son portadores de liberación para
los otros.
José Saramago, premio nobel en literatura, escribi￳ una breve novela “Ensayo
sobre la Ceguera”, destacando que la cultura actual, va creando un modelo de
persona, productora, consumidora y depredadora que se instala en la
superficialidad. No tiene lesión fisiológica en los ojos, pero su mirada se pierde
como en un mar de leche y está sufriendo “•una ceguera blanca” que le impide ver
la realidad tal cual es. Pues bien, lo más real de la real de la realidad es la
presencia de Dios, tantas veces ignorada. Una presencia de misericordia que a todo
da vida y aliento. Y esa verdad de Dios está presente incluso en nuestros males y
en los lados oscuros de nuestra existencia. Siempre como “Abba”, poder invencible
que se manifiesta como misericordia. Es decisiva esta fe o experiencia, que Jesús
de Nazaret plasmó de modo único en su conducta, y así es Primogénito de los
creyentes. Escuchando lo que nos dice el papa Francisco en la exhortaci￳n “El gozo
del Evangelio”, en este tiempo de Cuaresma vivamos el gozo de que la verdad de
Dios “su ternura no se ha agotado, se renueva cada día”
La verdad del ser humano (Segunda lectura: de la Carta de la Carta a los
Efesios, 2,4¬-10)
Por cultura entendemos un modo de interpretar y organizar la vida. En cada cultura
hay unas creencias y unos criterios valorativos de las personas. En los inicios de la
cultura moderna, la persona fue valorada por su mayoría de edad a la hora de tener
juicios propios sin bajar la cabeza sin más ante lo que otros dicen. Ya es conocido el
lema del pensador Descartes en el s. XVII: “pienso, luego existo”. Después, sobre
todo en esa etapa de la modernidad incapaz de darse nombre y por llamada
“postmodernidad”, se destaca más bien la dimensi￳n afectiva: “amo, tengo fuertes
sensaciones gratificantes, luego existo”. En una sociedad adiestrada para el
consumo desenfrenado, el eslogan más o menos consciente sería “compro y gasto,
luego existo”.
Según lo que dice esta segunda lectura de la misa, las personas valen y tienen una
dignidad inviolable “por el gran amor con que Dios nos ama”, “por su bondad para
nosotros en Cristo Jesús”. Bien podemos decir: “soy amado, luego existo; “el
profundo estupor ante la dignidad del ser humano se llama evangelio”. No es s￳lo
que seamos perdonados. Lo radical y primero en los seres humanos es el amor, el
ser llamados y amados gratuitamente. Fue la experiencia que, siguiendo a
Jesucristo, tan intensamente vivió Pablo de Tarso. Todos son gratuitamente
llamados pues la voz de Dios que habla en el sagrario de su conciencia. Los
cristianos hemos percibido esa voz en la conducta histórica de Jesús, y nuestra
experiencia más original es que somos amados incondicionalmente, incluso cuando
somos pecadores. Como dice el papa Francisco, aún en los momentos más oscuros
y difíciles permanece “al menos como un brote de luz que nace de la certeza
personal de ser infinitamente amados más allá de todo”.
Todos necesitamos ser amados y reconocidos. Cuando nadie nos ama, nuestra vida
pierde sentido, y cuando ni siquiera nos amamos a nosotros mismos, parece que la
vida hay no merece la pena. Hoy tenemos la facilidad de amontonar placeres de
todo tipo, pero en medio de tantas oportunidades, la falta de sentido que de algún
modo anime todos nuestros pasos, incluidos los duros trances de sufrimiento y de
muerte, es el cáncer que nos está matando. Vivimos en una cultura des-animada.
Cuaresma es tiempo de conversión. Pero conversión ¿a quién o a qué? Jesús de
Nazaret inicia su misi￳n profética invitando: “convertíos porque ya está irrumpiendo
el reino de Dios” (Mc 1,14-15). No es conversión a una divinidad ofendida por
nuestros pecados, a fin de aplacar su ira para evitar el castigo que merecemos. Eso
no es tan buena noticia. La predicación del Bautista era muy amenazante, y más
aún la de algunos predicadores cuaresmeros que te metían el miedo en el cuerpo y
enseguida ibas a confesar para evitar posibles represalias. Jesús más bien presenta
la buena noticia: Dios está interviniendo ya como amor construyendo con y desde
dentro de la humanidad esa sociedad fraterna, simbolizada en un banquete de
bodas al que todos somos invitados para sentarnos a la mesa común de la creación
como personas libres, y participar como hermanos y amigos en la alegría de la
fiesta. La conversión cuaresmal no es por miedo al castigo. Es por haber
descubierto un tesoro escondido, algo que nos hace felices, y para conseguirlo, “con
alegría” empe￱amos todos nuestros recursos para encontrar ese tesoro que nos
hace felices.
