Jueves Santo en la Cena del Señor.
Jueves Santo
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Antes de fijarme en el contenido de las lecturas litúrgicas de hoy, os comentaré,
mis queridos jóvenes lectores, algunos aspectos o situaciones de lo que celebramos
esta jornada.
Jesús durmió, como acostumbraba a hacerlo, en la cercana aldea de Betania. En
línea recta no la separarán de Jerusalén más de 4 km. La población estaba situada
a mano derecha del camino que desde Jericó conducía a la capital. El trayecto que
separa la que hoy ya no es aldea de la capital, lo he hecho más de una vez yo
también a pie, por eso os confío algún detalle. (también os advierto que el muro de
la vergüenza lo impide ahora) Al principio, durante unos 12 minutos, es lenta
subida. Llega uno a Betfagé, pequeño núcleo urbano y sigue un rato más o menos
llano, subiendo un poco, hasta que, de inmediato, aparece en el horizonte,
majestuosa, la antigua Sión. Desde ese momento todo es bajada hasta el cauce del
torrente Cedrón, que actualmente pasa subterráneo, encerrado en una conducción
de cemento. Desde este punto hasta la puerta por donde atravesarían la muralla,
quedan algo así como ocho minutos. A partir de este momento, lo que pueda durar
el cruce de la ciudad, ya es más difícil de calcular, imaginemos, hasta la entrada del
domicilio donde entre discretas precauciones se iban a reunir, algo menos de media
hora.
Se encontraron todos, los que habían tomado la avanzadilla, con el grueso posterior
y que acompañaba al Maestro. Prepararon los alimentos, se sentaron en el suelo,
sobre cojines, apoyados en el codo. La cena sería frugal, el ambiente impregnado
de emoción, con aires de misterio. El Maestro demostraba una mayor sensibilidad
de la que le era habitual, que ya es decir. Era especialmente comunicativo aquella
noche, pese a su aire triste. Su oración era personal, pero la hacía pronunciando
palabras en voz alta. Esto era lo común. El evangelio de Juan ha recogido el
contenido.
Os recomiendo que los leáis pausadamente.
El Señor reza a su Padre pidiendo en primer lugar por sus discípulos. Admiramos
que en momentos que para Él eran trágicos, se preocupara de los demás, de los
que había escogido. Más tarde se dirige también al Padre pidiendo por los que
creerán en lo que les trasmitirán ellos, o sea, por nosotros. Advertirlo bien. Su
mente humana imaginaba que algunos les seguirían. En su realidad divina, esto que
pudiera parecer imaginado, se concretaba en nosotros, en todos los que queremos
serle fieles. Estuvimos presentes en tan solemne noche, no lo olvidéis, mis queridos
jóvenes lectores…
Acabaron la cena, cantaron los salmos correspondientes, después marcharon.
Seguramente salieron por una puerta de Jerusalén, que ahora no existe, muy
próxima al lugar donde estuvieron reunidos. Fueron bajando, acercándose a la orilla
del torrente, lo atravesaron sin dificultad. Se detuvo allí el Señor, era un lugar
conocido, propiedad de uno de ellos. Le llamamos huerto, en realidad era un olivar,
una plantación de olivos, con su casita de herramientas y la prensa de aceitunas,
que cedían su jugo a unos depósitos de agua, para la decantación de las impurezas.
Todavía quedan vestigios de una prensa allí. Si se llamaba Getsemaní el lugar, es
porque existía este artilugio, ya que la palabra getsemaní, indica precisamente esta
particularidad.
El diablo que le había abandonado en el desierto, poco después del bautismo en el
Jordán, volvió en este momento y se empleó a fondo, sacó artillería pesada. La
lucha fue de tal calibre que recibe el nombre griego de agonía, es decir sufrimiento
extremo. El sudor frío escurría por su piel. Llegó un momento que se tiñó de rojo.
Tanta era la batalla contra satanás y contra su propio miedo, que en su interior
hubo desequilibrio de sus glándulas, lo que clínicamente recibe el nombre de
hematidrosis.
Se hizo en todo semejante a nosotros, se dice de Él y se repite, excepto en el
pecado, se añade. Sufrió, pues, la duda, feroz tormento.
Fue valiente contempló a la humanidad, nos contempló a nosotros, se decidió. Le
dijo al Padre que sí. Se levantó y valientemente se dirigió a los que desde hacía un
rato observaba atemorizado como se acercaban. Les dijo: si buscáis a Jesús de
Nazaret, aquí me tenéis, soy yo mismo….
El Maestro, a partir de este momento, perdió la libertad física e histórica.
Las lecturas de la misa de hoy voy a comentároslas brevemente.
La primera es una detallada descripción de cómo todo fiel israelita debía celebrar la
Pascua. La pascua, paso, de la esclavitud de Egipto a la libertad del desierto. (Hoy
en día, al pie de la letra, sólo la celebran de este modo los samaritanos. Reunido el
99% de los que perduran, unos 660 fieles, en la cumbre de su santa montaña, el
Garizin. He hablado con algunos de ellos, Sumo Sacerdote incluido, y me lo han
contado. Conservo también un muy buen reportaje grabado en DVD).
La segunda es el relato más antiguo conservado de lo que fue la institución de la
Eucaristía, acto al cual Pablo no asistió. Escribía entre el 50-55, cuando algunos de
los presentes todavía vivían.
La tercera, la evangélica, se refiere a uno de los contenidos de la jornada de hoy.
Lavar los pies es un rito que entre nosotros no existe. Es diferente el calzado
cerrado que nosotros llevamos de las sandalias que calzarían ellos. Tampoco el
terreno es idéntico. La arena de aquellos caminos invadía los pies, nuestras
asfaltadas calles no desprenden aquel fino polvillo. El rito tenía un profundo
significado. El que lo practicara el Señor, un acto de humillación, para que
aprendieran ellos y nosotros.
Nos advierte que es una enseñanza que debemos practicar. Servir, ayudar,
compartir, Amar.
Quien sea más valiente y esté capacitado que imite su ministerio.
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