Solemnidad. Anunciación del Seño
SOLEMNIDAD DE LA ENCARNACIÓN- 2015
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Empiezo por confiaros, mis queridos jóvenes lectores, que en un día como hoy, de
esto hace muchísimos años, oficié mi primera misa solemne. No faltaron,
evidentemente, mis padres, amén de otros muy queridos familiares y mis padrinos
de bautismo. Celebrábamos la liturgia en una ermita alejada de cualquier población.
Estaban muy ilusionadamente invitados, los scouts mis más íntimos compañeros de
inquietudes y progreso espiritual, excursionistas, jóvenes de la JOC y otros amigos.
Tal vez entre todos éramos 500 personas. Han muerto muchas, lo sé y lo recuerdo.
Este año, en un tal día, aunque lo pretendiera, no lograría que pudiéramos ser
tantos. Pero pienso en vosotros, los que de una manera virtual, pero real,
acompañáis cada semana mis vivencias sacerdotales, cuando os dirijo estos
comentarios a los textos litúrgicos, o compartís inquietudes y vivencias, sean de
contenido bíblico o logradas en mis viajes, en este caso leyendo los reportajes que
redacto. Espero, os pido, que recéis por mí más especialmente hoy.
Cambio de tercio.
En Nazaret hay un altar con una estrella a su pie, que dice “VERBUM CARO HIC
FACTUM EST”. La primera vez que lo escuché tenía 14 años y me propuse ir un día
a verlo. No imaginaba entonces la certeza arqueológica que goza el lugar. He
celebrado misa y rezado muchas veces allí mismo.
En este lugar Santa María dijo sí al Ángel. Lo que importa es decir sí, cada uno a su
manera, me digo y repito. Y lo digo y repito a quien puedo y es capaz de
entenderlo. Y os lo digo ahora a vosotros mis queridos jóvenes lectores.
La Anunciación y subsiguiente Encarnación, es el hecho más importante que ha
ocurrido en la historia. La muerte y resurrección del Señor culminan y coronan,
enriqueciéndolo y superándolo.
Cuando visito museos o contemplo pórticos de estilo románico o gótico, o cuando
deambulo por claustros con capiteles historiados, siempre busco la representación
plástica del misterio que celebramos hoy. Nunca quedo decepcionado. Algo
semejante me pasa cuando leo comentarios y a este respecto, os confieso que
ninguno me ha gustado tanto como el de San Bernardo que os adjunto. Es de tal
riqueza y elegancia, que me parece que no debo añadiros más por hoy y que es de
sobras suficiente.
Acabo con un ruego. Hace 59 años que dije a Dios que sí, cuando la Iglesia me
ofreció el presbiterado. El señor me ha otorgado mucha felicidad durante este
tiempo. Rogad por mí, os lo vuelvo a pedir.
“Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de
varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta,
porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los
condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta
palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos
librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar
de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser
llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda
su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos
antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte;
esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el
consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los
condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al Ángel, o, por mejor decir, al Señor por
medio del Ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu
palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la
Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista
de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez
virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente,
la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria
es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas
entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu
puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a
buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por
la devoción, abre por el consentimiento.
Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.