El papa Francisco hace una sugerente observaci￳n: “Hay cristianos cuya opci￳n
parece la de una Cuaresma sin Pascua”. Ya fil￳sofos del s. XIX se declararon ateos
en buena parte porque los cristianos que creían en Dios, andaban por el mundo con
la cara de poco redimidos. Si de verdad creemos que el amor incondicional de Dios
en favor de la humanidad ha llegado hasta soportan la cruz donde ha vencido a la
muerte ¿no deberemos vivir con profundo gozo nuestra conversión cuaresmal?
Según el ritual antiguo en la imposici￳n de la ceniza se decía: “recuerda que eres
polvo y al polvo volverás”. La f￳rmula está bien y es interpelante para denunciar
nuestras muchas vanidades, pero más que buena noticia, es constatación de las
limitaciones que todos experimentamos. Según el ritual renovado, ahora se dice:
“convertíos y creed en el evangelio”. La verdadera conversi￳n o fe cristiana es
abrirse con amor a la buena noticia de Jesucristo: Dios nos ama gratuitamente a
todos sin discriminaciones. Cuando nos hacemos permeables a ese amor de Dios
encarnado en la conducta histórica de Jesús, estamos en camino de la verdadera
conversión cristiana.
En este tiempo de cuaresma somos invitados a vivir la verdad del ser humano y
nuestra propia verdad con “la certeza personal” de que todas las personas,
incluidos nosotros mismos, estamos sostenidos y afirmados “por una amor más allá
de todo”. En consecuencia, no sólo somos amados y llamados cada uno en
particular. Jesús llam￳ “a los que quiso para que estuvieran con él y pare enviarles
a evangelizar” (Mc 3,14). Luego los cristianos somos llamados y convocados. No
hay vocación cristiana sin convocación. Y si realmente creemos que Jesucristo es
Palabra que ilumina a todas las personas, el bautizado tiene una vocación católica.
Se siente convocado con todos los hombres y mujeres de buena voluntad y sincero
corazón. No hay nada más opuesto a la vocación cristiana que el espíritu sectario.
Cuaresma es el tiempo de la misericordia. Para celebrar y dejarnos transformar por
la misericordia de Dios, siendo compasivos y misericordiosos con todos los seres
humanos y con toda la creación que continuamente brotan y se mantienen por esa
misericordia. Como dice la segunda lectura de hoy “todos somos obra suya”. En
una sociedad cada vez más agresiva y en una economía individualista deformada
por la fiebre posesiva en todos los ámbitos se ha puesto la lógica de la
comercialización, la comunidad cristiana debe actuar con entrañas de misericordia
escuchando, dejándose convertir, por la invitaci￳n de Jesucristo: “dadles vosotros
de comer”. Ofreced de modo creíble una conducta de la misericordia que se hace
compasión eficaz ante las víctimas y compromiso con la justicia en situaciones de
injusticia. En cuaresma tenemos la oportunidad de convertirnos. De interpretar y
organizar nuestra existencia como servicio a la verdad o dignidad del ser humano, y
de así vivir nuestra propia verdad. De tener como criterios: compartir en vez de
acaparar, valorar a las personas polo lo que son y no por lo que aparentan o
económicamente aportan; de ejercer el poder momo servicio a los demás y no
como medio para asegurarnos sólo nosotros y nuestro gripo; para ser solidarios y
no individualistas en la organización social. Por ahí tiene que ir la conversión en
cuaresma.
En la verdad del mundo (Evangelio 3,14-21: encuentro de Jesús con
Nicodemo)
El encuentro de Jesús con Nicodemo, es la confrontación de la verdad de Dios y la
verdad del ser humano, con la verdad o realidad del mundo aquí representada por
el rabinismo infectado de hipocresías o apariencias.
En sus escritos el cuarto evangelista presenta dos dimensiones reales en la verdad
del mundo. Por una parte una dimensi￳n positiva: “tanto am￳ Dios al mundo que le
dio a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16). Es decir, tanto ama Dios a este mundo que
continua y gratuitamente se está autocomunicando “como amigo” (Vaticano II). Por
tanto cabe una mirada de simpatía y de amor al mundo. Pero también destaca otra
dimensi￳n negativa: “no améis al mundo ni lo que hay en el mundo- la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las
riquezas-no viene de Dios sino del mundo” (1 Jn , 2,15-16). Esta es la verdad o
realidad del mundo.
Nicodemo está viviendo esta verdad del mundo. Por una parte vive de miedos al
qué dirán, de apariencias. Por eso se acerca a Jesús “de noche”, para que no le
vean. Por otra parte siente atracción por el evangelio de Jesús en quien
vislumbraba la presencia de Dios ¿Cómo hacer la verdad de Dios misericordia
entrañable y la verdad del ser humano inseparable de Dios, en la verdad o
ambigüedad de este mundo?
