IV DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B
JUICIO DE DIOS EN LA HISTORIA
Padre Javier Leoz
Se acerca la Pascua y Dios y la Iglesia, por medio de la liturgia, quiere que
vayamos conociendo, cada año un poco más, su sentido profundo. Dios es Señor de
todo, también del tiempo, también de la historia, sin arrebatar al hombre su
libertad, la que él es capaz de ejercer. Señorío de uno e independencia del otro,
parecerían conceptos antagónicos. No lo son, pero es desde la aceptación del
misterio, como se puede conocer y aceptar. Forma parte de la aventura de la vida,
mis queridos jóvenes lectores. Nos sentimos sumergidos en el tiempo y nuestros
mismos científicos y filósofos, nos dicen que no existe, al menos como lo
imaginamos. Nos creemos autónomos y la experiencia demuestra en esclavitud en
que vivimos.
La primera lectura es una reflexión histórica de una etapa del pueblo israelita. La
proclamación del juicio histórico al que le ha sometido su Dios. Hacerlo siempre es
un riesgo. Es un peligro, ya que somos incapaces de desnudarnos de nuestra
ignorancia y porque nos inclinamos a caer en la tentación de ser inquisidores de
nuestro tiempo, con el resultado de ser exigentes en exceso, violentos, malignos e
impulsivos jueces. Tanto mal vemos, que hasta parece que deseemos que solo
nosotros y los que son de los nuestros, seamos los únicos no condenados. Y resulta
que el juicio de Dios se ejerce desde las coordenadas de la misericordia. Nuestro
actual Papa nos lo recuerda con insistencia, no lo olvidéis, mis queridos jóvenes
lectores. Pero ser misericordioso no significa pasar de todo, despreocuparse de lo
que el Señor ha establecido, de lo que nos exige. Juzgar la historia es una actitud
profética y esta vocación y su capacidad de ejercerla, se les otorga a pocos.
Más que comentar el contenido ideológico del texto evangélico de este domingo, me
gustaría hablaros del interlocutor del Maestro. Utilizaré lenguaje de hoy, que
ciertamente no coincidirá con la realidad histórica, muy propia de aquel tiempo y de
la situación en que se encontraba Israel, diferente de la nuestra. Nicodemo era un
hombre de prestigio. De mentalidad universitaria, diríamos hoy. De influencia
social, dada su condición de magistrado. Rico, por lo que demostró más tarde, al
comprar preciados aromas y, junto con José de Arimatea, ocuparse del
embalsamamiento y sepultura del Señor. Dotado, pues, de cualidades de relación y
honrado consigo mismo, tenía interés en conocer al Maestro, pero también miedo
de tratar con Él, ya que podía desacreditarle ante los suyos. Centrado en tal dilema,
acudió a la estratagema de irle a ver de noche. Nos lo cuenta Juan, uno de los dos
que al iniciar Jesús su vida apostólica, había residido en su casa una jornada,
incluida por supuesto la noche, y así conocerle. No es extraño, pues, que le gustara
referirnos la entrevista.
La diferencia de edad que había entre Nicodemo y Juan, no era impedimento para
que este joven, soltero y el único entre los apóstoles, probablemente, que sabría
leer y escribir, se sintiera identificado con el intelectual y aposentado personaje y
ya muy adulto. No sabemos en qué lugar tuvo lugar el encuentro. La noche es muy
propicia para que reine la sinceridad y confidencialidad en las entrevistas
personales, para acomodarse el uno al otro, también. El Maestro se sintió bien en
su compañía, hasta se atrevió, en un determinado momento, a ser irónico, cosa no
habitual en Él. Estoy pensado en cuando le dice a Nicodemo: ¡cómo! ¿Tú eres
maestro en Israel e ignoras estas cosas? (3,10).
Situados anímicamente en el lugar y conociendo, o imaginando conocer, la
idiosincrasia de los dos, cosa imposible totalmente, leamos el texto. Se refiere el
Señor a un hecho lejano, a un prodigio envuelto en leyendas, a un fenómeno
convertido en epopeya, la serpiente de bronce durante una de las crisis del Éxodo.
Se sirve de ella para revelarle a Nicodemo algunos aspectos de la bondad divina y
de la situación clave en la salvación d la humanidad que Él ocupaba. Están a
oscuras, pero Él habla de luz, no de un combustible, la luz de la Verdad y de la Fe.
Quien vivirá en tinieblas, será porque se lo ha buscado. Dios es luminosidad y esta
gracia quiere que sea compartida, que nadie se la quiera quedar para su goce
egoísta y exclusivo.