Viernes Santo de la Pasión del Señor.
Viernes Santo
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Muere alguien querido y los suyos velan su cadáver. En algunos sitios lo trasladan a
un llamado tanatorio donde acuden los conocidos a dar el pésame a la familia. Si se
trata de una persona importante las autoridades ceden uno de sus mejores ámbitos
para que allí se establezca la “capilla ardiente” y los súbditos pasen a rendirle
tributo. Os he hecho referencia de distintas costumbres, mis queridos jóvenes
lectores, para que nos centremos en la realidad que hoy celebramos y nos
preguntemos cual ha de ser nuestro comportamiento.
En primer lugar, cuando alguien muere, los más allegados se preguntan el porqué
de aquel fallecimiento, si no se hubiera podido impedir, si faltó alguna actuación
que hubiera mejorado sus dolencias, si mientras vivió recibió alguna ofensa
nuestra…¡cuántas cosas nos preguntamos cuando la muerte roza nuestra vida!
Interrogarnos respecto a la muerte es una cosa muy humana. Los animales no lo
hacen. Nunca he olvidado el relato de R Kipling que cuenta el proceder de los
cazadores de focas y que le puso el nombre de “la foca blanca”. El rebaño
arrebatado del océano avanza silencioso y sin oponerse hacia los que las van
matando. El hombre no obra de esta manera, muy propio suyo es el oponerse, es
consciente de que existe para vivir y se subleva si alguien quiere arrebatársela.
Y respecto a Jesús muerto ¿qué nos preguntamos?
Nadie ama tanto como el que da la vida por los suyos… Es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo… conviene que muera…
Jesús vivió, se relacionó, se hizo amigo de algunos, después de otros más. Hemos
nacido nosotros y cuando le hemos conocido también nos sentimos amigos suyos.
Ahora ha muerto. Tal vez ha sido por nosotros. Ha muerto y lo han enterrado. En
su sepulcro yace su cuerpo cargado con nuestros pecados…
Al relato litúrgico de su muerte, acompañado de adoración y súplicas. Unidos
también a Él por la comunión, que sabemos no es con un cadáver, podemos añadir
en otro lugar y momento un rato de reflexión.
Os propongo, mis queridos jóvenes lectores, que os reunáis y practiquéis una
oración comunitaria que durante muchos años venimos practicando. Voy a suponer
que sois unos cuantos. Si es cosa de uno sólo ya sabrá adaptarse.
En el suelo hay una cruz desnuda. Dos troncos toscos encontrados en el bosque.
Alguien recuerda que Jesús muerto en la cruz es sepultado y con Él se lleva
nuestros pecados. Por un momento, y evitando morbosidad, preguntémonos
¿Cuáles han sido?
Durante la vida le hemos sido infieles de muchas maneras. A veces vergonzosas,
otras no. Públicas unas, solitarias otras…
Mirad la cruz. Invisible yace el Cristo.
Ante el pecado hay que arrepentirse, sin perder la Esperanza. El suicidio fue el peor
pecado de Judas.
Hay que ser modestos y reconocer que, pese a que lo deseemos, volveremos a
pecar. Pero hoy podemos pedir al Señor que este Viernes Santo se entierre
definitivamente con Él alguno de nuestros pecados. Hay que pensarlo bien y ser
realistas.
En un papelito escribe cada uno aquello que desea acabe hoy. Lo dobla. Se acerca a
la cruz. Posa su frente en el madero, sus manos lo envuelven, reflexiona. Lo besa.
A un lado hay un recipiente con brasas de esas que se queman solas en los
incensarios litúrgicos y otro con incienso.
Se toma el papel y se deposita, después un poco de incienso. Hay que mirarlo,
contemplar cómo se quema uno y perfuma lo otro.
Pecado y alabanza se han unido. Perdura el aroma. Por enormes que sean los
pecados, el hombre arrepentido , respetuoso y adorador, supera el trance y acaba
santificado.
Besa la cruz.
Todos juntos acaban cantando: Victoria, tu reinarás, oh, cruz, tu nos salvarás.
Y, como no. Dándonos las manos y alrededor de la misma cruz, rezamos el
Padrenuestro.
Nos vamos en silencio. Otros se quedan, entregados a personal reflexión o súplica.
¡Buenas noches, nos de Dios!
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