Jesús habla de un nuevo nacimiento en el Espíritu. El verbo griego empleado
significa “nace de nuevo” y “nacer de arriba”. Un nuevo nacimiento para entrar “en
el reino de los cielos”. La expresi￳n es de los evangelios sin￳pticos y concretamente
del evangelista Mateo. Nicodemo representa al rabinismo cerrado en sí mismo,
integrado por ciegos que aparentar ser los únicos que ven. Lo explicita bien el
relato sobre la curación del ciego de nacimiento (Jn c.9). Esos rabinos –cuando
Juan escribe su evangelio son los fariseos- se creen dueños de la verdad e impiden
que el ciego vea, es decir que sea él mismo. En ese mundo de la hipocresía y del
poderío, Jesús curando al ciego de nacimiento, defiende la verdad del ser humano,
su vocación creacional; es significativo el gesto de amasar un poco de barro con
saliva para curar al ciego evocando lo que cuenta el relato bíblico sobre la creación
del ser humano: “he venido a este mundo para que los que no ven vean” (Jn 9,39).
Y Jesús acentúa la dimensi￳n positiva del mundo: “Dios amó tanto al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino
que tenga vida eterna”. Según esta revelaci￳n debe cambiar nuestra forma de
mirar al mundo. Está sostenido y arropado por el amor de Dios ¿por qué vamos a
condenarlo sin más? El Vaticano II ratificó la alianza y la solidaridad de la Iglesia
con el mundo. Y en la clausura del concilio habló de la actitud samaritana de la
respecto al mundo contemporáneo.
Pero la Palabra que es luz y a todos los seres humano ilumina, no es recibida por
todos los seres sino frecuentemente rechazada. Fue la conducta de aquel rabinismo
cerrado que rechaz￳ la luz del evangelio: “vino a los suyos pero los suyos no lo
recibieron”. Y aquí tenemos también la verdad del mundo, su lado sombrío,
generado por la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del prepotente que cada
uno llevamos dentro. ¿Cómo hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en
esta verdad ambigua del mundo?
“El que cree en mi no será condenado; el que no cree ya está condenado”. La fe no
es sólo admitir verdades formuladas con autoridad por otros. Es ante todo y sobre
todo apertura incondicional de la persona a esa presencia del “Abba” revelado en
Jesucristo. Un acto complejo que implica sintonía espiritual profunda, confianza
gozosa y sumisión. Sobre todo en el cuarto evangelio, creer es consentir con todo
lo somos hacemos a Jesucristo, en quien la humanidad se ha hecho totalmente
permeable a la presencia de Dios que es amor y no sabe más que amar.
“El que hace la verdad llega a la luz”. No se trata de ortodoxias: formular y aceptar
verdades formuladas. Se trata de hacer la verdad de Dios y la verdad del ser
humano en la verdad del mundo. El cristianismo es una práctica, un estilo nuevo de
vivir, re-crear y actualizar en nuestra propia historia la conducta histórica de Jesús,
“el que hace la verdad”. Es decir el que cada día se empe￱a en escuchar y poner en
práctica lo que el Espíritu le sugiere en su conciencia mirando a la conducta de
Jesús.
El evangelio de San Juan relatando el encuentro de Nicodemo con Jesús habla del
nacimiento “del agua y del Espíritu” aludiendo al sacramento del bautismo. Se trata
de un punto de partida pues toda la vida cristiana es bautismal. Necesitamos
renovar cada día nuestro bautismo, nacimiento del Espíritu, memoria de Jesús que
pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por las fuerzas
malignas. La fe cristiana no existe en abstracto sino en los creyentes que
caminamos en el tiempo y cada día tenemos que renovar nuestra vocación
bautismal. Pero el Espíritu actúa también en todas las personas que se dejan
alcanzar por su luz, muchos que no son cristianos, tienen otras creencias religiosas,
o no tienen ninguna religión. En el sagrario de su conciencia, trabajada por el
Espíritu, son invitados a este nuevo nacimiento.
Cuando los cristianos con todas las personas de buena voluntad que actúan según
su recta conciencia, tratamos de hacer la verdad, se está fraguando ya en nuestro
mundo “la vida eterna”. No es s￳lo para después de la muerte. La vida que nace del
Espíritu es una nueva forma de vivir que significa intimidad con Dios,
apasionamiento por la fraternidad, compasión eficaz ante las víctimas. Una vida
inspirada y tejida en el amor que es más fuerte que la muerte: “Yo soy la
resurrección; el que cree en mí aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en
mí, no morirá jamás” (Jn 11,26).
Fr. Jesús Espeja Pardo O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino "Olivar"
(Madrid)