Encuentros con la Palabra
Viernes Santo – Ciclo B (Juan 18, 1 – 19, 42)
“Todo está cumplido”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Un buen amigo sacerdote, Aurelio Castañeda, tuvo la insólita idea de proponer en una
homilía una especie de referendo a favor o en contra de romper un florero... Sé que lo que
estoy diciendo suena raro. Pero les puedo asegurar que no sólo suena raro, sino que fue
una experiencia realmente extraña, más parecida al realismo mágico que caracteriza la
obra de Gabriel García Márquez, que a una predicación novedosa de un sacerdote joven
que estaba estrenando sus ímpetus retóricos. En el barrio El Dorado, un barrio popular de
Bogotá, las homilías solían y suelen ser participadas. El sacerdote va dialogando con el
pueblo sobre las lecturas que se han escuchado y las consecuencias que las enseñanzas
de la Palabra de Dios traen para nuestras vidas. Aquella vez se había leído un texto sobre
el seguimiento de Jesús que invita a tomar la propia cruz y llevarla tras sus huellas.
Cuando menos nos dimos cuenta, Aurelio tomó las flores de uno de los sencillos floreros
que adornaban el altar mayor de la Iglesia y las dejó a un lado. Luego vació el agua en
otro de los floreros y se fue a parar en medio de la gente sosteniendo el florero en lo alto y
preguntando: ¿Podemos romper este florero? La gente no entendió, como no entendimos
los catequistas o colaboradores de la parroquia de qué se trataba esta vez la homilía.
Algo realmente extraño fue pasando en ese recinto. Poco a poco, Aurelio fue explicando
que Dios había querido entregar a su Hijo para la salvación del mundo y que quería que
entendiéramos que se había tratado de algo real, concreto, palpable. No sólo de una bella
teoría, sino de un gesto de amor que llegaba hasta el extremo. Y la forma como a él se le
había ocurrido expresar este hecho, era rompiendo delante de todos un florero, para que
viéramos qué significaba algo real, concreto y palpable. La muerte de Jesús no fue una
obra de teatro, una pantomima, no fue un show más o menos dramático o melodramático.
Fue algo real, efectivo, auténtico, verídico. Y eso lo quería explicar con un ejemplo
concreto, real y efectivo.
Lo cierto fue que muchas personas levantaron la mano para hablar. Algunos decían que
ya habían entendido con la explicación y que no hacía falta romper el florero. ¿Para qué?
Otros decían que como no había muchos floreros en la Iglesia y ésta era una parroquia
pobre, no se debían desperdiciar los bienes que se tenían. Otros pedían que no sólo se
rompiera ese florero, sino todos los floreros de la Iglesia, de modo que la enseñanza y el
ejemplo quedaran más claros y más palpable para todos... Mejor dicho, fue todo un
debate de lo más interesante. Lo cierto fue que por fin, después del ir y venir de los
argumentos, Aurelio pidió que se pronunciaran con su voto los que estaban a favor de
romper el florero y los que estaban en contra... El sondeo fue muy parejo; no recuerdo
exactamente las cifras, pero era algo como: 73 personas a favor de romper el florero y 65
en contra. Esta situación no la esperaba Aurelio. La diferencia no era suficientemente
notoria y no parecía que hubiera acuerdo como para hacer una cosa o la otra.
En ese momento de duda, que duró un breve instante, una señora bastante mayor levantó la
mano pidiendo la palabra y dijo lo siguiente: “Si Dios Padre entreg￳ a su Hijo para nuestra
salvación y para enseñarnos el camino que conduce a la vida verdadera; si Jesús no se
aferró a su condición divina sino que se despojó de su rango para hacerse uno de nosotros y
morir en una cruz... ¿cómo no vamos a romper un florero ordinario para significar la fuerza
real de su entrega? Seríamos muy tacaños y muy mezquinos si le negamos ese pequeño
sacrifico al Se￱or”. Este argumento desquilibr￳ completamente el empate técnico que había
surgido de la votación lógica que se había hecho momentos antes. Entonces, Aurelio, sin
pensarlo dos veces, e interpretando el sentir de toda la asamblea que no quería más
argumentos sino el paso a la acción, levantó el florero en lo alto con sus brazos de
orangután, y lo estrelló contra el piso con tal fuerza que los pedazos quedaron repartidos por
todos los rincones del templo. El pueblo aclamó el gesto con un aplauso entusiasta que duró
largo rato. Había quedado patente la enseñanza de aquel día. No se dijo más. Y yo no diría
más. “Todo está cumplido”.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
Si quieres recibir semanalmente estos “Encuentros con la Palabra ”,
puedes escribir a herosj@hotmail.com pidiendo que te incluyan en este grupo.